A todos los pobres que nos enseñan tanto.
Los domingos por la mañana siempre me han ofrecido ese perfume despreocupado que me invitan al descanso, a la pausa, al ocio, a practicar algún pasatiempo personal o grupal, aunque este sea solo mirar por la ventana, para intentar adivinar cuál es la condición meteorológica del día, fresquito, caluroso o lluvioso.
Orar pausadamente, con o sin ayuda de la aplicación Rezando voy. Tomar café con leche, con algo calientito. Besar a mami dándole los buenos días. Leer algún libro, revisar sin apuro las redes, llamar a mi hermana que está en Canadá, programar el almuerzo. Sólo apuro el paso para intentar llegar a la misa del mediodía en la parroquia San Judas Tadeo. A veces simplemente no alcanzo, y sin culpas me quedo a disfrutar de la charla con mami.
La existencia es así, un conjunto de rutinas que uno va adoptando que nos permiten sentirnos confiados y seguros para avanzar por la vida. La incertidumbre sobre el futuro en general no gusta, hay quienes la toleran mas que otros, pero en general es ese “algo” que aprendemos a manejar para que no nos paralice el temor.
Y entonces pasa ese segundo en que se nos rompe la rutina, y nos damos cuenta cuan valiosa era, tal y como sabiamente me comentaba hace años mi amiga entrañable, la Doctora María Bell Viguri, “bienvenida sea la rutina, no deseemos los eventos que la rompen, que casi siempre no son buenos”.
Un aviso, una ruptura, un accidente, una muerte, una enfermedad grave, una pandemia llegan y rompen la rutina, y la semana en la que cada día tenía su rutina asignada se nos fusiona, todos lo hemos vivido. Personalmente he vivido varias veces la experiencia desde muy temprana edad en la que un evento o conjunto de eventos te hace sentir que a partir de ese segundo tu vida cambió para siempre.
El quiebre más reciente, anterior a la pandemia, que recuerdo me hace evocar una canción de tiempos “pre-pámpara” que convertí en una especie de himno al buen humor. Tal vez algunos no se atrevan a confesar que recuerdan esta canción, del gran intérprete dominicano Fausto Rey, que dice “toda la semana parece domingo, parece domingo, parece domingo…” en alusión a los sentimientos de una persona enamorada. Y sí, está en streaming, por si algún fanático inconfeso desea volver a escuchar su voz de terciopelo (https://www.youtube.com/watch?v=0iJkFwkyokQ ).
La ruptura de la rutina comenzó con el año 2020, aunque apenas nos dimos cuenta en República Dominicana; todavía quedaban algunas fiestas de la acostumbrada temporada navideña que entre nosotros se extiende hasta el día 6 de enero, Día de Reyes.
Mientras los dominicanos estábamos totalmente ajenos en nuestras celebraciones, las noticias llegaban por las cadenas internacionales sobre un nuevo virus y su rápida expansión por la facilidad del contagio.
Luego estuvimos bien absortos con otros temas, y no, no estoy refiriéndome a la temporada invernal de béisbol. Me refiero a las elecciones municipales del #16F suspendidas, que ocuparon el córtex frontal y el ventrículo derecho de la mayoría de todos los nacionales durante con imágenes de un pueblo entero protestado de las formas más creativas y diversas.
En fin, el hecho es que la enfermedad del COVID19 dejó de ser noticia lejana en este paraíso insular cuando desde su aislamiento en el hospital militar Ramón de Lara, vimos la foto del paciente número 1, ese conocido como “el italiano” (corrección política aparte y por supuesto sin ninguna implicación despectiva hacia esa nación) saludándonos sonreído. Ni siquiera parecía que estaba enfermo.
Aun cuando somos una isla, que sólo tiene frontera terrestre con Haití, somos un importante destino turístico, en mi opinión el más importante del Caribe. Ante esta realidad, era más que inevitable que tarde o temprano el COVID19 llegaría, y sin dudas por el puerto de mayor flujo de pasajeros, Punta Cana. Y así fue.
La cuestión es que un buen día los dominicanos amanecimos con la urgencia de que era inminente la declaratoria de emergencia, y consecuente cuarentena de toda la población.
Fuimos testigos vivenciales de lo que en semanas anteriores nos causaba hilaridad por su absurdo, como desde un palco de superioridad, una que nos hace creer que somos tan distintos del distinto del mundo, que no reaccionamos de igual forma que el resto del mundo. Las compras de pánico se extendieron en todo el país, esos mismos televidentes de las cadenas internacionales de noticias acabaron con los inventarios de las grandes cadenas nacionales de supermercados, desinfectantes, azúcar, arroz, leche, y claro el nuevo comodity que compite con el barril de petróleo “el rollo de papel de baño”.
Con la austeridad que intuyo es heredada de mi madre y mis tías, me resistí a sucumbir a la ola consumista, e hice mis compras normales para unos 15 días, sin acúmulos ni gastos innecesarios. Luego vería qué hacer. Mientras cerré mi oficina y nos fuimos a casa todos, con el temor que da la incertidumbre.
En eso, me dio por pensar en la imposibilidad de un encierro parcial o total de nuestra gente más humilde, de manera especial por quienes tienen q salir a diario para “levantar el peso”. A ellos se han sumado todos los empleados informales, y a los empleados formales suspendidos de sus trabajos. Mucha gente con ingresos modestos y sin ahorros pasó a no recibir ni un peso, a quedarse sin saber de que va a vivir durante la cuarentena. Es bien sabido que la asistencia del Estado y las obras de caridad es insuficiente.
Intenté organizar un horario hasta para moverme y ejercitarme dentro de mi apartamento, pues en mi condición, no es aconsejable permanecer estática por mucho tiempo. El afán de organizar una nueva rutina en medio de la incertidumbre puede que sea una herramienta para manejar el temor. De manera particular, controlar el tiempo para permanecer conectada recibiendo noticias reales y falsas, administrar el tiempo en redes en medio de una cuarentena no es tarea fácil, especialmente cuando asumes la tarea de desmentir tanta noticia falsa con apariencias de realidad, y hasta las que suenan ilógicas o ridículas, que circula.