Tanqueta entra al Palacio de JusticiaImage copyright
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La toma del Palacio de Justicia y la respuesta militar se extendieron a lo largo del 6 y 7 de noviembre de 1985.

Nicolás Pájaro Peñaranda estaba allí. Era magistrado auxiliar de la Corte Suprema cuando 35 guerrilleros del M-19 tomaron el Palacio de Justicia, el 6 de noviembre de 1985, lo que desencadenó uno de los más trágicos episodios de la historia de Colombia.

En el marco del 30 aniversario de aquel dramático hecho, BBC Mundo conversó con el exmagistrado Pájaro, quien contó cómo vivió esas tensas horas y cuán cerca estuvo de la muerte durante y después de la toma. En ese entonces tenía poco más de 40 años.

Lea: Así fue la toma del Palacio de Justicia

Se define como católico librepensador. Dice que sigue siendo fuerte, como lo era hace tres décadas. Su aspecto no lo desmiente. Nicolás Pájaro mantiene elegancia y porte, hoy con más de 70 años.

Mientras habla se detiene para pensar lo que va a decir en su tono pausado. Retrocede cuando siente que le faltó mencionar algo, intenta evitar que la memoria se le escape. Así va rememorando lo que ocurrió en el Palacio de Justicia.

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Natalio Cosoy

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Peñaranda fue herido en la toma y cree que pudo haber desaparecido.

Recuerda que llegó a la oficina alrededor de las 11.20 de la mañana, allí había además cuatro mujeres. A eso de las 11.40 escucharon disparos y unos gritos.

Al darse cuenta de lo que ocurría se atrincheraron en la oficina, ubicada en la tercera planta de la cara norte del Palacio (un edificio rectangular de cuatro plantas, con un patio central, que ocupaba toda una manzana), y cerraron la puerta.

"Era una puerta de vidrio muy grueso; la cerramos para mayor seguridad; apagamos las luces".

"Nos sentamos al fondo de la oficina, allí conversábamos (más tarde decidieron que era mejor estar callados), sentíamos el desastre, los tiros".

Por la ventana que daba a la calle veían gente correr despavorida y a la policía desplegándose.

Comenzó entonces la ofensiva de las fuerzas de seguridad.

"No sé si yo vaya a salir vivo"

"Pensamos que eso se iba a acabar pronto, que la policía iba a llegar e iba a controlar ese asunto. Pero pasaron las horas y pasaron las horas y resulta que el tiroteo no paraba".

La policía, cuando entró, se tomó las dos primeras plantas del edificio. Ocupó la biblioteca, que estaba en el primer piso (planta baja).

Trataba de cerrar los ojos y decía: 'A ver si me muero y ya no me sigo dando más cuenta de todo esto', pero abría los ojos y decía: 'No me he muerto, qué problema

Mientras todavía funcionaban los teléfonos (después se cortaron o fueron cortados) llamó a una vecina, una amiga, para que recogiera a sus hijos de la escuela (su primera esposa había fallecido y su madre era muy mayor).

"Ella me prometió: 'No te preocupes Nicolás, que yo los espero y todos los días los esperaré aunque tu no estés'. Y yo lo dije 'sí, porque no sé si yo vaya a salir vivo de esto'".

Se recrudece la ofensiva

"Después se intensificó la batalla, porque llegó el Ejército. Y al parecer el Ejército dirigió el operativo, desplazando a la Policía".

"El Ejército llegó de una vez en forma bárbara, con tanquetas, reventó la puerta de entrada del edificio".

"(Las tanquetas) bombardeaban los pisos tercero y cuarto, que era donde estaban los magistrados y donde estaba replegada la guerrilla".

Llegaban helicópteros militares y echaban unas ráfagas de ametralladora violentas, como si estuvieran fumigando insectos

"Sabíamos ya cuando las tanquetas nos iban a disparar a nosotros, porque producían un ruido como de matraca: rrrrrrrr, ¡pa!"

"Transcurrían muy pocos segundos entre un disparo y otro".

"Tratábamos de estar sentados en el piso. Cuando escuchaba ese ruido yo temblaba y sudaba frío, pensaba que iba a morir".

Se veían lenguas de fuego, pero no eran del Espíritu Santo, sino del espíritu diabólico y criminal de quienes incendiaron eso

Además, militares apostados fuera del Palacio, "disparaban continuamente contra las oficinas de los magistrados en el tercero y cuarto piso".

