SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Silvio Torres-Saillant, intelectual dominicano establecido en los Estados Unidos, expresó que detrás del antihaitianismo en la República Dominicana se oculta la negrofobia, que es un rechazo cultural que viene desde muy lejos contra los negros en la cultura dominicana.
En una entrevista con Elena Oliva, de la Universidad de Chile, aparecida en la revista Meridional, sobre estudios latinoamericanos, Torres-Saillant se expresa sobre diversos topicos poco tratados por los intelectuales dominicanos en el debate sobre la identidad.
Acento reproduce la cuarta y última parte de la entrevista.
MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos
Número 4, abril 2015, 199-226
Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia: conversación con el intelectual Silvio Torres-Saillant en Santiago de Chile
EO: Hay un elemento que no quiero dejar pasar en esta entrevista y es que en varios de sus textos habla de cómo los dominicanos en la diáspora han asumido su afrodescendencia. Pareciera que el estar fuera de República Dominicana los ha enfrentado a esa parte de su identidad. Usted en sus textos, la mayoría en inglés, toma un término al que me gustaría aludir, que es el de blackness, ¿cómo traduciría ese término al español? ¿Es la negritud? ¿Es la negrura?
ST-S: Yo prefiero negrura, primero para que no se vea como un término sacado del léxico académico intelectual, correspondiente, digamos, a ese movimiento cultural que se asocia con Césaire, Senghor y otros. En el vocablo negrura encuentro un término más bien descriptivo de una población cuyos problemas no se explican con el léxico académico. Aquí hay una cosa básica que hay que explicar: ¿en qué momento nació la persona negra? La negrura se construye en un momento determinado. Las personas de origen africano, no importa cuán oscura su tez, no eran negros en sentido cultural, en sentido social, para los antiguos: los griegos o los romanos, por ejemplo. Terencio, el gran dramaturgo romano contemporáneo de Horacio, se llama Publius Terentius Afer. De origen africano, pero no hay nada que sugiera que se le llamara negro. Para mí es importante que se sepa que la negrura nació en un momento. Me importa estudiar cómo fue que se armó esa definición, cómo fue el proceso que lo creó y cómo la vilificación se hace necesaria para el sistema económico que creó a esa persona negra. Por ejemplo, cuando en 1619 llegan los primeros afrodescendientes a la colonia de Virginia en lo que es hoy Estados Unidos, ya se llaman negros. Ya era posible en el Occidente cristiano mirarlos como negros independientemente de su lugar de procedencia: regiones, tribus o naciones africanas. Vale notar que se les llama negros, asimismo, con esa palabra en español. La palabra es española porque fue en los espacios de la colonización española que se creó esa identidad social.
Una vez que se crea esa persona cuyo significado se reduce a una condición racial se le puede imaginar sin historia y sin origen. La cronología que se les impone comienza en la plantación. A partir de esa construcción de la persona negra devaluada se pasa a la devaluación de África como lugar de oscuridad, barbarie, fealdad, demonios y ausencia de saberes. Se devalúa a África para dar consistencia a la ontología creada en la plantación. Pues, ¿cómo es posible que esta gente que hemos devaluado provenga de un lugar valioso? Entonces, de la construcción de la negrura arranca el proceso posterior de destrucción de África, que comienza a representarse como salvaje. Cuando los exploradores del Occidente cristiano hallan evidencia de grandes logros culturales, de civilización, de formación social en África, se lanzan casi siempre a buscar explicación en influencia foránea. La claridad que aporta el término negrura me parece ahora mismo más urgente que la respetabilidad de un término más académicamente reconocible. La negritud cesaireana es un fenómeno intelectual, un proyecto que arranca en un momento determinado y que no tiene realmente como meta contar el cuento. Está respondiendo de Occidente a Occidente, inclusive lo está haciendo con recursos que son sacados de la misma difamación occidental. Occidente negrea al negro al achacarle su negritud y el negro responde resemantizando el mote para convertirlo en bandera de afirmación y motivo de orgullo. Eso está muy bien, pero no nos ayuda necesariamente a imaginarnos un momento anterior a la devaluación. En una charla que daba en Harvard a principios de este mes, yo amigablemente criticaba una publicación reciente, muy