Por: Yoe Suárez para Diario de Cuba en alianza editorial con CONNECTAS*
Adentro pesaba más el ambiente, los hombres aspiraban con dificultad lo que otros exhalaban y el cuerpo frágil de Alexis se apagó: “No puedo precisar cuánto estuvimos amontonados, porque por el calor asfixiante y la recirculación de dióxido de carbono perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos de nuevo, estaban reanimándome, y la policía gritaba a la gente que se alejara”.
La escena describe una usual tortura del castrismo en la última década: retener por cerca de una hora o más en vehículos herméticamente cerrados, muchas veces bajo el sol, a personas incómodas para el régimen. Aprovechando el clima húmedo y abrasador de Cuba, en un espacio recubierto de metal, el método patrulla-horno puede provocar sensación de asfixia, desmayos, irritación cutánea, vómitos, deshidratación, etc. El uso, inclusive, de compuestos químicos está documentado.
En marzo de 2019, el opositor Ángel Moya fue detenido en la calle mientras hacía jogging en La Habana. Los militares “cierran las cuatro ventanillas herméticamente y me dejan bajo el sol”, relató. “Golpeé los cristales y les dije que los bajaran para que me entrase aire, pero dijeron que no”. Lanzó patadas contra una puerta de la patrulla. Una ventanilla se abrió, pero en vez de aire fresco recibió una dosis de spray pimienta. La irritación en las mucosas de ojos y nariz empeoró al ambiente calcinante.
El movimiento opositor femenino Damas de Blanco (DDB), liderado por su esposa, Berta Soler, ha documentado casos similares, donde la tortura patrulla-horno es combinada con el uso de compuestos sintéticos. En octubre de 2019, Micaela Roll, Marieta Martínez, Zulema Jiménez y María Josefa Acón fueron detenidas violentamente. Ocurrió tras ir a misa en la iglesia habanera de Santa Rita, y lanzar octavillas contra el socialismo por calles cercanas, en la campaña “Todos Marchamos”.
Las mujeres detectaron “un olor químico fuerte” en las patrullas donde terminaron herméticamente encerradas horas bajo el sol. A Micaela le faltó el aire, Marieta acabó vomitando tras ser abandonada lejos de su casa y María Josefa sintió “su cabeza grande” antes de desmayarse.
En marzo de 2017, Berta Soler denunció ante la Fiscalía General de la República que en la capital y en provincias con delegaciones de DDB, las activistas “son detenidas, sometidas a actos de repudio y encerradas en autos patrulla, donde permanecen al sol durante varias horas”, y luego eran “abandonadas en zonas boscosas e inhóspitas alejadas de la ciudad”. Expuso cómo les obligaban a desnudarse, permanecer incomunicadas, sufrían robos con fuerza del dinero en sus pertenencias, actos vandálicos en sus hogares, y decomisos de juguetes para niños, laptops, cámaras y otros equipos.
La normalización de relaciones entre la isla y Estados Unidos “avanzó, sin embargo, en Cuba las violaciones de Derechos Humanos han aumentado abismalmente”, acusó la misiva, en referencia al proceso de “deshielo” diplomático protagonizado por Barack Obama y Raúl Castro. En 2018, otro informe enumeraba métodos de los OSE contra las damas. Mantenía entre ellos la tortura patrulla-horno, y detallaba: “Con las ventanillas cerradas para causar sensación de asfixia”.
Soler y Moya documentaban domingo tras domingo atrocidades que veían o vivían. Jóvenes, ancianas, negras, blancas, operadas de cáncer de mama, terminaban la mayoría en la Escuela de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) de Tarará, esposadas por horas en sillas, mientras policías de ambos sexos llenaban sus cuerpos de piñazos y patadas. Desnudar, escupir, vejar, morder. Al otro domingo, marchar. Y, otra vez, desnudar, escupir, vejar, morder.
“Al iniciar Todos Marchamos eran 200 damas, hoy se mantienen 24”, reveló Moya. “La mayoría se exilió”. Ni él ni su esposa recuerdan un colectivo feminista en Cuba que se pronunciara contra la violencia a la que fueron sometidas aquellas mujeres.
El ciclo de la represión se extendió por decenas de semanas. La sucesión de desmanes en los informes entre 2015 y 2020 suplanta el horror de las primeras lecturas por cierto cansancio. Similar efecto a la seguidilla de asesinatos de mujeres en 2666, la novela del chileno Roberto Bolaño.
