Palabras de Altagracia Ortiz en la puesta en circulación de su libro: En cuidados intensivos, una visión crítica al sistema de salud dominicano

 

En el año 2004, caminando como reportera de un lado a otro, me encontré con la sonrisa invencible de un joven llamado Darío Antonio Peña Suriel. Yo tenía una libreta en la mano y él tenía una triste historia que contar. Darío tenía veintitrés años, sufría de una leucemia linfoblástica tipo T que destruía rápidamente sus células y necesitaba un millón y medio de pesos para un trasplante de médula.

Darío luchó hasta su último minuto por sobrevivir, pero su familia, oriunda de las montañas de Constanza, no tenía dinero, y los organismos a los que acudió y que estaban dispuestos a apoyarlo, dieron tantas vueltas que cuando acudieron en su ayuda, ya Darío estaba enterrado en el cementerio de Tireo, su tierra natal.

Antes de morir, Darío pidió a las autoridades que construyeran una escuela en su pueblo, que hoy lleva su nombre y que hoy lleva su sonrisa y que hoy lleva el recuerdo de su lucha por la vida.

Otro día de triste recordación vi a una niña de siete años gritando sin consuelo en el mortuorio de su madre, que cerraran la maternidad Nuestra Señora de la Altagracia y que le devolvieran a su mamá, que según ella, la habían dejado morir después del parto. Lloraba tanto y era tanta su desesperación que parecía que todo el dolor del mundo se había concentrado en el de ella.

La mujer era de El Pedregal, una comunidad de Pedro Brand. Murió de una sepsi o infección generalizada post parto, probablemente adquirida en la Maternidad. Su deceso quedó registrado como un número más en las invencibles estadísticas de la mortalidad materna en la República Dominicana, pero para su familia, en especial para aquella niña que una mañana terrible lloraba sin consuelo y peleaba con el silencio de las piedras, y para sus hermanos, ella no era un número, era el centro de un mundo familiar que ese día perdió su sol y se quedó oscuro para siempre.

Este libro En cuidados intensivos. Una visión crítica al sistema de salud dominicano, se escribió mirando a los ojos el rostro de la injusticia. Es una muestra de aquellas cosas que he visto en los últimos quince años en los escenarios donde se producen cada día las noticias de salud.

"Otro día de triste recordación vi a una niña de siete años gritando sin consuelo en el mortuorio de su madre, que cerraran la maternidad Nuestra Señora de la Altagracia y que le devolvieran a su mamá, que según ella, la habían dejado morir después del parto. Lloraba tanto y era tanta su desesperación que parecía que todo el dolor del mundo se había concentrado en el de ella"

El papel de un periodista es contar la historia de su tiempo, con sus grandezas y sus miserias, con sus tristezas y sus alegrías. Y así, cubriendo la fuente de salud como reportera, yo he visto cuatro parturientas en una sola cama de hospital y he visto enfermos, algunos en estado crítico, atendidos en el suelo en centros de salud saturados de pacientes.

Yo he visto a médicos luchando con las manos vacías para calmar el dolor de sus pacientes, mientras las autoridades hablan tranquilamente de los avances de la reforma del sector salud, y enumeran elegantemente los logros de una y otra gestión.

Yo he visto que la salud ha sido una cenicienta por más de 50 años, y en ese contexto estas historias, humanas, tristes, dolorosas, desafortunadamente, se han convertido en episodios normales.

He visto que el sistema de salud está en cuidados intensivos, pero a ese estado no lo ha llevado una circunstancia. Según los especialistas, es una crisis sistémica, producto de que nunca ha estado en un lugar privilegiado en la agenda de las prioridades nacionales.

He visto también la crisis del sistema, que es una crisis humana, que ha convertido a los usuarios en parias y mendigos, y ha hecho que un derecho humano amparado por la Constitución de la República y estipulado en cuantas leyes, códigos y reglamentos se han escrito, se convierta en un lastimoso acto de mendicidad.

He visto a los pobres vivir una verdadera odisea cuando buscan un servicio en los hospitales. La falta de educación se manifiesta en todos los planos, pero la mayor evidencia es cuando se llega a la puerta de un centro, la salud sigue siendo un favor, no un derecho.

Este libro es una mirada, una mirada al día a día de ese sistema que colapsó, y que al hacerlo, arrastró a la gente, con todos sus derechos, a la abyección, llevando a la población a situaciones que han dejado de ser injustas para convertirse en infrahumanas. Es un libro sin más pretensiones que quiere contar la verdad de lo que he visto, y de contarla sin ninguna intermediación.

El periodismo es, de alguna manera, la memoria de los otros. Nuestro compromiso es escuchar a la gente e intentar que aprendan a recuperar su voz. Y mientras más desvalidas se encuentran las personas, más necesitan de sus periodistas. La ética de contar la historia es la ética de apegarse a la verdad y contarla sin intermediaciones.

No dejemos que a los reporteros se nos agote la capacidad de asombro frente al dolor humano y frente a la injusticia, ni dejemos que nuestro compromiso de decir la verdad quede nunca mediatizado por ningún interés que no sea el bien común de la sociedad, y no entreguemos nunca nuestra independencia de criterio, por más dinero que nos paguen.

Buenas noches, gracias por su compañía

Este libro está en deuda con las siguientes personas:

  • Bienvenido Álvarez vega, quien me concedió la distinción de su pluma para hacer el prólogo
  • Mi amigo Vianco Martínez, un contador de historia que tuvo la paciencia de sentarse conmigo a escuchar las mías
  • Ubaldo Guzmán, Minerva Isa, Leonora Ramírez, Ana María Ramos y Gustavo Olivo, que me prestaron su mirada
  • Wilson Morfe, un ilustrador de lujo, Humberto Martínez, diseñador de primera.
  • Julio Amado Castaños Guzmán, por su acogida entusiasta y desinteresada.
  • Y por supuesto, a mi esposo, Carlos Feliz Cuello, mis hijos Nadhia, Haydee y Carlos Manuel, y a mi hermana Rosa Cándida, quienes tuvieron la paciencia requerida en estos días de sacrificios y desvelos.

Muchas gracias

Altragracia Ortiz Gómez.

17 de noviembre de 2015.

UNIBE, Santo Domingo