importante, una reedición de un libro de varios tomos que contiene imágenes de lo que los editores llaman imágenes del negro en el arte occidental. Las imágenes comienzan muchos siglos antes de Jesucristo en Egipto. A mi parecer no pueden haber imágenes del negro tan lejos para allá atrás porque ello supondría que lo negro ya existía como un fenómeno social y bajo un ojo dominante, no negro, que lo observaba. Entonces, recuperar esa memoria a mí me parece equivalente a lo que estábamos diciendo del caso haitiano, al caso del antihaitianismo dominicano. Es decir, recuperar la imaginación de un momento anterior a la ontología devaluada. Sería cuestión de ver cómo surgió, qué estuvo involucrado en ese proceso y de qué manera se armó. Por ejemplo, la inferiorización del negro en la plantación fue bastante coordinada. Estaba leyendo unos memorándums que en el siglo XVIII escribe el rey de Francia a sus representantes en las colonias de ultramar sobre el trato a los negros. En esas memorandas se está hablando de cómo evitar que los negros puedan imaginarse la posibilidad de la igualdad. Y se ve la intencionalidad, inclusive se ve la inteligencia del proceso, hasta el punto de pensar en reducir los privilegios de los mulatos ricos y poderosos con tal de mitigar su capacidad de proyectar símbolos, es decir, evitar que su cercanía epidérmica pudiese crear en los esclavos negros la idea de que también ellos podían encumbrar su estatus. Se trataba de una dominación psicológica fríamente calculada, intencional, clara y bien ejecutada. El proceso intelectual que codificaría la inferioridad del negro, para ser histórico, comenzó con los indios en América. También hay que recordar que Occidente no existía en la antigüedad. Hace falta la transacción colonial para que nazca Occidente, el cual, al decir de Édouard Glissant, no es un lugar sino un proyecto. Ese proyecto realmente cuaja, o por lo menos se cohesiona en la transacción colonial, que es también donde nace la negrura.
EO: Y para usted, ¿negrura o afrodominicanidad? ¿Negrura o afrodescendencia?
ST-S: Lo bueno de afrodescendiente es que abre espacio conceptual para la mezcolanza, que es bueno no dejarla afuera. Es bueno que evitemos los discursos de pureza y que no hablemos como si fuésemos una sola cosa. Entonces si yo tengo dos pelos lacios aquí que me complican el proceso de peinarme por la mañana porque se levantan de una manera que los otros no, debo reconocer, así fuese a regañadientes, al bisabuelo español que estuvo por ahí. Hay que reconocer la hibridez, el mulataje nuestro, y hay que reconocer el mestizaje. Claro, no el mestizaje político e intelectual de Vasconcelos y compañía. Debemos reconocer que no somos puros, a la vez de entender cómo se ha manipulado el discurso de la mixtura, lo cual, claro, no es culpa de la mixtura.
EO: Y pensando justamente que usted está aquí para las VI Jornadas Caribeñistas, que se titulan Racismo y colonialismo en América Latina, ¿cómo ve usted el problema del racismo en América Latina hoy en día? Porque es un problema del que pareciera que no gusta hablar, no nos gusta asumir, o nos cuesta mucho.
ST-T: Porque lo vemos como algo que ocurre en otra parte, lo relegamos a otra parte. En República Dominicana, una de las cosas que hace el discurso trujillista es hablar de que Haití sí ha tenido problemas, esa lucha constante entre los negros y los mulatos, y que entre nosotros, no, lo cual es mentira, total mentira. La renuencia a reconocer el problema en nuestro propio entorno nos tiene fuñidos. No queremos tener las conversaciones difíciles porque son incómodas, ¿cómo voy yo a admitir que soy racista? Se sabe de restaurantes a donde es difícil para un negro entrar, y el hecho de que a ti te dejen entrar, aunque tú no practiques la exclusión, te hace beneficiario o por lo menos copartícipe de dicha exclusión. Si la administración del restaurante piensa que al excluir a personas de categoría menos deseable te está salvaguardando un espacio impecable habitado solo por gente de tu nivel (partiendo de que el comfort es mayor si no tienes que lidiar con la diferencia), quizás de esa manera justificando el mayor precio que te han de cobrar, se puede decir que lo hacen por ti. Quizás no te interese tanto ese comfort, pero si no lo rechazas, te haces parte del entramado que sostiene la exclusión. A mi parecer, debemos tener claro que nadie quiere sentirse racista, excepto los racistas profesos confesos, que sí los hay. Ahora, los demás lo son principalmente de carambola, al participar sin protesta del sistema racista.