El opositor y analista político, Antonio Rodiles, lo describe como parte de una nueva lógica represiva propia de Raúl Castro: “Cuando sistematizas esos arrestos, deja de ser noticia, aburre”. Y la visibilidad en la prensa internacional es un factor de protección vital para los activistas. Ángel Moya recuerda pocas veces a medios de comunicación extranjeros acreditados reportando los violentos arrestos.
El procesamiento de unos 300 materiales de organizaciones pro derechos humanos (como Prisoners Defenders o el Instituto Cubano por la Libertad de Expresión), referencias en la prensa, denuncias en redes sociales, videos testimoniales, y entrevistas con víctimas, reveló 117 casos del método de tortura patrulla-horno de septiembre 2013 y abril 2021. Este no es un inventario total, muchos más casos pueden aparecer, pero deja un retrato de la represión castrista.
En la isla crece el desabastecimiento de alimentos y medicinas, y el peso cubano está cada vez más devaluado. La situación de desespero ha hecho que la protesta pública se haya convertido casi en una constante bajo un régimen que limita las libertades de asociación, reunión y expresión. Solo en abril de este año, El Observatorio Cubano de Conflictos sumó 203 protestas, un 10 por ciento más que el mes anterior.
La represión por parte del Gobierno también ha crecido, y con ella, la utilización de la patrulla-horno como método de tortura. Del segundo período de Raúl Castro (2013-2018), califican 52 casos, y 65 del periodo correspondiente a Díaz-Canel (2018-2021), quebrando el mito de que “sin un Castro en el poder” Cuba va mejor.
Soler recuerda que en abril de 2015 el movimiento que lidera “inició sin nombre aquella campaña, distribuyendo y exhibiendo fotos de presos políticos en el transporte urbano”. Meses después, se sumaron activistas de otros movimientos, entre ellos Rodiles y su equipo de Estado de Sats, fundamental en la documentación de las manifestaciones. La campaña, que iniciaba después de asistir a misa en Santa Rita y de un encuentro de las damas en el parque Ghandi, adoptó el nombre de Todos Marchamos. El objetivo era exigir la libertad de los presos políticos.
La recopilación de datos de Berta Soler y Ángel Moya ha sido constante dentro de la oposición. Otros grupos, como Unión Patriótica de Cuba (Unpacu) o el Movimiento Opositores por una Nueva República (MONR), cuyos hombres se unieron a Todos Marchamos, no cuentan con reportes tan minuciosos y de tan larga data sobre agresiones contra sus miembros. Quizá por ello la estadística incluye muchas más mujeres. Unos 200 informes semanales, mensuales y anuales de 2015 a 2020 corresponden a DDB, y sólo especifican condiciones represivas sufridas por sus activistas.
Los primeros registros sobre Todos Marchamos aluden a la presencia de hombres insolados por horas en patrullas hermetizadas, aunque, muchas veces, eran metidos en furgonetas UAZ de la era soviética. “Ahí es peor que en patrullas o guaguas –dijo Rodiles-, porque el metal no tiene aislante con el interior, las ventanillas son aberturas pequeñísimas o están selladas, y hacinaban dentro a una buena cantidad de detenidos, entre ocho y diez en los dos bancos laterales y otros tirados en el piso”.
En 2020 y 2021 la cantidad de hombres sometidos a la patrulla-horno aumentó, mientras que el de DDB descendió. Ángel Moya parece tener la respuesta para ese nuevo balance: “Aunque la campaña Todos Marchamos no ha concluido, fue interrumpida en marzo de 2020 por la Covid-19”. El régimen aprovechó el avance de la pandemia e impuso restricciones de movilidad y reunión aún mayores.
También cambió la táctica del régimen. “Ni siquiera dejaban llegar a Santa Rita a las damas. Frente a la casa donde vivimos Berta y yo, sede nacional del movimiento, [los OSE] armaban actos de repudio enmascarados en congas, llevaban niños de las escuelas, ancianos de Casas de Abuelos, hasta el Centro Nacional de Educación Sexual llevó una comitiva de gays para agredirnos”.
Torturar y degradar
En los últimos dos años, la mirilla de esta técnica represiva hizo contacto con nombres más nuevos en la oposición. El 19 de abril de 2021, la periodista Mary Karla Ares fue detenida camino a una entrevista. No imaginaba que la patrulla donde la trasladaron hasta la Cuarta Unidad de Policía del Cerro se convertiría en un lugar de tortura. “La dejaron por más de cuatro horas encerrada dentro del auto bajo el sol”, contó Normando Hernández, editor de la veinteañera. Una de las dos agentes vestidas de civil que la custodiaban le espetó codazos en la cabeza.
