SANTO DOMINGO, República Dominicana.-La muerte sorprendió este viernes al veterano periodista dominicano Reginaldo Atanay, un ícono para los más viejos que ejercemos este oficio. Tenía 72 años de edad.
Atanay, considerado uno de los decanos de la prensa hispana en Nueva York y La Florida, falleció a las 6:30 de la tarde en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Memorial West, localizado en Pembroke Pines, Florida, donde residía en los últimos meses antes de trasladarse desde Nueva York. Había sido ingresado en la madrugada con dolores en el pecho, según contó su viuda doña Luz.
Editaba el periódico digital Atanay.com y laboró en distintos medios de comunicación en su país de origen, entre ellos La Nación, El Caribe, Prensa Libre y para el Departamento de Prensa de Radio Televisión Dominicana. Trabajó también en varios programas de radio y televisión, a veces como director y en otras ocasiones como co-partícipe. Entre otros medios figuran Radio Televisión Dominicana, Rahintel Canal 7, La Voz del Trópico, Emisoras Unidas y Radio Central.
Conocí a Reginaldo Atanay en 1962, cuando ambos coincidimos en La Nación como redactores. Entonces Atanay era ya un veterano, admirado y respetado por todos. Su gran experiencia profesional y política le permitió sobresalir y triunfar en el periodismo dominicano, tanto en nuestro país como en los Estados Unidos, específicamente en Nueva York, donde laboró en El Diario-La Prensa.
Nunca olvidaré aquella broma que le jugaron mi entrañable amigo Napoleón Leroux y Papito Amiama, entonces fotógrafo y jefe de talles del meridiano La Nación, respectivamente, al colocar una foto de Atanay en un mural del periódico en la que aparecía Atanay tras las rejas de la cárcel del cuartel policial de Villa Francisca, en un momento de represión de las cuales tantas veces fue víctima. La broma consistió en ponerle debajo de la foto una leyenda que decía: “¡A la reja!”, en una alusión al cómico cubano Aníbal de Mar, alias Tres Patines, quien decía esa expresión cuando en las comedias el juez le llamaba a comparecer.
Otra anécdota que todavía me hace estallar de la risa se refiere a una nota que publicó Atanay en el periódico derechista Prensa Libre, que dirigía Rafael Bonilla Aybar. La información que escribió daba cuenta del caso del violador de un niño, atrapado “mientras delicadamente le introducía el pene por el ano”.
En una ocasión publiqué que el autor de un escrito escudado bajo el nombre de Atanagildo Guaiguay, era el mismo Atanay. Sin embargo, Reginaldo Atanay me envió una carta en la que atribuía ese artículo a Pedro Andrés Pérez Cabral (1910-1981) más conocido como “Corpito” que por su nombre real, y de una obra sólo conocida por especialistas: “La comunidad mulata”, editada en Venezuela, en 1967.
Pérez Cabral, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela y en Derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, fue un ciudadano dominicano que, desterrado desde 1939, sólo pudo reintegrarse por espacio de 18 meses comprendidos entre octubre de 1961 y mayo de 1963.
“Más conocido por su novela “Jengibre” (1940) que por este enjundioso ensayo, Pérez Cabral ha devenido, muy injustamente, para cierto sentido común, sinónimo de pensamiento racista. Si bien en aquél texto de juventud hay cierto acopio de un sentido común dominicano donde el prejuicio racial es santo y seña, no es correcto extrapolar la crítica de un texto a otro, ni de despachar tan enjundioso ensayo con un simple adjetivo” (1).
Cuando se produjo la revolución del 24 de abril de 1965, Atanay trabajaba en Prensa Libre. El periódico fue incendiado por las turbas y nuestro personaje tuvo que salir hacia el exilio, pues su vida corría extremo peligro. Se radicó brevemente en Puerto Rico, donde trabajó en El Imparcial y El Día, para luego dirigirse a Nueva York. En Santo Domingo trabajó para los periódicos La Nación, El Caribe, Prensa Libre, el Departamento de Prensa de Radiotelevisión Dominicana, y la edición dominicana de la revista cubana Bohemia Libre. Participó en muchos programas de televisión y radio, unas veces dirigiendo, y otras como copartícipe, entre ellos Radiotelevisión Dominicana, Rahintel Canal 7, La Voz del Trópico, Emisoras Unidas, Radio Central y Radio Quisqueya, propiedad del periodista y poeta José Jiménez Belén, donde mantuvo el programa El Informador.
