“¡Pa’fuera coño!”: Crónica de la represión a la visita sorpresa anti corrupción
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Solo se necesitaron 15 minutos para que las calles alrededor de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE), fueran bloqueadas.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Solo se necesitaron 15 minutos para que las calles alrededor de la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE) fueran tomadas por las fuerzas de seguridad del Estado dominicano, y bloqueadas como si se tratara de una situación de emergencia extrema de guerra.
De manera sorpresiva, las ciudadanas y ciudadanos llegaron en un autobús y se apostaron en torno a la OISOE. Ni bien se supo de la burla al cerco que a las cuatro de la tarde cada miércoles la Policía Nacional coloca alrededor de la institución para intentar cortar las lenguas de la libre expresión y encadenar los brazos que levantan carteles que gritan acusaciones de corrupción y de impunidad.
Una musiquita navideña que proviene del Palacio ameniza el ambiente, mientras miembros de la seguridad se acotejan uno a uno en la verja perimetral, armados con rifles para prevenir que alguno de los manifestantes se acerque a la edificación que se construyó y se mantienen con los impuestos de la ciudadanía.
“¡Pa’fuera coño!”, grita un policía mientras empuja el resto de los manifestantes para sacarlos por la calle Moisés García
El villancico desaparece entre las proclamas. “¡Al arquitecto lo mató… la maldita corrupción!”, gritan una y otra vez, mientras que, agarrados de manos y por los brazos, expresan su disgusto de forma pacífica.
Comandados por el general Francisco Rhommel López, los agentes de la policía movilizan las barreras metálicas entre las calles Moisés García y Doctor Báez, impidiendo el libre tránsito.
“Estamos aquí ejerciendo el derecho ciudadano a la libre expresión, a expresar nuestro rechazo a la corrupción y pedir el cierre de esta institución, de esta canasta de manzanas podridas”, afirma Manuel Robles, con expresión de mesura.
“Los corruptos a la cárcel”, gritan los manifestantes nuevamente. “Ese es el arbolito de la corrupción”, corean seguido.
Rhommel López hace su entrada con aire triunfal ante la mirada de quienes protestan en la Cadena Humana, desde la calle Doctor Delgado, y hace una breve pasarela, caminando tranquilamente por la acera de la OISOE, por detrás de los participantes en la protesta, sin detenerse.
“Los corruptos a la cárcel”, gritan con más fuerza, opacando de nuevo la musiquita navideña que viene desde un gazebo situado en el jardín del Palacio, pintado de blanco y con adornos rojos y verdes.
Desde la calle Delgado a las 5.15 de la tarde, un camión escupe tutumpoticos grises que se cuadran en grupo y avanzan hacia la Doctor Báez, para esperar las órdenes de la capitana De la Cruz.
Empieza la formación en dos hileras de agentes limitando el espacio de la protesta, mientras que De La Cruz aprieta la cara y señala hacia el fondo para tapar los huecos de oficiales.
Rhommel López reaparece entre los agentes y se acerca casi sonriente al centro de la cadena, para reiterar que no pueden estar en la zona, violando otra vez la sentencia del Tribunal Superior Administrativo (TSA) y la Constitución.
“Están tirando gas pimienta”, grita el periodista Jonathan Liriano, que observa cuando uno de los agentes deja caer un polvo blanco por detrás de la cadena, para provocar el pánico y desbaratar la protesta. De inmediato, el policía se escurre entre los otros tutumpoticos, ante los gritos y señalamientos de los protestantes.
Rhommel se retira en silencio, mientras los oficiales avanzan y vuelven a cerrar el cerco.
“¡Pa’fuera coño!”
El polvo blanquecino cubrió la cara y los ojos de la regidora y activista Socorro Monegro como una lluvia, mientras la empujaban junto a otro compañero para sacarlos a la fuerza. Detrás de ellos, el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Manuel María Mercedes, termina en el suelo, arrastrado por los agentes.
A Claudio Caamaño Vélez también lo sacaron a empujones, primero cargado como un saco, junto a Mario Bergés. Vuelan los improperios y los reclamos de abuso por parte de los ciudadanos.
A Guadalupe Valdez le pidieron recapacitar y ponerse de pie, como diciéndole: usted es uno de los nuestros. Se quedó sentada pese a que intentaron halarla por un brazo para moverla.
Poco importó que fueran personas mayores o mujeres, todos fueron tratados de manera violenta por la Policía Nacional, violando sus derechos.
“¡Pa’fuera coño!”, grita un policía mientras empuja el resto de los manifestantes para sacarlos por la calle Moisés García.
El grupo se reúne en la esquina y un oficial se acerca para explicar que los Policías no están ahí para maltratar ciudadanos, a un ajado Manuel María Mercedes, quien no tarda en enseñar los dedos y las rodillas peladas y ensangrentadas como muestra de la agresión indiscriminada.
Manuel Robles llama a la gente e inicia su discurso, calificando de excesiva la actuación de los agentes, mientras reitera su llamado a protestar para este miércoles, antes de empezar a cantar el Himno Nacional.
Los agentes les rodean y empiezan a empujar al grupo ya maltratado para expulsarlos de la esquina, hasta la calle Galván, golpeando incluso a miembros de la prensa.
A trompadas y empujones
“¡Ustedes no tienen familia, abusadores!”, grita uno de los ciudadanos al ver los empujones que les dan a Socorro Monegro y a otro señor que la ayuda a caminar. La mujer se tambalea e intenta alejar a una joven que se atraviesa en el camino de la multitud para que no sea atropellada.
Un policía levanta la macana e inyecta los ojos en un hombre que la agarra para evitar que pueda usarla en contra de los manifestantes, intensificando el forcejeo.
Mario Bergés es ayudado a caminar, aún aturdido por la sacudida, mientras que Robles le pide a los ciudadanos caminar sin oponerse a los agentes para evitar más agresiones.
“¡Pa’fuera!”, le vuelven a gritar a los participantes de la protesta, al escuchar los reclamos. Los tutumpoticos dan un último empujón y se cuadran en la esquina, para impedir el paso.
“Esta ha sido una victoria”, afirma Robles, bañado por un Sol moribundo y sudor, agitado. “Hemos demostrado que podemos protestar de manera pacífica, a pesar de lo ocurrido”, señala, ante un reducido grupo que va creciendo según habla.
Los manifestantes se marchan uno tras otro con la promesa de regresar el miércoles. Los golpearon, arrastraron y empujaron para callar sus voces… pero no lo lograron.