El productor Michel Matos, del Movimiento de artistas contestatarios San Isidro (MSI), vivió hora y media de patrulla-horno. “Fue un rato muy desagradable, apabullante. Toda mi ropa se empapó terriblemente de sudor, porque te trancan y cierran las ventanas del vehículo. Comencé a sudar y sudar, sientes que vas a colapsar”, relató en octubre pasado. A veces el oficial de los OSE encargado de su detención se asomaba por las ventanillas cerradas y Matos pidió que bajara una. Pero “decía que eso no se podía hacer”.
A Alexis Pérez Lescailles y la activista María Josefa Acón tampoco les permitieron consumir alimentos y agua mientras permanecían detenidos, con las ventanillas cerradas, en septiembre de 2019. “Yo estaba en Centro Habana junto a otros activistas que logramos burlar el cerco policial a nuestras viviendas, para asistir a la Marcha de los Girasoles, promovida por la dirección de la Unpacu para el día siguiente”, relató el hombre sobre la protesta contra el sistema que consistía en salir a las calles con una de esas flores.
Pero en la noche del sábado 8, previo a la movilización, fueron arrestados y llevados a una estación del extremo sur habanero. Permanecieron dentro de la patrulla 17 horas. La detención coincidió con parte del horario de extremo calor en el trópico, entre 12 meridiano y 5 de la tarde. “Es necesario que el mundo vea toda la represión, la violencia y las detenciones arbitrarias realizadas por el aparato represivo más sofisticado que ha existido jamás contra activistas pacíficos”, dijo Alexis a la prensa, una vez liberados. A ella la soltaron cerca de su casa, a él lejos. Es el período en patrulla-horno más extenso del que haya testimonio, y uno de los pocos que ha podido documentarse. En la patrulla, Alexis logró filmar a Acón y a sí mismo con un celular.
El líder del MONR, José Díaz Silva, también pudo tomar fotos meses antes. Fue esposado, pero con los brazos hacia delante y, como Alexis, no le fue retirado su móvil, precaución que en los últimos años han cuidado los OSE antes de interrogatorios o en detenciones.
Con el crecimiento del servicio de datos móviles, Facebook es cada vez más una vía común para la denuncia ciudadana. Díaz posteó: “Tenerte dentro del carro patrulla bajo el sol y ponerte las esposas de hierro apretadas hasta el hueso. El que lo ha sufrido sabe lo negra que es esta tortura”.
El promedio temporal de sometimiento a la patrulla-horno es de aproximadamente 3 horas. Pero incluso a los reportes más breves de patrulla-horno el científico y opositor Oscar Casanella no duda en calificarlos de tortura. Su primera vez, en 2020, pasó una hora dentro de un auto policial hermetizado y al sol. El 4 de abril de 2021 fueron más de siete. En aquel momento, sus captores le negaron usar el servicio sanitario o beber agua, mientras se deshidrataba por las profusas sudoraciones.
“Estuve en una calle muy cerca de casa, allí parquearon, y todo ese tiempo mi esposa me tuvo por desaparecido”, explicó Casanella amasando la barba oscura en forma de candado. “Por la radio oí de una movilización en el barrio San Isidro”, narró. Al ser liberado, supo que decenas de personas entorno a la sede del MSI corearon canciones antisistema frente a fuerzas policiales.
Si bien la patrulla-horno tiene características propias de tortura, el foco mediático y de oenegés de DD.HH. no está aún sobre ese método. Por un lado, ofrecen lógica prioridad al calvario de los presos políticos y, de otro, no parecen reconocer la patrulla-horno como tortura.
En el catálogo de los OSE sobresalen otras técnicas, aprendidas de la KGB y la Stasi, como afectar el sueño de los detenidos, la exposición a altas temperaturas o el uso prolongado de esposas. Y la patrulla-horno puede incluir técnicas como las dos últimas, además de acompañarse con tratos degradantes e inhumanos, léase golpes, negación de alimentos, agua o servicios médicos.
El periodista Boris González lo comprobó el 30 de diciembre de 2014. Fue arrestado intentando cubrir “El susurro de Tatlin”, performance de Tania Bruguera que instalaría un micrófono en la explanada de la Plaza de la Revolución. Allí podría expresar hacia la tarima lo que deseara, quien lo deseara. El pueblo hablaría en dirección al sitio donde Fidel Castro dictó varios discursos.
