Santo Domingo; R.D.- Cuando los japoneses de los Pokemon iban por ‘chicle’, ya el Arte Furtivo de Thimo Pimentel venía haciendo ‘bombita'. Hace cuatro años que el médico, catedrático, artista plástico, entre muchos otros oficios, viene desarrollando esta acción cultural donde, a través de piezas palpables y auténticas aporta al intelecto de sus “cazadores”.

“Ahora tenemos un grupo como de cuarenta muchachos tecnólogos informáticos trabajando en una plataforma para hacer del Arte Furtivo algo más viral de lo que ya es”, dice Thimo. “Claro, sin dejar de ser real y no virtual, como la mala copia de los ‘poke-mongo’, como yo les llamo”, explica entre los hornos del taller que tiene en su casa desde el año ochenta.

Taller de Thimo Pimentel, mostrado en exclusiva para Acent

Y es que para el artesano, la aplicación de “Pokemon Go” no es más que una estrategia de la compañía Nintendo por revivir unos bichos japoneses que se ganaron los corazones de los más pequeños en 1996, para ‘embolsillarse' un dinero fácil idiotizando a sus usuarios, además de exponer todos los datos que los mismos almacenan en Google.

“Estos muñecos falsos, se encuentran en cualquier parte y mantienen alrededor del jugador la anestesia de lo intrascendente”, manifiesta Thimo comparando la aplicación con las piezas de las acciones del Arte Furtivo, las cuales se buscan luego de estudiar pistas y aprender con ellas.

Cuando repartió los primeros cilindros de cerámica en veintiún lugares emblemáticos de Santo Domingo, su intención inicial era analizar el comportamiento de las personas ante algo desconocido, extraño y ajeno.

“La mayoría pasa por un sitio y ni se fija”, apunta el escultor. “Me concentré en lo que es la observación y el tratar de que la gente, dentro del ajetreo cotidiano se detenga a contemplar más lo que tiene delante”.

El experimento resultó en el “extravío” de una de las piezas. Thimo entonces decidió empezar a poner pistas en Facebook sobre la ubicación de los cilindros, con el único requerimiento de que quien las hallara las devolviera en calidad de préstamo para exhibirlas en su exposición “Los Cilindros del Arte Furtivo”.

Con la nueva dinámica, el “invento de Thimo” se hizo viral. Además de las redes sociales a la dinámica se involucró fotografía, sistemas de posicionamiento global, cámaras ocultas y aparatos de visión nocturna. Aquello que inició con un boceto en “el desorden” de su taller, se extendió al interior del país, viajando hasta Vail, Colorado, e incluso, al fondo del mar en La Caleta.

“Tuvimos el caso de una pareja donde ella a las once de la noche le pedía al marido que la ‘acompañara allí a buscar una cosa’ y él pensó que estaba loca”, cuenta Thimo entre risas. “Tanto fue lo que insistió que al final el hombre terminó más enviciado que ella”.

Cuando Thimo vio que la gente empezaba a aburrirse, su solución fue crear una pieza diferente y con ello surgió el fenómeno del coleccionismo.

“De ahí salió ‘el chiquindolo’”, dice el ceramista señalando un cilindro más pequeño. “Y luego hicieron su aparición los corazones (para San Valentín) y Aones (perros mudos taínos)”. 

Obras de Thimo Pimentel

Aunque algunos han tratado de imitarle, como el norteamericano que escondía cien dólares para que la gente los encontrara, el ‘stealth art’ de Thimo ha pasado a ser una acción merecedora de análisis antropológicos, que trata de cultivar la observación, el estudio de la historia, geografía, e idiosincracia dominicana.

“Han pasado cosas curiosísimas. Empezó a ser una forma de agrupar a personas, comunidades, familias ante algo positivo”, dice Pimentel enfatizando en que la actividad promueve la proverbial hospitalidad de nuestro pueblo, el conocimiento de nuestros ancestros y desmonta algunos mitos que nos enseñan en las escuelas desde pequeños.

Sin embargo, el Arte furtivo no ha encontrado apoyo en ninguna instancia de nivel superior, pues al parecer en nuestro país es prioritario consumir el presupuesto estatal en actos rimbombantes, como el más reciente agasajo de veinticinco mil dólares concedido a Vargas Llosa, que las necesidades urgentes del desarrollo cultural.