"O sea que las oficinas de los magistrados estaban entre dos fuegos", dice.

Bolas de candela

"Antes de producirse el incendio (el edificio ardió en llamas), veía que sistemáticamente disparaban desde abajo -inferí que era el Ejército, porque la guerrilla no iba a estar en medio de los soldados- bolas de candela (fuego) que llegaban al tercero y al cuarto piso".

"Además llegaban helicópteros militares y echaban unas ráfagas de ametralladora violentas, como si estuvieran fumigando insectos. Se caían las cortinas, el cielorraso se venía al suelo, las lámparas se reventaban".

Yo les dije: '¿Ustedes son bomberos?' y uno de ellos se rió, como quien dice 'qué ingenuo', y me dijo: 'No, somos algo parecido' (eran guerrilleros del M-19)

Luego, cuando salió, los médicos quitaron varias esquirlas del cuerpo, pero le quedó una en el glúteo derecho.

"Al principio yo me la quería quitar, sentía como una aguja que penetraba en el músculo, y me dolía muchísimo, vivía mortificado con ese dolor". Pero después se le pasó y ya lo dejó estar.

"¿Ustedes son bomberos?"

"Eran las 10 de la noche y todavía no había terminado eso".

Entre las 10 y las 10.30 de la noche debieron salir porque el incendio se les acercaba, ya había consumido la oficina contigua.

"Se veían lenguas de fuego, pero no eran del Espíritu Santo, sino del espíritu diabólico y criminal de quienes incendiaron eso".

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Pájaro cree que está vivo porque lo protegieron los médicos.

"La oficina estaba llena de humo del incendio", pero también de gases lacrimógenos.

Decidieron entonces salieron hacia el fondo del corredor, donde unos hombres estaban tratando de sofocar el fuego con las mangueras del edificio.

"Yo les dije: '¿Ustedes son bomberos?' y uno de ellos se rió, como quien dice 'qué ingenuo', y me dijo: 'No, somos algo parecido' (eran guerrilleros del M-19)".

Eran, según Pájaro, entre 12 y 14.

Después de llevar primero a los rehenes hacia el cuarto piso, terminaron agrupándolos en el baño de hombres del segundo piso (entrepiso); eran como unas 70 personas.

"Somos los rehenes"

"Nosotros siempre gritábamos a coro, todos, para pedirle al Ejército que por favor no disparara".

"Decíamos: 'Somos los rehenes, por favor no disparen, porque nos pueden matar; por favor no disparen'".

Pero no parece haber dado resultado. Un tiro de una tanqueta, dice, pegó en una pared donde unos minutos antes había estado recostado él.

Las balas, mientras tanto, entraban por varios lados, recuerda.

"Yo estaba sentado en el piso y a mis pies estaba un señor que unos minutos antes estuvo conversando conmigo, que era conductor de la Sala Constitucional. Tras una lluvia de disparos hice así (gira la cabeza) y lo vi muerto".

"A mi lado izquierdo había otro señor canoso, de unos cincuenta y pico de años. Cuando me dí cuenta, este también estaba muerto".

Dentro del baño yo no vi que la guerrilla disparara contra nadie. He oído declaraciones en ese sentido y me parece que son declaraciones mentirosas

"Otra señora que estaba sentada cerca del boquete que se abrió con el disparo de la tanqueta contra el el muro también quedó muerta. Otra señora, a mano derecha mía, pegó un grito y quedó instantáneamente muerta".

"También hubo muchísimos heridos".

Él, entre ellos. Además de las esquirlas que le habían caído mientras estaba en la oficina, en el baño una bala le entró a través del glúteo.

"Me perforó el recto, yo pensé que iba a morir, sentí como si me hubieran metido un volador (fuego de artificio) de esos que lanzan en Navidad; sentía como candela (fuego), un dolor terrible".

"Trataba de cerrar los ojos y decía: 'A ver si me muero y ya no me sigo dando más cuenta de todo esto', pero abría los ojos y decía: 'No me he muerto, qué problema".

Algunos de los sobrevivientes del baño dijeron que la guerrilla ejecutó a civiles allí, aunque las investigaciones judiciales que existen no han demostrado esa versión.

"Dentro del baño yo no vi que la guerrilla disparara contra nadie. He oído declaraciones en ese sentido y me parece que son declaraciones mentirosas".

"Yo creí que nos iba a disparar"

"Pasada la 1 de la tarde, las mujeres les pidieron a los guerrilleros que las dejaran salir".

