SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Con dos imágenes muy precisas y contrastantes, el historiador Bernardo Vega recuerda al genio de la moda y gran celebridad mundial, Oscar de la Renta (nacido como Oscar Renta Fiallo).
Por un lado recuerda al Oscar que nació en la Zona Colonial en Santo Domingo y que amó intensamente a su país. Por el otro lado, al Oscar que conoció cuando Bernardo era Embajador de la República Dominicana ante la Casa Blanca. Allí se dió cuenta de la gran influencia que el diseñador tenía en Estados Unidos, no sólo a nivel artístico, si no también político y social.
Una catarata de anécdotas y recuerdos consagraron esta entrevista.
Era el mes de septiembre y se inauguraban las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unida, momento en el cual los Jefes de Estado solicitan audiencia con el Presidente de los Estados Unidos, cita que no es fácil conseguir. Bernardo llama a Oscar porque sabía que el diseñador vestía a Hillary Clinton, entonces Primera Dama (le había diseñado, por ejemplo el traje de gala para la noche inaugural de 1997). Fue así como “Hillary dio un telefonazo y llegó la orden de que el Presidente Clinton recibiera al Presidente Leonel Fernández. Así como en Versalles, enfatiza Bernardo, quien le hacía los vestidos a la reina tenía mucha influencia en la corte, en Washington también.
Es que Oscar “era un cabildero que no cobraba nada por eso” recuerda Bernardo, quien mientras fue Embajador en Washington puso a muchos políticos dominicanos en contacto con el diseñador para que los ayudara en lo que pudiera.
En otra ocasión Bernardo le solicitó que organizara un desfile de modas suyo en la embajada dominicana en Washington. La influencia de Oscar no sacaba de su asombro a Bernardo: las mujeres y esposas mas influyentes del ámbito político del momento acudieron al exitoso desfile. Estaban por ejemplo, la esposa del presidente de la Reserva Federal y la encargada de Asuntos Sociales de la Casa Blanca. Ante tan distinguida audiencia Bernardo recalcó: “el verdadero Embajador de la República Dominicana es Oscar de la Renta, yo simplemente manejo y firmo papeles.”
Katherine Graham, dueña del influyente periódico Washington Post.
Alrededor del año 1998, el diseñador organiza la primer exhibición de pintores dominicanos en la prestigiosa American Society de Nueva York. Bernardo, apelando nuevamente a la gran influencia de Oscar, le pide conseguir un comentario en el New York Times sobre esta exhibición. Oscar tenía acceso directo al Director del reconocido periódico. “Yo puedo conseguir el comentario, pero yo no puedo garantizar que sea bueno”. El director del periódico les hizo el favor y según Bernardo “salió mas o menos favorable”.
Bernardo también le solicitó a Oscar que consiguiera agregar en el New York Times la temperatura diaria de Santo Domingo, argumentando que “todos los días sale la temperatura de 80 lugares del mundo en el periódico y en Nueva York residen miles de dominicanos”. Finalmente incluyeron a Santo Domingo. Esos eran los “detallitos”, recuerda Bernardo, que Oscar resolvía: “Sólo tenía que hacer una llamada… y no importaba si eran demócratas o republicanos”.
Estando en Santo Domingo una vez, en fecha cercana a la Navidad, lo llama a Bernardo y lo invita a pasar una noche en su casa de Punta Cana: “ven que estoy aquí con unos amigos”. Al llegar Bernardo a Punta Cana, se encuentra que en la piscina de la casa del diseñador estaba el Premio Nobel de la Paz (1973) y cerebro de la política internacional Estadounidense de varias administraciones, Henry Kissinger. Cuenta Bernardo que el último libro de Kissinger “On China” (Abril 2012), está dedicado al anfitrión, porque ese libro lo escribió mientras estaba de visita allí, en la casa de Oscar. En la piscina también estaba la gran periodista Barbara Walters quien, rememora Bernardo, estaba muy preocupada, “porque se quería meter a la piscina pero no querían que le sacaran una foto con los pelos mojados.”
La vida del genio de la elegancia era fascinante. Recuerda Bernardo que lo invitó a una cena dentro del Museo Metropolitan de Nueva York. Oscar del Renta y su esposa Annette eran benefactores del Museo y una forma de darle agradecimiento al grupo de gente que hace posible los fondos, es organizar cenas dentro del museo alrededor de las grandes piezas históricas. Bernardo participó de la cena íntima, para alrededor de 20 parejas en la sala de Arte Egipcio (aunque aclara que el único que no donó dinero fue él). Al concluir la degustación culinaria un curador del MET les charló sobre la importancia histórica de las piezas allí expuestas.
