La política y la economía de la primera potencia del mundo han entrado en un rumbo que amenaza con conducirlas a una tormenta perfecta con fecha fija: 17 de octubre.

Antes de ese día el Congreso debería autorizar al ejecutivo a aumentar el llamado techo de la deuda, de manera que pueda seguir cumpliendo sus obligaciones crediticias o "pagando las cuentas" como gusta decir en lenguaje simplificado el presidente Barack Obama.

Pero se trata del mismo Congreso bloqueado donde la falta de acuerdo entre demócratas y republicanos dejó el gobierno sin presupuesto para operar, luego de que el partido de la oposición cediera ante la agenda conservadora más radical del Tea Party.

Y como el fin de los más conservadores es reducir el gasto público a toda costa, la oportunidad de colocarle un tope a lo que el gobierno está autorizado a contratar en préstamos es visto por muchos de ellos como el momento ideal para lograr ese objetivo.

El bloqueo parlamentario podría agravarse y el gobierno no recibir permiso para contratar nuevos préstamos, con consecuencias catastróficas no solo para el prestigio financiero de Washington, sino para la salud económica del mundo entero.

Diferentes pero convergentes

mujer protesta contra el cierre del gobierno frente al capitolio en Washington

Dentro de unos días es posible que el tema no sea solo el cierre del gobierno.

"Sería más peligroso que un cierre del gobierno (…) Sería un cierre de la economía", dijo Obama en una entrevista con el canal CNBC.

Las trincheras se han reforzado, como evidenció el resultado de la reunión de más de una hora en la Casa Blanca que se produjo el miércoles en la noche entre el presidente Obama y los líderes del Congreso.

En sus declaraciones posteriores, el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner; el líder del Senado, el demócrata Harry Reid y la jefa de la bancada demócrata en Representantes, Nancy Pelosi, acusaron a sus contrincantes de no estar dispuestos a hacer concesiones.

Mientras tanto, el tema de la deuda "está convergiendo" con el del presupuesto y la reforma de salud, dijo a la prensa el jefe del comité presupuestario de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, considerado uno de los republicanos más conservadores en temas fiscales.

El problema es que el presidente Obama ha dicho enfáticamente que no está dispuesto a negociar sobre el límite de la deuda, contrario a lo que hizo en 2011 cuando una crisis similar generó pánico en los mercados financieros y llevó a que EE.UU. perdiera su clasificación crediticia AAA por primera vez en su historia.

Según un estudio del Departamento del Tesoro, aquella crisis costó al tesoro US$1.300 millones en costos adicionales por el aumento de las tasas de interés, a pesar de que finalmente se resolvió. El techo se llevó a los US$16 billones y el país siguió cumpliendo con sus obligaciones sin problemas.

Crisis sin precedentes

Glosario del debate

  • Techo de la deuda: Límite que el Congreso pone al Ejecutivo para el endeudamiento público. Su último aumento a US$16 billones se hizo en 2011.
  • Precipicio fiscal: Situación planteada en enero de 2013 con posible aumento simultáneo de impuestos y la entrada en vigencia de recortes fiscales obligatorios.
  • Secuestro fiscal: Recortes indiscriminados al gasto público que entraron en vigencia en marzo de 2013.
  • Obamacare: Ley de reforma del sistema de salud promulgada por el presidente Obama en 2011.

Entonces como ahora, el argumento gubernamental es que el techo de la deuda no implica nuevos gastos, como señalan los opuestos a su aumento, porque se trata de pagar compromisos ya adquiridos por el Estado.

El presidente Obama siempre recurre al ejemplo del que compra un automóvil y luego decide no pagar las cuotas para ahorrar dinero.

Pero los conservadores fiscales señalan que subir el techo permite emitir más bonos del tesoro y otros instrumentos que generan nuevos compromisos del país, en un cíclico proceso vicioso.

En medio de ese contraste de argumentos, la comunidad industrial y financiera empieza a preocuparse por la posibilidad de que llegue el 17 y no haya el necesario acuerdo político.

"Tenemos precedentes del cierre del gobierno, pero no hay precedentes de un default (…) nunca hemos visto esto antes y no estoy ansioso de ser testigo de este proceso", dijo el jefe del grupo financiero Golman Sachs, Lloyd Blankfein, a los reporteros a la salida de la Casa Blanca este miércoles tras sostener una reunión con el presidente.

Recientemente la Cámara de Comercio de EE.UU. envió una carta al Congreso exigiéndole a sus líderes llegar a un acuerdo que permita aumentar el techo de la deuda.

Una cesación de pagos derrumbaría los mercados bursátiles, elevaría las tasas de interés, reduciría el ritmo de expansión de las empresas y su capacidad o disposición para contratar, lo que degeneraría en una baja del consumo, que es el motor de la economía estadounidense.

Considerando que el país no ha retomado el crecimiento económico con una fuerza suficiente que inspire confianza ni a analistas, ni al gobierno, ni a la población, es previsible que la escasa recuperación lograda desde la crisis del 2008 se vea revertida.

La "bancada suicida"

capitolio del Congreso en Washington DC

El impasse entre los congresistas amenaza con profundizarse.

En Washington todos saben que una cosa es que el gobierno siga cerrado y otra muy distinta, y más dañina, es que deje de pagar sus deudas.

Algunos de los republicanos que insisten en usar el presupuesto y eventualmente la deuda para lograr cambios radicales en el sistema de salud, consideran que se trata de un padecimiento por el bien del saneamiento de la economía.

Ese grupo -al que algunos medios han bautizado como la "bancada suicida"- está dispuesto a duplicar la apuesta y a poner otros temas sobre la mesa a la hora de la discusión: desde Obamacare y los impuestos, el gasto social y militar, hasta el polémico proyecto de gasoducto entre Canadá y Texas.

Cada bando espera que el miedo al default lleve al otro a desistir de sus posiciones y sentarse en la mesa de negociaciones para evitar llegar al precipicio, aunque es una estrategia que ya ha fallado.

En 2011 cuando se pactó el último aumento del endeudamiento público, los dos partidos acordaron establecer para enero de 2013 una serie de recortes automáticos al gasto –conocidos como "secuestro"- cuya incidencia sobre la economía era tan terrible que, razonaban sus promotores, haría que se lograran acuerdos con la sola idea de evitarlos.

Con la elección presidencial de 2012 en medio, solo fue el 1 de enero que el Congreso actuó elevando ciertos impuestos y posponiendo los recortes hasta el 1 de marzo. Así se conjuró el temido "precipicio fiscal".

Pero al final no hubo acuerdos y el "secuestro" entró en vigencia, llevando al gobierno a reducir servicios y despedir empleados públicos, en un proceso cuyo impacto sobre la economía no se ha sentido aún en su totalidad pero que se expande con el tiempo.

Esta vez, el terror a lo impredecible podría ser la única manera de evitar lo que se perfila como una devastadora tormenta perfecta, cuando EE.UU. se quede sin gobierno y sin dinero pagar sus deudas.