"Entre las mujeres se colaron dos guerrilleras", contó. Se vistieron como civiles. Una era Clara Helena Enciso y otra Irma Franco, una de las desaparecidas del Palacio de Justicia.

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Los rehenes salían con las manos en alto, lo que hacía que la gente pensara que tal vez eran guerrilleros.

"Mientras tanto, el comandante guerrillero decía: 'Tan pronto salgan las mujeres vamos a morir los machos, todos vamos a morir, porque el Ejército ya nos tiene rodeados por arriba, por abajo y por los cuatro costados'".

"Algunos le dijimos: 'Por favor, entréguense', y él respondió: '¿Ustedes saben lo que me harían si yo me entrego?'".

Finalmente, dejó salir a los heridos, a Pájaro entre ellos.

Bajó las escaleras, ayudando a un colega que estaba más grave que él. Cuando llegaron abajo vieron de frente a un soldado.

"Montó el fusil, nos apuntó y yo creí que nos iba a disparar".

"Yo le grité: '¡Somos rehenes!". El soldado los hizo tirar al piso -"lleno de aguas negras"- y arrastrarse hacia la salida.

Salieron con las manos en alto.

"Pensé que me iban a cobrar"

"Oíamos que gritaban: 'esos son los guerrilleros'". Dice que seguro pensaban eso porque iban con las manos arriba.

La Cruz Roja lo llevó en camilla hacia la Casa Museo del Florero, al lado del Palacio, donde las Fuerzas Militares habían establecido su base de operaciones.

En ese lugar vio cómo agentes de seguridad agarraron a un muchacho que decía "no, yo no soy…". "El muchacho no tenía pinta de nada, no tenía pinta de bandolero y, sin embargo, se lo llevaron para interrogarlo".

Si no me hubieran protegido los médicos mis hijos estarían en la Plaza de Bolívar con la fotografía mía en el pecho, exigiendo que les dijeran dónde está mi cuerpo

"Allí yo estaba llorando, llorando y adolorido", recostado en una pared del fondo de la Casa del Florero. Lo examinaron las personas de la Cruz Roja y decidieron enviarlo a un centro de salud.

Le dijeron que lo llevarían al Hospital Militar. Pero él dijo que ahí no. "Yo pensé que me iban a cobrar". Pidió, entonces, que lo llevaran a la Caja Nacional de Previsión Social, a la que estaba afiliado.

Protegido por los médicos

Estuvo alrededor de una semana en ese centro de salud, una semana que no fue particularmente tranquila, y no sólo por las intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido.

En un momento, cuenta, se le arrimó un soldado y le dijo: "Usted no puede hablar, usted se calla".

Luego de eso, en tres ocasiones hombres de civil o de uniforme intentaron -cree él- llevárselo, pero los médicos lo impidieron.

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Después de la toma, Pájaro volvió a trabajar en la Justicia, en el Consejo de Estado, que hoy funciona en el reconstruido edificio del Palacio.

"Si no me hubieran protegido los médicos, ¿sabe lo que hubiera pasado? Primero, habría quedado en la lista de los desaparecidos, habrían dicho que no había certeza de que yo era el que aparecía por ahí en los videos (hay personas desaparecidas que aparecen con vida en imágenes registradas por la TV) y posiblemente habrían encontrado algunos huesos míos en alguna de las cajas de la Fiscalía pero no sabrían quién ni en qué forma habría muerto".

"Y con toda seguridad mis hijos, cada 6 o 7 de noviembre, estarían en la Plaza de Bolívar (frente al Palacio de Justicia) con la fotografía mía en el pecho, exigiendo que les dijeran dónde está mi cuerpo, dónde está mi cadáver".

Con una canción

Luego de salir del centro de salud dice que no recibió ninguna amenaza, ninguna en estos 30 años. Aunque no descarta que le hayan hecho seguimientos.

Retomó entonces su vida; siguió vinculado al sistema judicial de Colombia, donde trabajó como consejero de Estado.

¿Cree Pájaro que se conocerá toda la verdad sobre lo que ocurrió ese 6 y 7 de noviembre? Responde con un verso de la popular canción "La custodia del Badillo":

"Parece que el inspector como que tuvo miedo, Mucho miedo en este caso para proceder, Porque todavía no han dicho quien es el ratero, Aunque todo mundo sabe quiénes pueden ser".