SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Ruth, nombre ficticio de una joven que a sus 17 años perdió la esperanza de amamantar ese hermoso retoño de su vientre porque un día del año 2003, fue esterilizada por una ginecóloga en un centro de salud por ser seropositiva.
La joven, cuyo nombre verdadero se oculta por razones legales, ya tiene 27 años, es nativa de Peralta, Azua –sur del país-, donde trata de llevar una vida normal junto a su familiares y amigos, aunque triste al saber que ya no podrá ser madre.
Ella cuenta que tuvo una niñez y adolescencia normal, como cualquier infante de pueblo y familia humilde. Aunque admite que era muy divertida y soñadora. En la flor de su juventud y como toda mujer ilusionada, Ruth se enamoró de un joven de La Romana, que se encontraba en su comunidad por motivos de trabajo, con quien meses después decidió vivir la aventura de su vida y salir del seno de su familia.
"Me fui con él a La Romana y me dediqué solo a labores domesticas, mientras él trabajaba en Casa de Campo", recordó.
Envuelta en el amor y vida nueva, Ruth desertó el octavo grado, pese a que estaba en un nivel muy por debajo al que ameritaba su edad. Fue inscrita a la escuela a los 11 años.
"Al poco tiempo de vivir con él, cuando apenas iba para los 16 años, salí embarazada. A los cuatro meses ya sentía síntomas extraños en mi cuerpo y me decía: algo está en mi organismo que no es normal y no era precisamente por el bebé. Una mujer sabe, conoce su cuerpo".
Ocho meses después de vivir en La Romana y con varias semanas de embarazo, Ruth volvió a su natal Azua. "Yo no me sentía cómoda, no trabajaba ni estudiaba. Aun estando embarazada y enamorada decidí volver a mi casa porque entendía que el nivel de vida que llevaba allá no era para mí.
La persona con la que vivía bebía mucho y había ocasiones en que hasta recibía maltratos psicológicos, pero así mantuvimos la relación. Él me llamaba todos los días y de vez en cuando venía a verme al campo y se preocupaba por mi barriga", explicó.
Con el objetivo de reintegrarse a su antigua vida, al regresar a su tierra continúo los estudios y completó el bachillerato. Inscribió Psicología Clínica, en la universidad en Azua, pero las condiciones económicas la obligaron a abandonarla.
Ruth visitaba el hospital municipal de Peralta, donde se realizaba los chequeos médicos, hasta dar a luz a lo que naturalmente para ella "fue un bebé hermoso" que, según recuerda, se parecía a su papá.
Durante el proceso de embarazo no le hicieron la prueba de VIH supuestamente porque nunca había posibilidad. Al otro día del parto natural, los médicos del hospital municipal le indicaron hacerse el análisis y la despacharon a su casa a media mañana.
Horas después, a eso de las cinco de la tarde, la dirección del centro médico envió a una enfermera a su casa que le indicó que no le podía dar el seno al bebé, pero no le ofreció mayores explicaciones. Pero, ya era tarde. Ella ya había amamantado dos veces a su hijo.
La enfermera le sugirió que al otro día vaya al hospital nuevamente para conseguirle una fórmula para que le dé al infante, a lo que ella obedeció. Donde, además, le dieron un antibiótico para la criatura. Ese día, a Ruth le informaron que tenía una infección en la sangre, pero no le especificaron de qué tipo. Información que entonces se convirtió en una fatal angustia, porque lo relacionaba a lo que sentía en los primeros meses del embarazo.
El mismo día, la refirieron para un laboratorio ubicado en el mismo pueblo de Azua, a realizarse una prueba del VIH, sin siquiera los médicos del hospital municipal de Peralta informales que tenían un posible diagnóstico, pero necesitaban confirmar.
Dos días después, la joven madre se despertó más temprano que nunca, abordó una de las escasas guagüitas del transporte público de Peralta y se trasladó hasta el hospital en Azua. Una vez el lugar, el personal le dio una breve orientación, le sacaron sangre y le sugirieron que vuelva a los tres días acompañada de algún familiar.
Ruth, que aguantó muchas horas de preocupación, no encontró para la fecha quien le acompañara, porque tuvo que dejar el niño, que no había sido declarado, con su mamá e ir a buscar los resultados. A su llegada se sentó en la sala de espera y se dijo en voz baja iDios, tu eres el que sabes!
Inmediatamente retorna a Peralta, va al hospital municipal con los resultados, que no había leído por su inexperiencia y después de 10 minutos de espera, la llamó la doctora Magalys Piña, ginecológica y entonces directora del centro de salud, leyó los resultados y sin muchos rodeos le dijo: eres positiva al VIH.
"Me quedé en silencio. No supe qué hacer, no razoné en ese momento. Salí del consultorio, me dirigí a mi casa materna devastada, me tiré en una cama… Lloré como loca, pensé que se me iba la vida en ese momento", explicó Ruth con evidente tristeza en su rostro al recordar el momento.