“Yo ni encuentro, ni me interesa, ni busco apoyo en el Ministerio de Cultura. Al contrario los ataco mucho”, dice Thimo restándole importancia al asunto. “Aunque el ex- ministro es mi amigo, desligamos la profesión de la amistad, pero aquí todo está muy politizado”, termina.

Parte del taller de Thimo Pimentel

Y es que desde muy joven Pimentel se ha mantenido como Suiza. A pocos días de la revuelta de abril de 1965, con 24 años y recién recibido de médico dermatólogo, Thimo además poseía acreditaciones como fotógrafo de la revista local “Ahora” y las norteamericanas “Time and Life”.

Con el Imbert de apellido materno, con sus amigos en el bando constitucionalista y la familia del lado de los llamados “Leales”  (fuerzas conservadoras del ejército), mantuvo una posición neutral, logrando, implícitamente, el recorrido fotográfico más fidedigno de la contienda.

Junto con un compañero de la universidad había planificado desentenderse de la Medicina y pasar el verano tomando fotos por el país. Habían comprado mucho material de trabajo en R Esteva & Compañía (distribuidores de Kodak en R.D.).

“Cuando los gringos llegaron teníamos rollos, papeles para impresión, líquidos para revelar y copiar, dos cuartos oscuros improvisados… en fin, estábamos bien armados”, recuerda. “Desde ese día cambié las armas de guerra por las Nikon que siempre me acompañaron durante el conflicto”.

Entre la UASD y la UNPHU sumó veintiséis años de docencia, retirándose en 1986 cuando también cerró su consulta privada para irse a Israel y España como Director de la Oficina de Turismo de la República Dominicana y, de paso, inscribirse en la Escuela de Cerámica de la Moncloa en Madrid, España.

“El médico nunca deja de ejercer su oficio”, piensa Thimo. “Lo que dejé fue el cobrar hace más de 30 años, pues a los tantos amigos no les cobraba y los enemigos, si los tenía, no iban a consultarse conmigo”.

Pero es el fuego, el alma de la cerámica, por lo que este hombre ha sentido una atracción ferviente desde niño. En compañía del artista plástico Paul Giudicelli Palmieri, Thimo aprendió a transformar el barro en arte, conoció de pastas, de componentes, de acabados ‘brillosos’ y de pigmentos para que de la arcilla blanca de Bonao no le salgan cosas ‘rosaditas’.

“No soy ceramista, soy un artista gráfico que utiliza este material como soporte. Por eso digo que soy un ‘francotirador de la cerámica’”, apunta Pimentel, quien a raíz de la prematura muerte de Giudicelli a los 45 años, decidió continuar su obra y sus investigaciones hasta el sol de hoy.

Dice el refrán que “A quien cuece y amasa, de todo le pasa” y el caso de Thimo no es la excepción. Con los murales del complejo turístico Cap Cana por ejemplo, aunque los cataloga como uno de sus trabajos favoritos, “cogió un poco de lucha”.

“Cuando ya estaban listos a uno de los dueños se le ocurrió eliminar una pared”, cuenta mientras sostiene una chinola recién caída de su mata. “Tuvimos que poner los dos murales que originalmente eran horizontales, verticalmente. Pero quedaron chulísimos”.

Otra de las tantas  “clienteladas” de las que tiene memoria es la vez que sin saber que les tenía fobia, le dibujó una culebra en el boceto de un mural a una señora francesa. “Al final se lo cambié por un caballito de mar que le fascinó”, recuerda Pimentel, quien aunque cree en la famosa independencia creativa del artista, puede moldear su obra según los gustos de cada quién.

Thimo Pimentel

Thimo ha sabido rechazar trabajos fraudulentos y regalar corazones furtivos. A usar sus tres hornos de gas porque se va la luz. A trabajar todas las tarde con la bulla de su música desde el oasis en que ha convertido su taller. A que un aguacero le derrita la pieza de arcilla recién moldeada.

“Yo he aprendido a vivir aquí como un turista, no le doy mente a eso”, dice engalanado en sus pantalones caqui y su camisa de algodón fresco. “Se llama ‘operación domplín’: que todo te resbale.”

A pesar de ser pionero de bastos proyectos que han contribuido al enriquecimiento humano y espiritual de nuestro pueblo y de todos los títulos que le atañen, a sus 75 años Manuel Felipe Pimentel Imbert (Thimo) solo quiere ser recordado como el tipo sencillo que es, amante de la vida, de la investigación y del trabajo.

“Me gusta más ser el hombre, el amigo solidario, el no querer ser más de lo que soy en mi interior y el no dejar nunca de ser niño”.