Imagínate que pudiéramos controlar el clima: hundir un botón y hacer que hiciera más calor o más frío, que fuera más húmedo o más seco.

Las repercusiones serían enormes: no más sequías ni inundaciones, no más olas de calor o carreteras congeladas; los desiertos serían verdes, los cultivos siempre darían fruto.

Aunque el cambio climático ha inspirado algunas ideas algo locas, como rociar ácido sulfúrico en la atmósfera o echarle cal viva a los océanos, por astutos que seamos, estamos lejos de controlar el clima con precisión.

No obstante, desde la invención del aire acondicionado, podemos controlar el clima si estamos entre paredes y un techo.

Y aunque las repercusiones no son tan enormes como controlarlo afuera, ha tenido efectos inesperados y de largo alcance.

La nieve del emperador

Desde que nuestros ancestros aprendieron a dominar el fuego, hemos podido mantenernos calientes cuando hace frío.

Refrescarnos cuando hace calor, ha sido más difícil.

El excéntrico emperador romano Elagabulus lo intentó enviando esclavos a las montañas a que trajeran nieve y la amontonaran en su jardín, para que la brisa trajera su frío al interior.

Por supuesto, esa solución no era una opción para las masas.

Al menos no hasta el siglo XIX, cuando un empresario de Boston, Estados Unidos, llamado Frederic Tudor amasó una fortuna con una idea similar.

Cortaba bloques de hielo en los lagos de Nueva Inglaterra en invierno, los aislaba con aserrín y los embarcaba con destino a tierras más calientes.

El resto del país se volvió adicto a su hielo en veranos: cuando los inviernos en Nueva Inglaterra eran suaves, cundía el pánico ante la posibilidad de una "hambruna de hielo".

La caprichosa humedad

El aire acondicionado como lo conocemos ahora empezó en 1902… y no tenía nada que ver con la comodidad de los humanos.

La Compañía de Litografía e Impresión Sackett & Wilhems de Nueva York estaba desesperada con los caprichosos niveles de humedad cuando trataba de imprimir en color.

Para hacerlo, se tiene que imprimir el mismo pedazo de papel cuatro veces -con tintas de colores cian, magenta, amarilla y negra- y, si la humedad cambiaba entre las impresiones, el papel se expandía o contraía un poco. Hasta un milímetro de diferencia hacía que el producto final se viera horrible.

Eso hizo que le pidieran a la compañía de calefacción Buffalo Forge que trataran de inventar un sistema para controlar la humedad.

Buffalo Forge le asignó el problema a un Willis Carrier, joven ingeniero que acababa de salir de la universidad y ganaba US$10 a la semana, menos del salario mínimo en dinero de hoy.

Su solución fue hacer circular aire sobre bobinas previamente enfriadas con amoniaco comprimido, lo que hacía que la humedad se mantuviera a un constante 55%.

De las fábricas al teatro

Los impresores estaban encantados.

Paso seguido, Buffalo Forge le vendió el invento de Willis Carrier a otras industrias con problemas por la humedad: desde textileros hasta molineros, incluyendo la corporación Gillette -la humedad excesiva oxidaba las cuchillas de afeitar-.

A esos clientes industriales no les interesaba mucho que la temperatura fuera más cómoda para sus trabajadores; eso fue un beneficio incidental.

Pero Carrier vio la oportunidad

En 1906 ya estaba hablando del potencial de usar su invento para la comodidad de la gente en lugares públicos, como los teatros.

Esa elección de mercado fue muy astuta.

Históricamente, los teatros a menudo cerraban durante el verano pues en los días calientes, nadie quería ir a ver obras, y no es difícil entender por qué: sin ventanas, con cuerpos humanos cerca unos de los otros y, antes de la electricidad, la luz provenía de antorchas.

El hielo de Nueva Inglaterra fue popular por un tiempo: en el verano de 1880, el Teatro de Madison Square en Nueva York usó cuatro toneladas al día; un enorme ventilador soplaba aire sobre el hielo y por los ductos hacia la audiencia.

Desafortunadamente esa no era una solución ideal.

El aire, aunque fresco, también era húmedo y, como la contaminación estaba aumentando en los lagos de Nueva Inglaterra, a veces el hielo se derretía y lo que llegaba al auditorio eran olores desagradables.

La deuda de Hollywood

Willis Carrier le dio a sistema el nombre de "hacedor de clima", y era mucho más práctico.

Los florecientes teatros de cine de los años 20 fueron los lugares en los que el público general experimentó por primera vez el aire acondicionado y pronto se convirtieron en algo que llamaba tanto la atención como las películas.

La perdurable tradición de los blockbusters de verano de Hollywood sólo fue posible gracias a Carrier.

La popularidad de los grandes centros comerciales también.

Pero el aire acondicionado se fue convirtiendo en mucho más que una simple comodidad.

