NEW YORK, Estados Unidos.- El papa Francisco es un revolucionario que está trabajando para aplicar su propia reforma de la Iglesia, inspirada en la Nueva Evangelización que proclamara Juan Pablo II, y que tiene como sustento la visión del papa argentino de darle poder a los pobres en la Iglesia.

Esta versión aparece recogida por George Weigel en un amplio trabajo publicado esta semana por el diario Wall Street Journal, en el que se destaca el aspecto revolucionario del papa Francisco.

Weigel es el autor de "El catolicismo evangélico: Reforma profunda en la Iglesia del siglo XXI", y co-autor, junto con Elizabeth Lev y Stephen Weigel, de "Peregrinación romana: Las Iglesias Station", ambos publicados este año por Basic Books.

Acento.com.do, en atención al interés que despierta Francisco entre los fieles de todo el mundo, y fuera del escenario eclesiástico, hizo una traducción del artículo y lo reproduce a continuación:

El revolucionario papa Francisco

A nueve meses del inicio de su papado, el Pontífice ha dejado en claro su objetivo de restaurar la pasión evangélica original de la Iglesia.

Por  GEORGE WEIGEL

28 de noviembre de 2013

Los primeros nueve meses del pontificado del papa Francisco a veces se han parecido a una prueba de Rorschach gigantesca en la que varios comentaristas de dentro y fuera de la Iglesia católica han “visto” realizados sus sueños y sus temores. Por desgracia, lo que se ha “visto” a menudo ha tenido poco que ver con el historial de Jorge Mario Bergoglio como sacerdote y obispo o con sus decisiones más importantes como papa.

Esas proyecciones llegaron a su punto culminante con la publicación el martes de la primera exhortación apostólica de Francisco, “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), que fue celebrada o lamentada, como si se tratara de un documento “Occupy Whatever” para una cumbre del G-8. En cambio, el documento papal debe ser leído y apreciado por lo que manifiestamente es: un llamado de atención para un cambio decisivo en la autocomprensión de la Iglesia católica, en plena continuidad con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Dadas las fantasías que el papa y su pontificado han inspirado tanto en la izquierda como en la derecha, a los tres cuartos del primer año de Francisco en la Silla de Pedro, podría ser útil describir con más precisión al hombre con quien compartí una conversación amplia sobre el estado mundial de la Iglesia católica en mayo de 2012.

En primer lugar, Jorge Mario Bergoglio es un discípulo cristiano radicalmente convertido que ha conoció la misericordia de Dios en su propia vida y que quiere permitir a otros compartir esa experiencia ‒y la sanación y la alegría que vienen de la amistad con el Señor Jesucristo.

Como declaró en una entrevista ampliamente divulgada en septiembre por una revista jesuita italiana, el papa Francisco es un “hijo de la Iglesia” que cree y enseña lo que la Iglesia católica cree y enseña, y que quiere que otros escuchen y sean llevados a la conversión por la sinfonía de la verdad católica, que él piensa que ‒con demasiada frecuencia‒ queda ahogada por la cacofonía eclesiástica

El papa Francisco está enteramente dedicado a lo que Juan Pablo II llamó la “Nueva Evangelización”, lo que quiere decir re-centrar dramáticamente a la Iglesia en su misión evangélica, y un redescubrimiento que cambia la vida por parte de cada uno de los 1,200 millones de católicos de vocación misionera por la que él o ella fue bautizado.

Él es un pastor profundamente preocupado por el rebaño, extrae su fuerza espiritual del rebaño, reta a las ovejas a tomar buenas decisiones, y respeta la piedad popular.

El Papa “de los confines de la Tierra”, como se describió a sí mismo desde el balcón central de la Basílica de San Pedro en la noche de su elección el 13 de marzo, es un reformista que, como dejó claro en la “Evangelii Gaudium", medirá la auténtica reforma católica por el criterio de la efectividad de la misión. Así, la reforma franciscana de la Curia Romana no se llevará a cabo mediante cualquier modesta satisfacción que se pueda derivar del movimiento de las fichas en un diagrama del flujo de la organización, sino por garantizar que la administración central de la Iglesia católica sirva a la misión evangélica de todos los miembros de la Iglesia.

Según lo descrito por José María Poirier, director de la revista católica argentina Criterio, el papa es un hombre que “quiere una iglesia santa, o por lo menos una con un gran esfuerzo por la virtud”, porque sabe que el ejemplo cristiano es por lo menos tan importante como un argumento lógico en el trabajo de evangelización de la Iglesia ‒ una convicción que explica su reciente (y bienvenida) crítica a los católicos “amargados”.

Él es, por el testimonio de muchos que han trabajado con él, un ejecutivo eficiente que consulta ampliamente, reflexiona sobre sus opciones, y luego actúa con decisión. Él no tiene miedo a tomar decisiones, pero las toma con cuidado, después de haber aprendido (como dijo una vez) a ser escéptico con sus impresiones iniciales e instintos al afrontar situaciones difíciles. No teme a la crítica, aprende de sus errores, y quiere que sus colaboradores lo desafíen cuando piensen que él está equivocado.

Es un hombre de amplia cultura, teológicamente bien leído, pero más dado a las referencias literarias e ilustraciones que a las citas teológicas académicas en su predicación y en la catequesis. De ahí que en uno de sus últimos sermones de la misa diaria elogiara la novela apocalíptica de Robert Hugh Benson de principios del siglo XX, Señor del Mundo, para traer advertencias importantes contra el utopismo dictatorial, o lo que el Papa llama “el progresismo adolescente”.

“El papa Francisco también capta la naturaleza de la gran crisis cultural de la posmodernidad: el surgimiento de un nuevo gnosticismo en el que todo en la condición humana es de plástico, maleable y sujeto a la obstinación humana, nada simplemente se da, y los seres humanos están siendo reducidos por el autoengaño, la definición legal o los dictámenes judiciales a meros paquetes de deseos.

El Papa está apasionadamente preocupado por los pobres, y él sabe que la pobreza en el siglo XXI adopta muchas formas. Se puede encontrar en la extrema pobreza material de su Buenos Aires natal, causada por décadas de corrupción, la indiferencia, y los fracasos de la Iglesia para catequizar a los líderes económicos y políticos de la Argentina. Pero la pobreza también se puede encontrar en el desierto del alma marchita espiritual de los que miden su humanidad por lo que tienen en lugar de por lo que son, y los que juzgan a los demás con la misma vara materialista. Luego está el empobrecimiento ético del relativismo moral, que baja el nivel de la aspiración humana, impide el trabajo en común para el bien común de la sociedad, e inevitablemente conduce a la fragmentación social y la infelicidad personal.

Como escribió en “Evangelii Gaudium”, el Papa Francisco no es un hombre de “ideología política”. Él sabe que “el negocio es una vocación y una vocación noble”, si se ordena al bien común y el empoderamiento de los pobres. Cuando critica el statu quo social, económico o político, lo hace como el pastor que está “interesado sólo en ayudar a todos aquellos que son esclavos de una mentalidad individualista, indiferente y egoísta para liberarse de esas cadenas indignas y alcanzar una forma de vivir y de pensar que sea más humana, noble y fecunda".

El papa Francisco es un revolucionario. Sin embargo, la revolución que propone no es una cuestión de prescripción económica o política, sino una revolución en la autocomprensión de la Iglesia católica: re-energizar el retorno al fervor pentecostal y la pasión evangélica de donde nació la Iglesia hace dos milenios, y una convocatoria a la misión que acelere la gran transición histórica del mantenimiento institucional del catolicismo a la Iglesia de la Evangelización Nueva.