Montevideo, 18 abr (EFE).- Bajo la corriente política del batllismo, movimiento de centro-derecha que hacía asados de carne en la calle durante el Viernes Santo, Uruguay decidió hace un siglo renombrar la Semana Santa por la Semana de Turismo.
La Constitución de 1919, que estableció la separación entre el Estado y la Iglesia, fue la que dio pie para que en octubre del mismo año se promulgara una ley que renombrara los festivos del país.
En tanto, el 6 de enero se pasó a llamar el Día de los Niños, el 8 de diciembre Día de las Playas, el 25 de diciembre Fiesta de la Familia y a la Semana Santa se la rebautizó como Semana de Turismo.
Según señaló a Efe la historiadora Mónica Maronna, este cambio tiene que ver con dos elementos: por un lado, por el establecimiento del artículo quinto que dice que "todos los cultos religiosos son libres en Uruguay y que el Estado no sostiene religión alguna" y, por otro, por las ganas por parte del Estado de desarrollar el turismo como una actividad económica.
Este segundo hecho fue una de las razones por la que el país suramericano decidió conservar el calendario católico para establecer las fechas de la Semana de Turismo, pese a que había algunos parlamentarios que querían separar totalmente estas vacaciones de la Semana Santa.
"En la discusión emergía el tema de que eso era poco práctico para el turismo regional. Ahí se menciona específicamente el turismo argentino, que era el más importante en ese momento en la región. Entonces decían que la no coincidencia sería también un problema para atraer turismo", subrayó la experta.
No obstante, de acuerdo con el también historiador Gabriel Quirici, el hecho de que se celebre la Semana de Turismo acorde al mismo calendario también tiene que ver con que el Gobierno quería provocar a la Iglesia.
En ese sentido, explicó a Efe que el impulsor del batllismo fue el dos veces presidente de Uruguay (1903-1907 y 1911-1915) y cabeza del Partido Colorado (PC), José Batlle y Ordóñez, quien fundó el periódico "El Día", diario en el cual firmaba sus artículos con el seudónimo "El Judas" y en el que se celebraba el Viernes Santos con un enorme asado de carne en la calle.
"En Uruguay a principios del siglo XX hubo un fuerte impulso secularizador liderado por el presidente Batlle y Ordóñez, que de alguna manera remató un proceso que se había iniciado desde fines del siglo XIX de separación de la Iglesia y del Estado", resaltó y explicó que en este país sudamericano se estableció el registro y el matrimonio civil en 1880.
Quirici detalló también que en aquella época existía una concepción "muy crítica" por parte de la élite uruguaya que asociaba a la Iglesia con la época colonial y, por ende, "con un pasado que se quería superar" cuando se instauró en el continente una "mentalidad de progreso, de avanzada científica y cultural".
"En ese sentido, Uruguay fue bastante radical en su prédica con una contraparte un poco débil, porque institucionalmente la Iglesia en Uruguay no tenía el mismo peso que tenían otras sociedades latinoamericanas, como Perú, México y mismo Argentina", recalcó el también profesor de historia en la Universidad de la República.
Durante este siglo la secularización quedó intacta, ya que en la dictadura cívico-militar (1973-1985) hubo una clara separación entre el Ejército y la Iglesia.
"Lo que pasó es que la Iglesia Católica uruguaya, pero también las otras como las iglesias protestantes, tuvo una postura muy solidaria con los movimientos sociales. Incluso el Arzobispado de Montevideo siempre promovió apoyo a los movimientos de trabajadores. Es más, condenaban la represión militar", resaltó el también periodista.
Otro dato que resulta importante para entender la laicidad de este pequeño país de 3,3 millones de habitantes es que un terció de la población se define como "ateo o agnóstico", según contó Quirici apoyándose en diversos estudios recientes de sociología.
"De los otros dos tercios, muchos son mayoritariamente cristianos, pero se declaran sin iglesia, o tienen algo de formación católica, pero no tienen una práctica de misa, de seguir los preceptos de una vida religiosa institucionalizada", concluyó. EFE