(Cortesía de Telesur) La mandataria constitucional recordó a los golpistas de Brasil que toda acción tiene consecuencias y que esta dejará grandes cicatrices al pueblo.
La mandataria constitucional de Brasil, Dilma Rousseff, señaló que el golpe de Estado que se está ejecutando en su contra a través del impeachment, no solo daña la democracia de su paí, sino que también desprestigia a la nación ante el mundo. Así lo sostuvo en una entrevista que ofreció al medio mexicano La Jornada.
Respecto al juicio político que se lleva en su contra, que probablemente se definirá a fines de agosto, luego de los Juegos Olímpicos 2016, cuando el Senado dominado por la oposición vote por la continuidad o el fin de su mandato; Rousseff apuntó que desde el punto de vista jurídico el impeachment existe aún cuando no hay un delito claro que se le pueda imputar.
“Y ésto no lo afirmo yo, lo dijo un grupo de peritos convocados por el Senado, y después lo confirmó la Procuraduría General de la República”, agregó, no sin antes asegurar que está convencida de que la actual gestión de Michel Temer está“dominada por ese corrupto llamado Eduardo Cunha”, de quien sospecha, aunque no lo denuncie formalmente, que sobornó a varios parlamentarios para que votaran por la apertura del juicio político.
Y es que desde la perspectiva de la mandataria, el actual gobierno tiene una disposición manifiesta de alinearse a EE.UU. y dejar de lado la política socialista con énfasis latinoamericano de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), una gestión que inició en 2003 con Luiz Inácio Lula da Silva y continuó con Rousseff en 2011.
Desestabilización en la región debe estudiarse
Dilma Rousseff expresó abiertamente que jamás pensó que se iba a orquestar un ataque contra ella, que fue elegida por 54 millones de ciudadanos, para colocar en su cargo a alguien (Michel Temer) que no tiene ni un solo voto.
Por ello, indicó que era primordial “estudiar las raíces de esta nueva forma de golpe que ocurre en América Latina” porque se “puede esconder las cosas, pero al final un golpe es un golpe”, señaló en referencia a la búsqueda de legitimidad de la derecha brasileña para derrocarla a través de estrategias jurídicas.
Tras señalar cómo cambió el paradigma del golpe militar, con las oligarquías utilizando a las fuerzas armadas para separar del poder a los gobiernos legítimos, un patrón de los años 60 y 70. Rousseff indicó que actualmente “lo primero que vemos es el comportamiento de las élites formando alianzas amplias para derrocar a los gobiernos populares a fin de impedir que continúen con sus programas sociales y de impulso al desarrollo”.
“Lo que resulta muy extraño es que este nuevo paradigma golpista procura mantener una apariencia institucional. Estoy hablando de esa modalidad iniciada en Honduras cuando derrocaron al presidente Manuel Zelaya (2009); después Paraguay con la caída de Fernando Lugo (2012) y ahora llegó a Brasil. Sin olvidar los intentos de desestabilización contra Evo Morales y Rafael Correa”, recordó.
¡Golpistas cuidado!
Respecto a estas telarañas que la derecha nacional e internacional pretende tejer en toda la región, Rousseff opinó: “Creo que quienes están apostando por estos golpes en América Latina corren el riesgo de causar una desestabilización profunda”.
En este sentido, reflexionó que los procesos golpistas tienen consecuencias imprevisibles, y que en el caso de Brasil es muy probable que las haya. “Me parece que ni los propios golpistas saben lo que podrá desencadenarse en el futuro. Lamentablemente, el precio a pagar será muy alto”, vaticinó.“Nadie puede suponer que estos procesos ilegítimos no dejarán marcas”, concluyó.
En contexto
El cronista mexicano Darío Pignotti ha señalado que esta es la crisis política “más grave desde el fin de la dictadura militar en 1985” que enfrenta Brasil. En toda la nación, en especial en Río (a propósito de los Juegos Olimpícos Río de Janerio 2016) “se respira un aire político contaminado”.
Con un presidente interino en ejercicio, Michel Temer, quien es rechazado por el 87 por ciento de los brasileños, según una encuesta publicada en junio, por un lado, las favelas están alertas, listas para luchar cuando haga falta, y por el otro, la policía y decenas de miles de efectivos militares están convocados a impedir cualquier revuelta popular.
Algunos ministros advierten que habrá mano dura contra los inconformes, a quienes compara con guerrilleros urbanos. Con esta estrategia pretenden amilanar a los activistas del PT y de los campesinos sin tierra, quienes ha convocado movilizaciones en defensa de la democracia.