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Las ocho islas negocian conjuntamente la venta de los derechos pesqueros en sus aguas.

A medida que los enormes bancos atún atraviesan el Pacífico Occidental en un camino migratorio de miles de kilómetros, se van agrupando por tamaño.

Los enormes atunes de aleta amarilla nadan juntos, mientras que los más jóvenes van separados, con los atunes listados, rayados o bonitos de tamaño similar.

Así confunden a los depredadores y disminuyen la posibilidad de que un individuo solo caiga víctima de ellos. Y cuantos más son, más fácil les resulta encontrar presas.

La pesca es la principal esperanza económica para los diminutos estados isleños de esta parte del Pacífico.

Y de igual manera que los peces que nadan en el océano, han aprendido los beneficios de pescar juntos.

La mayor parte del pescado del Pacífico se vende a través de un acuerdo con otros países, de forma que las naciones anfitrionas cobran una tasa de acceso por cada día de pesca.

Desde que las naciones isla del Pacífico empezaron a negociar como un bloque hace cinco años, han logrado situarse en una posición mucho mejor.

Ocho países del Pacífico formaron un cartel, uniéndose para aprovechar su poder de mercado para negociar un acuerdo mejor, y está funcionando.

Son Kiribati, Papua Nueva Guinea, Islas Solomon, Tuvalu, Estados federados de Micronesia, Nauru, Islas Marshall y Palau.

Sus ingresos derivados de los derechos de pesca han aumentado de US$100 millones a US$430 millones en los últimos cinco años, según la Agencia Pesquera del Forúm de las Islas Pacíficas.

¿Como pueden estos Estados minúsculos, simples motas en un mapa del enorme océano Pacífico, conseguir este gran poder de mercado?

Áreas económicas

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Por esa zona pasa una enorme cantidad de pescado.

En realidad, no son tan pequeñas como parecen.

La zona económica exclusiva de cada país se extiende unos 370 kilómetros desde su orilla en todas direcciones.

Así que un país formado por diminutos atolones esparcidos puede tener enormes áreas de pesca, aunque no cuenten con gran territorio.

La extensión terrestre de Kiribati es de solo 810 kilómetros cuadrados, casi la misma que la ciudad de Nueva York o la mitad que el área metropolitana de Londres, pero su zona económica exclusiva es mayor que India, de alrededor de 3,5 millones de kilómetros cuadrados.

Juntos, los pequeños países isleños controlan tanto océano que han adoptado una norma que fuerza a sus clientes a elegir entre sus aguas y el océano abierto. Muchos optan por el primero.

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Kiribati está formado por 33 atolones. La isla más populosa es la de Tarawa.

Pero controlar suficientes recursos no es garantía para que el cartel funcione. Los carteles exigen una gran cantidad de voluntad política y disciplina.

Los miembros del cartel más famoso, la Opec, a menudo rompen filas, y en este caso hay también algunas pruebas de discordia.

"Cada vez se hace más difícil operar como un bloque. Las ganancias fáciles ya las hemos conseguido", dice Wez Norris, vicedirector general de la Agencia Pesquera del Forúm de las Islas Pacíficas.

Buscando un mejor acuerdo

El año pasado, Kiribati se salió de un acuerdo regional de US$90 millones con Estados Unidos, reduciendo drásticamente el número de días que los barcos estadounidenses pueden pescar en sus aguas según este tratado.

El presidente de Kiribati, Anote Tong, dice que hay un factor práctico detrás de esta decisión.

En años anteriores, se quedaron sin días de pesca permitidos por este tratado, y tuvieron que comprar unos de un país para poder otorgárselos a otro.

"Lo que estamos diciendo es que reduciríamos nuestra contribución de días de pesca al tratado con Estados Unidos. Si los barcos estadounidenses quieren pescar en nuestras aguas, pueden comprarnos los derechos directamente", dice.

Independientemente de si los carteles permanecen juntos, la competencia nacional y las agencias de apoyo al consumidor no aprueban estos carteles, porque normalmente aumentan los precios.

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El cartel les reporta mayores beneficios.

Las comisiones comerciales o las agencias de consumo pueden intervenir si, por ejemplo, varios supermercados o gasolineras establecen precios conjuntamente o conspiran para expulsar a los rivales del mercado.

Evidentemente, no hay agencia que pueda detener la cooperación entre gobiernos.

Pero los pequeños Estados del Pacífico difícilmente pueden ser acusados de prácticas comerciales depredadoras dada la magnitud de la riqueza pesquera que acaba saliendo de la región.

El valor del pescado, no del pez

La ganancia real no está en vender la materia prima, sino en el procesamiento.

Hay años en los que Kiribati sólo se queda con el 5% del beneficio de su pescado, aunque la media es del 10%.

El presidente Anote Tong dice que si cada pez capturado en las aguas del país se procesara internamente, el producto interno bruto del país se doblaría o triplicaría varias veces.

"Todo el pescado se lleva ahora a Bangkok. Imagina todos los puestos de trabajo que crea allá, pero no aquí", se lamenta.

"Así que nuestro objetivo es, y creo que es justo, el procesamiento. Queremos una mayor participación en la industria. No sólo ser el origen de la materia prima".

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Kiribati espera doblar sus ingresos por licencias de pesca este año.

Kiribati está actuando para cambiar esto.

Cada miércoles, los barcos pesqueros se deslizan a lo largo de las impresionantes aguas azules de la laguna y atracan en Tarawa, la isla principal.

Los trabajadores sacan enormes atunes de debajo de la cubierta, los ponen sobre sus hombros y suben las escaleras hasta dejarlos en el muelle.

Luego, los menten en enormes cubos llenos de hielo y se llevan a una planta de procesamiento.

La planta emplea a 200 personas, además de las 100 que trabajan en los barcos. No es poco para un país con una tasa de desempleo del 30%.

Aun así, se enfrenta a enormes retos.

Cambio climático

La misma geografía que aporta estos Estados tanto territorio de pesca hace que sean más pequeños que sus competidores y mucho más que los mercados a los que sirven.

"Hay más costos laborales y de transporte porque estamos muy lejos del mercado", dice Riakaina Teiwaki, gerente asistente de la empresa.

"Esto hace que el producto sea más caro".

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En la planta de procesamiento trabajan 200 personas.

Las plantas de procesamiento de mercado en el Pacífico tienen un historial irregular.

Pero Norris es optimista y cree que hay un futuro para ellas.

Ha habido una serie de "aventuras fracasadas en la región en los últimos 30 años", dice. "Es una cuestión de aprender de los errores del pasado y hacer un buen escrutinio".

Y Kiribati necesita desesperadamente el dinero.

Los atolones que forman este país están entre los más vulnerables al cambio climático, y el presidente Tong dice que esta es quizás la única forma en la que Kiribati podrá hacerse más resistente.