EO: Y usted, desde su lugar como académico, como un intelectual que se reconoce afrodescendiente, ¿cómo cree que se puede aportar para desracializarnos o avanzar hacia un horizonte no racial de convivencia en América Latina, en América?
ST-S: Haciendo aquello para lo que somos buenos, que es decir cosas, educar, adelantar la prédica, y hacerlo de una manera que llegue más allá de la academia, que no se quede en los academic journals, que no se quede en la cátedra. Por eso es para mí muy importante enseñar no solo a estudiantes doctorales y graduados, sino también estudiantes de primer año, porque allí se crea el escenario para despertares. Creo necesario escribir para la prensa, por medios que lleguen a la gente, aunque los colegas de mi disciplina no los lean por no aparecer en las revistas académicas a través de las cuales nos comunicamos en la profesión.
EO: ¿De ejercer una función pública?
ST-S: Ejercer una función pública sin llamarse intelectual público, porque intelectual público es pleonástico. Tú eres intelectual o no lo eres. Cuando tú eres un sabedor de cosas, tú eres un erudito, pero no necesariamente un intelectual. Martí definía como intelectual a la persona que usa las palabras como armas y, supuestamente, con fines benéficos, de resolver problemas sociales, de ayudar en un despertar. A mí me llegan testimonios de gente agradeciéndome en privado el haber escrito tal o cual cosa. Es algo conmovedor porque te confirma que hay gente ahí afuera presta a beneficiarse del aporte que puedas hacer. También hay que saber hablar con la gente, aproximándose a cada quien según su ubicación ideológica y su formación. No puedes ver a cada persona que dice algo que tú consideras objetable como un contrincante; tú tienes que tratar de ver de dónde viene eso y tratar de entenderle su lógica. Mi madre tiene un lenguaje negrofóbico; ella jamás conectaba el negro del cual ella hablaba con sus hijos afrodescendientes. Ella tiene pelo lacio y tez clara. Mi padre reflejaba de manera más evidente la negrura. La vieja hablaba despectivamente de los negros delante de nosotros, jamás pensando que sus juicios de ninguna manera aplicaban a sus hijos. Se refería al negro abstracto, ese que nos enseñó la escuela. La gente de abajo puede sin contradicción despotricar contra el negro abstracto mientras trata con dignidad al vecino afrodescendiente. No se puede identificar el problema estrictamente a partir de los vocablos que la gente usa; también hay que mirar lo que la gente hace. Sobre todo hay que reconocer que muchísima gente ahí afuera no ha tenido ocasión de aprender sobre estas cosas que a los académicos nos importan tanto, como las identidades, la diversidad, las definiciones y su impacto en las relaciones sociales. Para nosotros importan tanto esos temas porque representan la materia prima de nuestro trabajo.
EO: Le quiero agradecer por esta generosa entrevista, por haberse tomado el tiempo, y espero que la conversación siga en el marco de las Jornadas.
Nota: Entre las publicaciones de Silvio Torres-Saillant, además de numerosos artículos, podemos mencionar Caribbean Poetics (1997), El retorno de las yolas (1999), El tigueraje intelectual (2002), la edición de Desde la orilla: hacia una nacionalidad sin desalojos (2004) en colaboración con Ramona Hernández y Blas Jiménez, y An Intellectual History of the Caribbean (2006).
PRIMERA PARTE DE LA ENTREVISTA