Por Carolin Adames/Especial para Acento.com.do
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- En la parte más baja del Simón Bolívar, allí donde convergen los ríos Ozama e Isabela, entre las bolsas de basura, hierbas y lilas enredadas, flotan las 5 yolas de Carmen Lidia Marcelino, mejor conocida como Yaquelín.
Yaquelín, una yolera, que comenzó a los 17 años a cruzar gente de un extremo del río al otro, continúa 42 años después, ganándose la vida de la misma manera. Parece perderse en su propia historia al recordar el pasado: “fue Dagoberto Tejeda quien me llevó donde don Corporán de los Santos y él me dio un cheque para comprar mi yolita, todavía anda un poco de madera de esa yola por ahí”, cuenta con brillo en su mirada y una fugaz sonrisa.
Viviendo a la orilla del río, tenía que mantener a sus hijos como le fuera posible, llevaba sanes, con el dinero que se ganaba cruzando pasajeros. Poco a poco compró más yolas, para que su familia le ayudara a llevar el pan a casa.
"Los tiempos son distintos, años atrás era difícil salir del barrio de otra manera que no fuera en la yola, pero ya no es lo mismo. Uno sale desde la mañana, a cruzar lo que Dios manda, algunas veces se consigue algo, otras veces ni para un café”, narra.
El recorrido
El trayecto dura unos siete minutos, en donde los robustos brazos de Yaquelin evidencian la energía y el tiempo invertido en este trabajo.
Pareciera ser automático: se quita sus chancletas, se sienta en la segunda tabla de la embarcación, que puede verse crujir ante su peso. La yola desafía las hediondas aguas del Ozama, que se cuelan poco a poco en el fondo hasta mojar los pies de los tripulantes, pero la yolera toma un galón cortado por la mitad y se apresura a sacar el agua de la barca.
Sus yolas descansan en la ribera del afluente, que también es su patio, donde las personas que solicitan su servicio la van a buscar. “Ahora sólo tengo fijas tres personas, que vienen por la mañana, a veces viene otra gente”, dice. A 15 pesos el viaje, las personas son cruzadas a Los Tres Brazos.
“Allí hay una ruta de guagua que lleva a La Feria, también a Los Minas y así, a veces hay gente que me vocea desde Los Tres Brazos para que le vaya a buscar, también uno cruza los tanques de gas”.
Este trabajo le genera un ingreso ínfimo. Los 45 pesos de sus tres clientes fijos, son el único capital seguro para pasar el día. Conseguir algo más lo deja a la suerte de Dios.
La herencia
De los 8 hijos de Yaquelín, sólo uno llegó a segundo de bachillerato, los demás no terminaron la educación básica, pues se pusieron a "yoliar" para ayudar a su madre.
Tres de sus hijos viven con ella, Santiaguito, el más joven, tiene 19 años y se va con su padre a pescar en el río. Kelvin de 20 años, que toma la yola para buscar hojas de pencas de coco con las que hace artesanía y Ana Iris, la menor de las 4 hembras, que ayuda a su madre a cruzar pasajeros, cuando hay.
Ana Iris a sus 24 años, tiene tres hijos. La mayor, María Liss, de 9 años, se divierte tomando los remos, desde muy chiquita, a tal punto que ya es toda una experta. "Ella me dice, mamá yo te quiero ayudar, déjame buscarme para mi refresco", comenta con orgullo Yaquelín.
"Una vez yo estaba del otro lado y vocié para que me fueran a buscar y fue María Liss la que fue, chiquitica, como con 7 años".
De toda la familia, María Liss es la única que va a la escuela, está en tercero de la básica. Sus otros dos hermanitos aún están muy pequeños, dice su abuela.
La isla de La Esperanza
A pesar de su avanzada edad, no pierde la esperanza. Deja todas sus situaciones, su familia, su vida, todo en manos de Dios. Es común oírla decir, "cuando una puerta de yagua se cierra, una de caoba se abre".
A pesar del poco dinero que gana y de que a veces no se levanta nada, ella continúa cruzando gente: "yoliar es el único trabajo que hay, por aquí no hay nada más. Una vez me puse a vender desayunos, me lo cogían fiao y nadie me pagaba. Aquí no hay dinero, la gente es igual de pobre que uno".
Antes trabajaba como capataz de una pequeña isla, que se encuentra entre el río Ozama e Isabela. Cuando nos acerca a este lugar, su rostro parece cambiar. Al pisar la isla de La Esperanza, Yaquelín se convierte en otra mujer, una de esos cuentos pintorescos que recuerdan historias pasadas. Conoce cada uno de los árboles. "Yo sembré todo esto, aquí habían algunas matas que son viejísimas".
Yaquelín sabe que el río está contaminado, pero al igual que muchas personas del lugar, no tiene alternativa para sobrevivir: viven de la pesca, del reciclaje del plástico que llevan cañadas y desagües, de atrapar cangrejos y de la cría de cerdos en la misma orilla del río.
"El río huele mal y a veces no se aguanta. Los días de lluvia se llena de lodo y no hay quien trabaje, pero de eso uno vive".
Esta humilde mujer, tiene toda su vida allí y no parece conocer otro mundo. Al preguntarle si tiene sueños o aspiraciones, se ríe y responde: "claro, como todo el mundo", pero mira al río, como si las oscuras aguas del Ozama, esas que acarician sus remos desgastados, se hubieran tragado sus sueños.
Con más hijos que bienes, esta yolera es sólo una muestra de la realidad que se vive en estos barrios empobrecidos. La ausencia histórica de políticas públicas por parte del Gobierno, ha sido sustituida por acciones individuales de comunitarios y de organizaciones como el Comité Para la Defensa de los Derechos Barriales (Copadeba) y Ciudad Alternativa, quienes además del aporte directo que realizan, buscan la inversión real y definitiva por parte del Estado; a fin de terminar de una vez por todas con la pobreza y la desigualdad que se vive en estos sectores.