SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Imagine un sector donde un joven se gana la vida cruzando en su barca de remos, a 15 pesos, personas de una orilla a otra del río Ozama; un lugar donde más de 150 muchachos salen a otras comunidades a intercambiar enseres del hogar por pedacitos de oro.

Hágase la idea de un barrio en el cual cada mañana un hombre, sin camisa, fabrica con sus empleados suapers que luego otros vecinos salen a vender entre 50 y 90 pesos.

Ese sector es Los Guandules, un sitio de 85 mil habitantes -mal contados- que carga con el estigma de la delincuencia que ejerce una pequeña, pero temible, minoría.

La fama de esta comunidad es tal que los jóvenes cuando salen a buscar empleo, prefieren decir que viven en otro sector, y no en esta barriada que mira hacia el Ozama y pertenece a la demarcación del barrio Domingo Savio, al noreste del Distrito Nacional.

El mal del olvido

Por 364 días, la gente de aquí vive sin presidente. Un día cualquiera, un mandatario desciende hasta las casitas de la vera del río y hay espectáculo de rostros que se asoman a las ventanas y a las puertas para ver en persona al gobernante.

“Nosotros nos sentimos indignados con la persona del Presidente, porque ante la situación de los reclamos y los robos de funcionarios de su mismo gobierno, se hace como el  indiferente. Me molesta porque él da la impresión de que solamente el tuviese la capacidad de pensar”

Así sucedió el 5 de septiembre pasado. Las calles aún estaban pegajosas y el olor penetraba fuerte, debido al asfalto recién vaciado, cuando el presidente Leonel Fernández bajó a Los Guandules.

La gente del sector, que sufre un déficit de aulas grave y tiene más escuelas privadas que públicas, vio al mandatario avanzar con su séquito y, en alguna medida, revivió recuerdos y esperanzas hace tiempo enterradas.

“Cuando el Presidente se fue, a nosotros nos olvidaron”, cuenta el cura Juan de Jesús Jiménez, director de la escuela Domingo Savio.

Aquí, en realidad, se vive sin presidente 364 días al año.

“Nosotros nos sentimos indignados con la persona del Presidente, porque ante la situación de los reclamos y los robos de funcionarios de su mismo gobierno, se hace como el  indiferente. Me molesta porque él da la impresión de que solamente el tuviese la capacidad de pensar”, dice Jiménez.

El espejismo de seguridad y quietud que surgió con la estela presidencial se disolvió a su paso. Volvieron los colmadones a sonar su música estridente y hacerles imposible la vida a los vecinos todos los días de la semana. A esos negocios, dice el religioso, ciertos padres llevan a sus niños, que los miran embriagarse. Ahora la comunidad recolecta firma para el cierre de los que ignoraron la advertencia de reducir al mínimo la bulla.

Niños sin desayuno y sin saber qué comerán

El sacerdote Jiménez vive en la calle Ricardo Carty, vecina del río, cercana a una escuela básica de la iglesia y en un segundo nivel.

Cuando llueve con fuerza, seguro se encuentra entre los desalojados. Podría vivir en otra casa, pero el dice que prefiere el contacto con la gente. “Si uno viviera en otro espacio, no podría desarrollar esa capacidad de entrega, de sensibilidad y solidaridad con las personas. Uno estaría más en un discurso que posiblemente no aterrizaría en la realidad del barrio”.

Cerca de la rivera, donde él vive, la mayoría de las casas son una triste combinación de hojalata (una lata de aceite hecha plancha) y pedazos de madera, pisos de tierra y techo de zinc.

La comida aquí puede ser algo incierto. “Muchos niños vienen a la escuela sin desayunar y sin saber qué van a comer, y su mamá a veces está con los lagrimones porque no sabe qué les va a dar a sus hijos al mediodía”, dice el religioso.

Y agrega: “Yo me siento indignado. Cuando hay unos funcionarios que están ganando salarios altísimos y quieren aumentárselo más, cuando hay una población viviendo en pobreza y otra que vive en más que extrema pobreza: en miseria extrema”.