Por sus méritos en el quehacer periodístico, el Gobierno Dominicano condecoró a Atanay con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, en el Grado de Caballero, la más alta distinción que se concede a ciudadanos distinguidos. Reginaldo Atanay publicó trabajos para el periódico El Caribe, estando en plena adolescencia, con ensayos literarios, así como poemas.
La labor más intensa, en el diarismo la realizó en el periódico La Nación, en donde mantuvo columnas de opinión, entre ellas “Actualidades” y “Como en Botica”. Esta última columna era combativa, y caló hondo en la opinión pública criolla, llegando a ser criticado acerbamente en el famoso “Foro Público” que se publicaba en El Caribe, y cuyas críticas salían desde el Palacio Nacional, durante la dictadura de Rafael L. Trujillo.
En sus trabajos de opinión, Atanay se había concentrado mucho en lo político. Pero también dominaba lo social, cultural, y a veces trasciendía a lo místico o metafísico. Se definía como una persona ecléctica, que no se situaba en ningún bando o secta, sino que comulgaba con lo que creía positivo de cada escuela o grupo, y entiendía, como filosofía, que la labor básica y principal del periodismo es formarse e informarse, para luego inducir a sus lectores a pasar por ese mismo cedazo.
Al trasladarse a Nueva York, comenzó a escribir una columna con el título de “Bohío Dominicano”, en El Diario-La Prensa. Primero se publicó semanalmente, luego tres días a la semana, más tarde durante toda la semana, y finalmente, una vez a la semana, pero ya sin el título de Bohío Dominicano.
Atanay entró a laborar por cuenta propia (freeelancer) en “El Diario”, por casi dos años; luego fue contratado como empleado de planta, desempeñando las funciones de reportero, subdirector (en dos ocasiones); Director Asociado, Editorialista, y finalmente Editor de Comunidad, hasta el 12 de diciembre del 2003, cuando dejó de pertenecer a esa empresa periodística.
La muerte sorprendió a Atanay sin que llegara a publicar varios libros, entre ellos, recopilaciones de sus “Meditaciones”, (1963) las que complementan usualmente a sus artículos periodísticos de opinión; ese libro también incluiría varios artículos místicos. Preparaba asimismo un libro de poesías, y otro titulado “Viajando con la Imaginación por Dominicana”, el que incluye artículos ya publicados, y otros inéditos, sobre los distintos pueblos, gentes, lugares, aldeas y situaciones de la República Dominicana.
Reginaldo Atanay Cruz nació en San Pedro de Macorís, el 16 de mayo de 1940. En esa ciudad estudió en los colegios Cristo Rey y San Esteban, Escuela Anexa y Escuela Pública No. 4. En Santo Domingo, estudió en la Escuela Perú, Colegio San Miguel, Escuela Padre Billini y Escuela República Argentina. Sus padres fueron Reginaldo Atanay López y Ana Matilde Cruz. Casó con Luz Atanay, pero no tuvo hijos.
Atanay recordaba siempre, con mucho cariño, a sus profesores de San Pedro de Macorís Naomi S. de Uffre y al Reverendo Thomas O. Basden. Pero también a los de Santo Domingo: José Miguel Vendrell, Pedro Ozuna, Gloria García, Octavio Ramírez Duval, Mota, oriundo de San Francisco de Macorís y cuyo nombre no recuerda. Atanay, tenía una columna en su mensuario “El Cervantino”, sobre notas gramaticales.
El autor de este artículo perdió por muchos años el contacto con Atanay. Sin embargo, cuando pude localizarlo, mantenía su portal electrónico Atanay.com, desde Nueva York, que luego trasladó su sede a La Florida.
Me satisface decir que siempre que le envié algún artículo sobre variados temas, serios y humorísticos, Atanay me los publicó rápidamente sin quitarle siquiera una coma, mucho menos censurarlos. Pero, aún más: gracias a nuestra amistad, Reginaldo Atanay se ha convirtió en uno de mis personajes inolvidables.
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(1) Cielo Naranja en Internet, portal del escritor dominicano Miguel D. Mena.