Josefina Salomón/Publicado por Amnistía Internacional en el International Business Times
Redacción.- Cuando Adonis Peguero Louis superó la prueba de preselección para formar parte del equipo nacional de boxeo de República Dominicana, el futuro de este joven se desplegó ante sus ojos.
Como en una película, se vio anunciado como figura estelar en combates por todo el país, viajando a recintos deportivos de ciudades que sólo había visitado en la pequeña pantalla de televisión que reposa en un rincón de su abarrotado salón, cara a cara con los héroes de su infancia. Imaginó vívidamente que él también se convertía en un héroe, de esos cuya vida comienza con los bolsillos vacíos pero después logran salvar de la pobreza a quienes lo rodean.
No estaba fantaseando. Desde la primera vez que Adonis se puso sus guantes de boxeo azules, había mostrado un talento con el que sólo nacen las estrellas. La colección de medallas que decoran las paredes de su dormitorio muestran lo bueno que es.
“El boxeo ha sido mi pasión desde niño. Siempre veo a mis héroes pelear y quiero ser como ellos: Floyd Joy Mayweather, Sugar Ray Leonard, Abejón Fortuna, Muhammad Ali, Óscar de la Hoya. Sé que tengo talento para llegar lejos y ayudar a mi familia”, dice Adonis.
“Siempre veo a mis héroes pelear y quiero ser como ellos: Floyd Joy Mayweather, Sugar Ray Leonard, Abejón Fortuna, Muhammad Ali, Óscar de la Hoya. Sé que tengo talento para llegar lejos y ayudar a mi familia”.
Pero hay un problema.
Los padres de Adonis nacieron en Haití y, como a miles de personas que viven en República Dominicana desde hace decenios, no se les permitió registrar el nacimiento de su hijo. Esto impide que el joven boxeador tenga un documento de identidad y reclame la nacionalidad dominicana.
Este pequeño pedazo de plástico de colores se convirtió en la afilada aguja que hizo estallar la burbuja de Adonis. Sin él, no se le permite estudiar, acudir a la consulta de un médico, encontrar un empleo adecuado ni continuar el proceso de incorporación al equipo nacional de boxeo y dedicarse a su pasión.
En República Dominicana, el talento no es ya suficiente para que los jóvenes busquen un futuro mejor.
A todos los efectos, Adonis es un fantasma.
“Tenía muchas esperanzas. Sé que tengo el talento para ser parte del seleccionado nacional de box pero porque no tengo tarjeta de identificación no puedo seguir mis sueños. Era una oportunidad increíble pero tuve que dejarla pasar”, dice Adonis.
El joven boxeador habla en voz baja, con timidez. Mira por la pequeña ventana de una habitación de paredes grises hacia el camino polvoriento que separa su humilde vivienda de una amplia extensión de tierra verde donde unos niños corren, ríen y juegan al béisbol.
Adonis se ve reflejado en ellos. Como él hacía cuando era niño, todos sueñan con el día en que serán descubiertos por un entrenador estadounidense (República Dominicana es conocida por exportar deportistas a Estados Unidos) y se les brinde la oportunidad de brillar.
Pero para muchos de ellos, igual que para Adonis, el trabajo duro no es suficiente. Nacidos también de padres o abuelos haitianos, es probable que a muchos se les niegue cualquier forma de identificación que reconozca su nacionalidad dominicana. Como Adonis, están condenados a una vida de discriminación, marginación y pobreza.
Laberinto legal
República Dominicana posee un largo e inquietante historial en lo relativo al trato que dispensa a las personas dominicanas de origen haitiano, como Adonis.
Desde los primeros años de la década de 1990, las personas nacidas en República Dominicana de ascendencia haitiana han sido objeto de varias decisiones administrativas, legislativas y judiciales encaminadas a restringir su acceso a documentos de identidad dominicanos y, en última instancia, a la nacionalidad dominicana. Esto, a su vez, les impide acceder a servicios básicos como empleo formal, atención de la salud y educación superior.
En septiembre de 2013, el Tribunal Constitucional de República Dominicana falló que los niños y niñas nacidos en el país desde 1929 de progenitores extranjeros indocumentados no tienen derecho a la nacionalidad dominicana. La sentencia privó de forma arbitraria (y retroactiva) a decenas de miles de personas de su nacionalidad, y de hecho dejó a miles de ellas en situación de apatridia. La gran mayoría son descendientes de migrantes que llegaron del vecino Haití, país con el que República Dominicana comparte isla en el Caribe.
Las autoridades intentaron mitigar los efectos de esta sentencia discriminatoria pero, en ese camino, crearon complicados procesos y categorías de personas que a la mayoría les resulta imposible solventar.
Un programa de naturalización de seis meses que expiró hace un año, el 1 de febrero de 2015, ha resultado inadecuado. Cientos de personas afirman que nunca recibieron información acerca del programa y que sólo supieron de su existencia cuando ya había expirado. Muchas aseguran que era imposible reunir todos documentos de la lista que era obligatorio presentar. Uno de ellos era una declaración firmada por una comadrona o siete testigos que pudieran dar fe de que nacieron en el país.
Ahora, esas personas se ven obligadas a enfrentarse a un laberinto legal tan complicado que resulta casi incomprensible.
Las autoridades de República Dominicana intentan rebatir con firmeza el hecho de que decenas de miles de personas en el país se han convertido en apátridas, pero un informe reciente de Amnistía Internacional sobre este asunto desmiente este mito.
El gobierno declaró que la gente tuvo muchas oportunidades de regularizar su situación, una afirmación que Amnistía Internacional también ha hallado infundada. Algunos sectores nacionalistas han insinuado incluso que las personas dominicanas nacidas de familias haitianas deberían “volver” a Haití, aunque la mayoría no tiene ningún vínculo directo con el país de sus antepasados y han vivido toda su vida en República Dominicana.
“Nunca he ido a Haití. No conozco a nadie allá. Si me enviaran allá no sabría que hacer, como sobrevivir”, dice Adonis, que sigue intentando encontrar sentido a una situación incomprensible.
En todo Guanuma, a las afueras de la capital dominicana, Santo Domingo, decenas de personas comparten su historia. Una madre de seis hijos que no puede acceder a atención médica adecuada, el propietario de un comercio cuya hija no puede cursar la educación superior a pesar de su notable expediente académico, las muchas personas que luchan para encontrar un empleo adecuado.
Pero, a pesar de todo, Adonis se niega a abandonar. Se calza sus zapatillas deportivas y se preparar para salir a hacer su segunda carrera larga del día. Sigue esperando que un día podrá aceptar la oferta de unirse al equipo nacional de boxeo y, cuando ese día llegue, quiere estar preparado.