La edad para insertarse en las escuelas públicas es 7 años. Por esa razón, la Iglesia ha creado hogares para alfabetizar a los infantes antes de que entren al sistema y para que no pierdan los valiosos primeros años de su vida.

"Yo no soy de Los Guandules"

Chichí Mercedes González, coordinador general del Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (Copadeba), lamenta el prejuicio que existe en torno a Los Guandules y otros sectores con características sociodemográficas parecidas.

“Ahora mismo estamos trabajando como organización lo que es la identidad cultural en todos los niveles, porque nuestros jóvenes han ido creando un mito de que un empresario los aceptará (con mayor probabilidad) si son de María Auxiliadora, del Espaillat, de Mejoramiento Social”, dice Cordero.

Algunas empresas como Grupo Ramos, Corripio, y Centro Cuesta Nacional reciben jóvenes de Los Guandules a través del programa de pasantía del Centro Educativo Domingo Savio.

La mala valoración que tiene de su propio sector la gente supera la realidad, según Cordero.

“Eso es ficticio, porque si bien es verdad que en Los Guandules hay delincuentes, son dos o tres. La gran mayoría se inserta en el mercado laboral para garantizar que el Producto Interno Bruto del país aumente cada año”, explica.

En 2010, en Los Guandules ocurrieron 13 de los 400 homicidios en el Distrito Nacional, según un informe de la Procuraduría General de la República. La cifra es idéntica a otros sectores con características parecidas como Gualey, Capotillo y La Zurza. Pero también es idéntica a los asesinatos sucedidos en un barrio considerado, en su mayoría de clase media y alta: Arroyo Hondo.

¿Quién será el próximo?

En el seno de Los Guandules no hay centro de salud para sus más de 85 mil habitantes. Quien se enferma en la alta noche, si tiene carro y se dispone a salir hacia el hospital Francisco Moscoso Puello o al  Luis Eduardo Aybar (El Morgan), corre el riesgo de que lo asalten en el camino.

La Policía, una patrulla para semejante población, prende las luces cuando hace ronda. “Si yo fuera un delincuente y veo las luces me mando”, dice un señor que en las noches juega dominó encerrado en su casa.

En una esquina, cerca del mediodía, un carnicero exclamó que no sabe en qué momento "vendrán a atracarme".

El jueves pasado, según el cura, no eran ni las ocho de la noche cuando un hombre se resistió a que le robaran su motocicleta y recibió un tiro en la pierna. Los dos ladrones huyeron y el herido salió para el hospital. No se sabe si vive o murió.

Niñas que paren niños

En cualquier calle de Los Guandules se puede ver a una niña embarazada. La iglesia tiene un plan para materno-infantil que les presta ayuda y acompañamiento a las menores, y luego a sus hijos.

Sin embargo, no hay programas de educación sexual y mucho menos de prevención de embarazos en adolescentes. Esa situación ha provocado que la del sector sea una población en su mayoría joven.

Las escuelas aquí no dan abasto. “La sobrepoblación y la falta de oportunidades son peligrosas”, analiza el sacerdote Jiménez.

Chichí Cordero Mercedes, coordinador de Copadeba, explica que el sector solo cuenta con la Escuela Hermana Matilde, la Domingo Savio, Colusarra y Santa Filomena; ocho privadas formales y nueve “escuelas de patio”.

“Las escuelas públicas no abarcan la población estudiantil. Y las familias no tienen recurso para mandar a los niños a una privada, que aunque pagan un mínimo, es mucho para la gente de Los Guandules”, analiza Cordero, que pide más atención oficial.

En sectores como este, de mayoría trabajadora y una minoría que aterra y se impone, cualquier historia resulta incompleta. Como dice el cura: “Para hablar de Los Guandules, hay que conocerlo. Hay que vivir en sus calles y con su gente. Para poder escribir con profundidad sobre lo que pasa aquí, hay que vivir aquí”.

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