"Luego abracé mi hijo de apenas días de nacido. Lo abracé muy fuerte, no lo quería soltar y mi mamá, preocupada por mis llantos, me preguntó qué me pasaba, no supe explicarle. Mi papá estaba en la loma, donde echa todo el día trabajando agricultura, por lo pocos pesos que le pagan para mantener la familia.
¿Qué pasó después?
Sufrí mucho. Más porque al poco tiempo mi hijo murió. Nació con el virus, por no diagnosticarme la infección a tiempo y no pudimos llevar un tratamiento para evitarlo… A unos cuantos meses desarrollo asma bronquial y una mañana murió en mis brazos mientras le daba leche.
¿Y tú pareja, el papá de la criatura, recibiste apoyo de él?
En esos días él no estaba en Peralta. Esperé a que me llamara para informarle todo lo que estaba pasando. Pero fue una sorpresa para mí, él lo sabía. El único que sabía mi condición de salud era él. Siempre lo supo y no me dijo nada, porque él me contagió.
Ya cuando le dije que me habían diagnosticado el virus, entonces él como que medio se burlaba. Vía telefónica, mientras lloraba le reclamé y solo me respondió: No, porque donde yo vivo, el que va a los centros cerveceros y está con una mujer que tiene VIH, ella inmediatamente te dice que ya estás "cogio", hasta aquí tú llegaste.
Le respondí: es decir que tú estabas consciente de que vivía con VIH. Yo no lo sabía. Nunca me lo dijiste. Le colgué y rompí en llanto, es lo único que me consolaba, porque nunca imaginé que esa persona que yo amaba convivía con el VIH.
¿Y ahora qué piensas de él?
Bueno, a los días de esa discusión el vino a verme. Porque no pudo venir cuando falleció el niño. Quería seguir con la relación, yo por un momento quise intentarlo. Volvimos a estar juntos. Yo volví a quedar embarazada, pero siquiera me dio tiempo a decirle, después de esa última vez no volví a verlo. No sé si está vivo.
Lo que sé es que no siento ningún rencor hacia él, lo único que pedía a Dios era que no quisiera que siguiera infectando a más personas.
Personal de salud y la comunidad: Un conjunto de discriminación
Ruth declara que a pesar de que en el hospital le habían dicho que era positiva al VIH, tardó días en decirle a la familia su diagnostico, pero que día tras días le pedía a Dios las palabras adecuadas. Sin embargo, no le dio tiempo porque la comunidad se lo insinuó a sus padres con toda crueldad.
"Los médicos, el personal de laboratorio y conserjes del hospital municipal comenzaron a divulgar mi diagnóstico. Todo mundo hablaba de eso" y ella no sabía qué hacer.
"Nosotros somos una familia muy pobre. Soy la más pequeña de mis cinco hermanos. Fue muy fuerte para ellos también, porque no podían creerlo. Una noche le dije todo y ellos en vez de llorar, me dieron fuerzas", contó Ruth, quien al paso de los días aun no asimilaba su condición de salud y peor por las indiscreciones del personal de salud.
Tras un ligero cambio de posición corporal, la joven continuó explicando que siempre sentía el rechazo de las personas y que, incluso, hubo casos en que pasaban por la casa de su mamá con el único objetivo de mirarla y ver la condición de salud en que estaba. "Personas que tú nunca has visto en el lugar andaban por ahí solo para verme, me señalaban y comentaban. Sentía la misma discriminación que con los médicos, enfermeras, bioanalistas, porque cuando yo iba al hospital para atenderme tenía que esperar que consultaran a todas las personas".
"Una vez fui al hospital por varios síntomas y un doctor le dijo a una enfermera: "debes ponerte doble guantes hasta arriba del brazo, porque tú sabes que hay que trabajar así", recordó Ruth, que afirma que siempre fue consciente y le pide al personal que la atiende que se cuide, aunque en momentos se sintió abatida por las burlas y pensó que no aguantaría, "que no seguiría"…
Derechos sexuales y reproductivos de la mujer seropositiva
Ruth Esther, es el nombre que le hubiese gustado ponerle a una hija suya. Pero no dio tiempo siquiera a saber el sexo de la segunda criaturita que tenía en su vientre, porque a los tres meses fue esterilizada por la médico Magalys Piña, en el hospital municipal de Peralta, luego de que otro doctor, identificado por Ruth solo como Geraldo, le practicara un aborto.
En uno de los chequeos médicos, la doctora le dijo Ruth: "hay que practicarte un aborto porque tú no puedes tener hijos. Tú te mueres si te quedas con ese embarazo, porque tu organismo se puede deteriorar", aseguró la joven, quien inocentemente le respondió: "Usted es la doctora. Usted es quien sabe lo que debe hacer".
De acuerdo a las declaraciones, la doctora no consultó a los familiares de Ruth, pese a que para ese entonces ella tenía 17 años y muy pocos conocimientos sobre los derechos sexuales y reproductivos que le confiere la Ley 135-11 de VIH SIDA, a la mujer seropositiva.
"Cuando me practicaron el aborto, me esterilizaron inmediatamente, dijo Ruth sentada en una silla plástica en el patio de su casa, con una mirada húmeda y profunda hacia el verdor de los arboles que se veían a lo lejos de las montañas, embargada en una profunda tristeza interrumpida por el sonido de los pajaritos, típico de campo.