Sorprendente cuánto los necesitamos

Las computadoras fallan si se recalientan o si se humedecen, así que el aire acondicionado hace posible que existan las torres o granjas de servidores que le dan la potencia a internet.

De hecho, si las fábricas no pudieran controlar la calidad del aire, sería difícil manufacturar chips de silicio.

El aire acondicionado es una tecnología transformativa; tiene una profunda influencia en dónde y cómo vivimos.

Ha revolucionado la arquitectura.

Históricamente, un lugar fresco en un clima caliente implicaba paredes gruesas, techos altos, balcones, patios y ventanas por las que no entrar el sol.

Las casas dogtrot, populares en el sur de Estados Unidos, eran bisecadas con un corredor cubierto y abierto a ambos extremos para que el viento pasara.

Sin aire acondicionado, los rascacielos con fachadas de vidrio no serían una opción sensata: te asarías en los pisos altos.

El aire acondicionado también ha cambiado la demografía.

Sin él, es difícil imaginar el surgimiento de ciudades como Dubái y Singapur.

Cuando las unidades residenciales se expandieron rápidamente por EE.UU. en la segunda mitad del siglo XX, la población se multiplicó en el "cinturón del Sol" -la parte más caliente del país, desde Florida a California- de un 28% de la población al 40%.

A medida que los retirados, en particular, se mudaban del norte al sur, cambió el panorama político de la región: el autor Steven Johnson argumentó razonablemente que el aire acondicionado eligió a Ronald Reagan (presidente de EE.UU. de 1981 a 1989).

Aire para los demás

En los 80, EE.UU. usaba más de la mitad del aire acondicionado del mundo. Pero las economías emergentes lo han ido alcanzando: pronto, China será el líder mundial.

La proporción de hogares con aire acondicionado en las ciudades chinas saltó de menos del 10% a alrededor del 70% en sólo 10 años.

En países como India, Brasil e Indonesia, el mercado del aire acondicionado se está registrando tasas de aumento de dos dígitos.

Y hay mucho más espacio para la expansión: desde Manila hasta Kinshasa, 11 de las 30 ciudades más grandes del mundo están en el trópico.

Por qué es algo que celebrar

El boom del aire acondicionado es ventajoso por muchas más razones que la obvia de que los bochornosos veranos son más placenteros con ellos que sin ellos.

Por ejemplo, hay estudios que muestran que el aire acondicionado reduce la tasa de mortalidad durante las olas de calor.

En las cárceles, el calor hace a los prisioneros más displicentes: el aire acondicionado hace que se reduzca el número de incidentes violentos.

En los salones de exámenes, cuando la temperatura excede los 22º, los estudiantes empiezan a tener peores resultados en sus pruebas de matemáticas.

En las oficinas, el aire acondicionado hace que seamos más productivos: según un estudio hecho cuando se empezaron a usar más ampliamente, las mecanógrafas del gobierno estadounidense hacían 24% más trabajo.

Después de eso, los economistas han confirmado que hay una relación entre la productividad y la frescura.

William Nordhaus dividió el mundo en células según las líneas de latitud y longitud, y trazó el clima en cada una de ellas, la producción y la población: entre más caliente era la temperatura promedio, encontró, menos productiva era la gente.

Según Geoffrey Heal y Jisung Park, un año más caliente de lo normal es malo para la productividad de los países calientes pero bueno para los fríos: haciendo cuentas concluyeron que la productividad humana alcanza el pico entre 18º y 22º.

El problema es que…

Hay una verdad inconveniente: sólo puedes hacer que sea más frío adentro si haces que sea más caliente afuera.

Las unidades de aire acondicionado bombean aire caliente fuera de los edificios: un estudio hecho en Phoenix, Arizona, encontró que eso hacía que aumentara en 2º la temperatura nocturna de la ciudad.

Eso hace que el aire condicionado funcione más, haciendo que afuera se caliente aún más.

En los sistemas de metro subterráneos, enfriar los trenes puede llevar a que las plataformas sean sofocantes.

Y luego está la electricidad que permite que el aire acondicionado funcione, a menudo conseguida quemando gas o carbón; y muchos de los líquidos de refrigeración que usan son gases invernadero poderosos si se fugan.

Uno esperaría que la tecnología del aire acondicionado se estuviera volviendo más limpia y verde… y así es.

Pero la demanda está creciendo tan rápidamente que, incluso si los optimistas tienen razón respecto a las posibles mejoras en la eficiencia, habrá un aumento óctuple de consumo de energía para 2050.

Eso es muy preocupante dado el cambio climático.

¿Cuándo será que alguien se inventa algo para controlar el clima de afuera también?

Este artículo es una adaptación de la serie de la BBC "50 cosas que hicieron la economía moderna". Abajo encontrarás otros episodios de la serie.