En tribunales, donde están los vivos
Por : Patricia Solano
A propósito de algo que me dijo Huchi Lora en un pasillo del canal 11
Yo aprendí chiquita a desconfiar del gobierno. Para la autoridad, mi mamá era una “subversiva” y de alguna manera hasta me acostumbré al acoso que eso suponía.
Tendría yo cinco o seis años cuando una vez, en uno de esos allanamientos a mi casa, se armó un enorme reperpero por un libro. No estaba escondido, estaba en el librero del pasillo, como todos los demás libros, pero era “El diario del Che”, y para los de uniforme eso era como una bomba de grandes ondas expansivas.
Por eso lo leí temprano: ese libro tenía que ser muy importante. Por un lado, el gobierno lo consideraba prohibido, mientras que en mi casa, embarazo tras embarazo mi madre siempre anunció que cualquiera que naciera varón se iba a llamar “Ernesto”.
Independientemente de las ideas del Ché, mi mamá era una legalista de arriba a abajo, y eso también nos marcó. La ley era el referente -el único, además- para saber quién tenía la razón, por mas autoridad que representara el gobierno, pues como ya ha dicho Duarte, nadie está por encima de la ley.
Con esa lógica me eduqué, recitando de memoria los derechos fundamentales (¡ay, ese artículo 8 de la Constitución de entonces que mi mamá llevaba a flor de labios!). Nunca escuché en casa criticar al gobierno “porque sí”; siempre había un argumento de ley, de derechos, y presencié muchas atrocidades cometidas por el propio Estado, y por tanto mucha indignación. Nunca conformidad.
Mi mamá explicaba la necesidad de empujar hacia la justicia social advirtiendo que se trata de un proceso lento, largo, que trasciende vidas. De hecho, en la historia de la humanidad muy pocas personas han podido ver o hacer ellas mismas los cambios radicales que necesita el mundo. Abraham Lincoln, por ejemplo, que abolió la esclavitud en los Estados Unidos, es una de esas pocas personas. Las demás, recogemos las banderas que dejan otros y hacemos nuestra parte: seguir.
Mi mamá luchó con energía sabiendo que no necesariamente iba a ver todas las conquistas que ella quería. Aún así hizo su parte, y cuando supo que se iba, dejó todo organizado para que otros y otras pudieran seguir.
En estos días he pensado mucho en eso, en el cartesianismo de mi mamá, ese que hace que cuando nos dicen “los huesos de Piky Lora debe estar revolcándose” a mí y a mis hermanas nos parece que nos hablan en chino. En el esquema de pensamiento que nos educaron, no existen espíritus que se ponen bravos o tristes; mi familia, simplemente, reacciona con lógica a un tema que afecta al país, a gente que vive en él y a generaciones por nacer.
En caso de que realmente existiera algo como huesos que se acomodan en el descanso eterno o por el contrario, se angustian y se inquietan por asuntos pendientes, he de decir que los de mi mamá están tranquilitos. Cumplió con su deber y dejó a su alrededor quienes sigan su labor, no pensando en huesos, sino por convicción; bien lejos de los cementerios y bien cerca de los tribunales, donde se deciden las cosas terrenales a través del sagrado tamiz de la ley.
Ya lo dijo el Ché: “el conocimiento nos hace responsables”.
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