Al momento del procedimiento ella estaba sola en el centro de salud, ni su familia ni su pareja sabían de lo que se estaba paleando hacer con el destino de la joven. A lo que ahora Ruth reflexiona: "En ese momento yo pensé más en mi salud. Pero mi edad no era para tomar decisiones, sino era consultar personas de mi familia, que podían darse cuenta de que tan perjudicial era para mí, pero ella no consultó a nadie. No buscó un consentimiento de nadie y yo estaba ajena a todo. No tuve modo de defensa porque ignoraba que conviviendo con VHI podía tener hijos y que estos sean seronegativo".
Desde entonces la vida de Ruth cambió. Le costaba sonreír y explica que duró dos años depresiva, sin visitar médico, pero que después una persona (no recuerda ni nombre ni organización a la que representaba) fue a su casa y le habló, le fue ayudando, pero que duró seis años viviendo con el virus, sin consumir antirretrovirales y luego "me puse a investigar sobre la enfermedad. Recibí talleres de capacitación, busqué mucha información. Tengo la Ley 135-11, en mi casa".
¿Y cómo te sientes ahora que sabes que a través de tratamientos sí pudiste tener tu hijo o tus hijos?
Es un dolor inexplicable. Saber que no seré madre es algo muy fuerte, casi no puedo explicarlo, sobre todas las cosas me he aferrado a Dios. Y ya he estado pensando en adoptar un niño.
A pesar de todas las burlas que recibí en mi comunidad, un hombre se acercó a mí. Ya él sabía de mi condición de salud, pero de todos modos era mi deber informarle, como establece la Ley 135-11 en el artículo 78. Y que ella misma citó: "Toda persona que, conociendo su seropositividad al VIH, no comunique su condición serológica a la persona con la que vaya a sostener relaciones sexuales, será castigada con la pena de reclusión de dos a cinco años".
Y es así como Ruth interactuó con Ramón, nombre ficticio de la pareja que conoció una tarde al salir a un colmadito a comprar velas. En ese momento "Cupido los flechó", dice ella, pero que su ilusión de mujer quedaba guardada en recetas, medicamentos y decenas de brochures.
Es un hombre joven, que se dedica a trabajos de construcción. Y cuenta que le "apenaba que todos en la comunidad se expresaran de manera despectiva de Ruth" y afirmó que para él ese caso no significa nada y que nunca le me ha afectado, aunque le resultó difícil en primer momento, "pero luego entendí que cuando se ama a una persona no importan sus condiciones", así que le propuso que se mudaran juntos.
Ambos explican que la relación es totalmente abierta. Los dos leen sobre la enfermedad, se cuidan, y aunque sabe que Ruth está esterilizada, tampoco le preocupa ser padre, no por ahora y comparte la opinión de adoptar.
Al tomar la decisión de estar junto a Ruth, Ramón también fue víctima de algún tipo de discriminación por parte de los comunitarios, muchos de los cuales le "criticaban y le cuestionaban que cómo él podía estar con una persona que es sidosa", a lo que él respondía que "no temo a contagio. Sabemos cuidarnos. Y cuando ella se deprime por momentos, yo la apoyo y si ella llora, yo también lloro", dijo Ramón al compartir sonrisa con Ruth y estrechar sus manos.
Unidos en una humilde casita de madera doblada, techada de zinc, la relación ha perdurado por ocho años y él es seronegativo.
¿Has pensado en demandar a la Dra. Piña, por violar tu derecho a ser madre y el derecho a la confidencialidad y otros tantos que te confiere la Ley?
No lo he pensado. Llevo una vida tranquila, en paz. He decidido entregarle mi alma al Señor. Me consagro en la iglesia evangélica, única de Peralta. Mi pastor sabe de mi condición de salud. En la iglesia me han acogido con mucho cariño, creo que son los únicos que no me han discriminado.
Como ya conozco más del VIH, de vez en cuando voy al hospital comunitario y colaboro en el área de consejería, para ayudar a las personas a informar a la comunidad sobre el virus. También participo en las actividades educativas que realiza la Red de Personas que Viven con VIH SIDA en Azua.
Lo más importante ahora para mi es tener el apoyo de Ramón y mi familia.
Su madre, una señora de muy avanzada edad, a quien nombramos "Mile", dice estar conforme con lo que Dios ha decidido con la salud de su hija, aunque le duele que no le pueda dar nietos.
"Le voy hablar la verdad. A mí no me pidieron permiso ni para hacerle el aborto a mi hija, ni para prepararla. Todo ocurrió un mismo día. Yo me decía: concho pero esa doctora no podía hacer eso sin hablar conmigo… ella tenía que explicarme lo que iba hacerle a mi hija", dijo Mile, desde la comodidad un mueble de madera de cuando se casó, en la sala de la casita de características muy campestre.
Su hermano, "Ogandito", antepenúltimo de los cinco, entiende que para Ruth debe ser un poco "complicado" no ser madre, porque a ella le gustan mucho los niños y es muy cariñosa.