Boris acabó, junto a otros, en el centro de detención del Vivac de Calabazar. “Allí estuvimos apiñados en un vagón al menos dos horas al sol, fue intencional”, relató recordando quizá sus rizos enchumbados en sudor. “Entre la cabina del chofer y nosotros había una rejilla, y algo de aire entraba por ahí desde las ventanillas del piloto y copiloto. La puerta del final sí era una buena entrada. Pedimos a los policías abrirla, pero un oficial de los OSE prohibió hacerlo”.
Boris pasó el 31 de diciembre tras las rejas, a la medianoche entonó junto a sus compañeros de celda el himno nacional. El primero de enero, mientras la propaganda oficial celebraba el triunfo de la Revolución, 16 activistas se unieron frente al Vivac “para exigir la liberación de los detenidos del 30 de diciembre”, recordó Alexis, que estaba entre ellos. Como evangélico, se decía: “Quien defienda los Derechos Humanos es un colaborador voluntario y consciente de Dios”. Por eso llegó allí.
“La represión fue brutal”, dijo. Fue encerrado por horas en una patrulla hirviente. “Pusieron las esposas metálicas con tal presión que me lastimaron el radio del brazo derecho y fracturaron totalmente el cúbito del izquierdo”. Trasladado a la Estación de Santiago de las Vegas, de La Habana, Alexis sintió más dolor. Rabió por asistencia médica. Un oficial de la PNR consideró darla, pero el de los OSE lo prohibió. “Hoy tengo una deformación en la muñeca izquierda y se nota a simple vista”.
Un cambio de estrategia
En 2003 Fidel Castro ordenó fusilar a tres jóvenes, y detener y juzgar a 75 opositores y periodistas. La arremetida se conoció como Primavera Negra. “En ese contexto el régimen pagó su costo político, y tuvo señalamientos por la violación de Derechos Humanos”, explicó Rodiles.
Cinco años después un anciano Raúl Castro sustituyó en el poder a su enfermo hermano mayor. “Cuando sueltan a los presos políticos de la Primavera Negra en 2010, por mediación de la Iglesia Católica, Raúl Castro, ya en el poder, busca la vía de no recaer en la posición de acusado –dijo Rodiles. Por eso habilita los ´arrestos exprés´. No dejan de ser violentos, pero buscan hacerlos frecuentes para desgastar y derrotar por cansancio”.
El segundo período de Raúl Castro y lo que va del de Miguel Díaz-Canel tienen un denominador común que los distingue del de Fidel: cambiaron los fusilamientos y las condenas de más de 20 años para opositores, por “arrestos exprés”, detenciones cortas, y gran cantidad de confinamientos menos largos. Nobleza no: cambio de estrategia. Buscan hacer al castrismo menos atroz a los ojos del mundo.
En ese esquema represivo se inserta otro fenómeno: el uso de vehículos como “celda” durante las detenciones cortas. Del segundo mandato de Raúl Castro se identificaron 58 casos de encierro en vehículos y 440 en el de Díaz-Canel, mayormente experimentados por mujeres opositoras.
La Dama de Blanco, María del Carmen Cutiño, cree que el régimen gusta de usar patrullas como celdas porque no deja registros de las detenciones en los libros de las comisarías. Así es más difícil evidenciarlas ante organizaciones de Derechos Humanos. Sin embargo, mantener encerrados por horas en vehículos oficiales a ciudadanos es una práctica no reconocida por manuales policiales en otros países de América Latina.
La Ley de procedimiento policial de Uruguay menciona a los autos patrulla, por ejemplo, como “medio para el traslado de los detenidos”, nunca como un espacio para retenerlos. El Manual de funciones de la Policía Nacional de Colombia, refiere esos vehículos, únicamente, como medio de transporte. El Reglamento de la Policía Estatal de Jalisco, México sostiene lo mismo.
Ni siquiera en Venezuela, con un régimen atado al castrismo, existen reportes de patrullas-celda o patrullas-horno. “Nosotros no tenemos reportados casos bajo ese patrón”, afirmó para este reportaje Liliana Ortega, fundadora de Cofavic, organización no gubernamental defensora de los Derechos Humanos en ese país desde 1989.
De 2013 a 2021 uno de cada cuatro casos de encierros en vehículos cumple con características de la tortura patrulla-horno. En 2018, a raíz de continuas denuncias, el gobierno cubano entregó un informe al respecto a Naciones Unidas. “Nadie está facultado para ordenar torturas u otros tratos a ella vinculada”, sostuvo el documento. Aunque reconoció que “en la legislación penal cubana no está definido el delito de tortura de forma expresa”.
Añadió que el proceso de 1959, “humanista y ético, puso fin” a la tortura como “política de Estado”. Cuba es signataria de la Convención contra torturas y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, pero el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina no reconoce adhesión real del castrismo a ese u otros instrumentos de Derechos Humanos.
La Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura en Chile reconoció como tortura el “exponer deliberadamente a una persona a temperaturas muy elevadas o muy bajas con la finalidad de causar sufrimiento físico o mental”. Human Rights Watch lo refrendó en 2005, cuando algunos soldados americanos sometieron a temperaturas extremas a presuntos yihadistas.
El diario del Partido Comunista de Cuba se subió a esa ola de denuncias, diciendo que Estados Unidos “se ha especializado, ha capacitado a su ejército, ha exportado sus métodos” de tortura como la “humillación, temperaturas extremas, posiciones incómodas”.
A esos tres elementos sometieron en una sesión de patrulla-horno a Marisol Fernández el verano de 2018. Mientras permanecía en el carro 522 hermetizado bajo el sol, los oficiales de la PNR con chapilla 27021 y 01979 la maltrataron verbalmente y amenazaron, al tiempo que le tomaban videos, como si se tratara de un animal enjaulado. A Fernández “se le irritaron los ojos”, relató un informe de DDB. Debió atenderse con un médico que “le diagnosticó una conjuntivitis alérgica debido al sudor y el calor”.
El doctor Alexander Pupo, residente en la ciudad de Holguín, aseguró que métodos como la patrulla-horno dejan consecuencias a nivel corporal y orgánico. “Esos largos períodos de tiempo en un espacio caluroso y cerrado pueden provocar deshidratación, con crisis de hipoglucemias asociadas a prolongados ayunos dentro de esas mazmorras móviles”.
La opositora Regla Ríos pasó de 9 de la mañana a 3 de la tarde encerrada en patrullas. “Parecía que me habían echado un cubo de agua arriba”, narró en referencia a la pérdida de líquido por traspiración. “No puedo tocar mi cara porque arde, tengo la piel irritada por el sol que cogí junto con el sudor”. El ayuno forzoso, algo que “constantemente hacen”, le produjo fatiga.
“Si la persona padece enfermedades crónicas como diabetes o EPOC, puede tener un desenlace fatal de desencadenarse una crisis de estas en el encierro”, indicó Pupo. “El estado de ansiedad prolongado, sumado a las fobias y la sensación de asfixia, puede causar infartos del miocardio o llevar a un estado depresivo, que conduzca al suicidio”, afirmó.
El psiquiatra Emilio Arteaga coincide con Pupo, y añade que la patrulla-horno es “la exacerbación del estrés intencional agudo mediante calor, malestar corporal, deshidratación, terror, angustia, indefensión, el efecto ´yo te tengo´, ´eres mío´, ´no te puedes defender´”.
Anisley Martínez vivió seis horas de eso en 2013: “A una le da temor, miedo, hasta falta de aire estar ahí”. Rogó a un policía que abriera al menos cinco minutos una ventanilla o moviera la patrulla a la sombra, “pero me dijo que tenía órdenes de arriba” de mantenerla hermetizada y al sol.
El método “es sutil y grosero, una paradoja”, sintetizó Arteaga, exiliado en España. “Las torturas y presiones sicológicas son las favoritas de los OSE, para no dejar evidencias visibles”, y sus consecuencias, cree, son medibles a mediano y largo plazo. Para el especialista, quienes han pasado este tipo de situaciones las reviven, son capaces de generar “núcleos de distorsión de la realidad, que van de estados disociativos a distorsiones de tipo delirante. O sea: provoco tal nivel de amenazas y exposición al peligro, que terminas configurando una estructura paranoide. Y la gente dice ´es que está paranoico´. No, es que te indujeron ese estado”.
Mientras aumenta el número de protestas públicas y, detrás, la represión, una pregunta lógica que queda en el aire es si el régimen optará por incrementar métodos de torturas como la patrulla-horno, desapercibida a los ojos de entidades pro Derechos Humanos, pero con secuelas funestas para las víctimas.
*Yoe Suárez (La Habana, 1990), periodista de Diario de Cuba. Autor de los libros de no ficción 'La otra isla' (Book Latino Award), 'En esta ribera mi cuerpo' (Mención Premio Casa de las Américas) y 'El soplo del demonio. Violencia y pandillerismo en La Habana'. Ha publicado en medios como Newsweek, Vice y El Español. Actualmente es una de las personas reguladas por el gobierno cubano.