Oscar de la Renta fue protagonista de un hito inédito: vistió a las primeras damas de Estados Unidos de las últimas décadas. Desde Jacqueline Kennedy, Nancy Reagan, Barbara Bush, Hillary Clinton, hasta Laura Bush. Aunque no vistió a Michelle Obama por alguna razón que aún se desconoce, Michelle Obama vistió finalmente un Oscar de la Renta a pocos días antes de fallecer el diseñador, en el cocktail del Fashion Education Workshop en la Casa Blanca. (El diseñador la había criticado fuertemente cuando la Sra. Obama llevó un cárdigan de J. Crew para una visita oficial en el Buckingham Palace)
Con Hillary Clinton tenía una relación muy especial. El primer viaje que hicieron el ex Presidente Clinton y su esposa después de dejar la Casa Blanca fue a la casa de Punta Cana de Oscar. De hecho, siguieron visitándolo a lo largo de los años. Oscar era de su círculo íntimo. Un día, estando en la embajada en Washington, Oscar llama a Bernardo. Era el cumpleaños de Hillary Clinton: “encuéntrame en el hotel donde será el festejo y espérame ahí para que hablemos”. Bernardo al llegar al hotel, duda del festejo porque no ve ningún tipo de movimiento de seguridad para una Primera Dama. Es que en realidad al festejo solo asistirían unas 20 personas y se desarrollaría en la intimidad de una sala privada del hotel. Y el gran Oscar era uno de esos 20 invitados. Así de cercana era su relación.
Siendo embajador Bernardo, es invitado por la esposa del embajador de España, Beatrice Cabot Lodge a un almuerzo. Su padre, Henry Cabot Lodge, de la mayor alcurnia de Boston, había sido embajador en España. En ese entonces ella se enamoró de un joven español que trabajaba en Protocolo. Beatrice se casó con él, (luego él sería el embajador de España en Estados Unidos). Ella se jactaba de ser la protagonista de la primera foto que se publicó de Oscar de la Renta a nivel internacional. Una foto de Beatrice con su vestido de novia y Oscar, un muchachito joven zurciéndole abajo el vestido llegó a la tapa de la revista Life (1956), catapultándolo así a la fama.
Todos estos recuerdos del historiador Bernardo Vega se van entremezclando a lo largo de la entrevista y va emergiendo el Oscar dominicano que amaba su país, que llevaba en la sangre la identidad de su país. “Es una mala comparación, dice Bernardo, pero después de Rubirosa, Oscar fue el dominicano más conocido internacionalmente. Rubirosa, políticamente un desastre, apoyaba a Trujillo. En cambio Oscar ayudaba económicamente a los dominicanos exiliados que no podían volver al país, aún cuando ya había muerto Trujillo. Fue muy generoso con sus conciudadanos dominicanos cuando tenían problemas”.
Cuando Oscar venía a su casa de Punta Cana lo primero que hacía era ponerse un pantaloncito corto, una camisita e ir al garage a juntarse con sus obreros y sirvientes para jugar dominó. Se pasaban 2 o 3 horas jugando dominó. Y si habían invitados importantes pues tenían que quedarse esperando en la casa en lo que él terminaba su sesión de dominó.
Era una persona que le gustaba cantar y cantaba bien. Tanto así que hasta grabó sus canciones en un estudio de grabación en dominicana. Lo que más le gustaba hacer con sus invitados era traer un trío y ponerse a cantar, sobre todo rancheras mexicanas… “con dinero y sin dinero, soy el rey…” era su favorita. Cuando sus amigos de Punta Cana se dieron cuenta que le quedaba poco tiempo de vida le llevaron un trío a su casa de Kent, Connecticut donde él convalecía y le tocaron música dominicana. Sonreía feliz al escucharlos.
Oscar tenía una casa en la Zona Colonial, sobre la calle Hostos. Caminaba a pie desde la calle Padre Billini con sus amigos que traía de afuera y llegaban hasta El Mesón de Bari, donde comían comida típicamente dominicana. En el camino les iba contando recuerdos de su juventud.
Oscar le confió a Bernardo que su carrera comenzó realmente con la señora rusa que vivía cerca de su casa en la Zona Colonial. El tendría unos 6 o 7 años. Era la época de los albores de la Segunda Guerra Mundial. Miles de europeos huían hacia destinos menos bélicos. Huían de Hitler y de Rusia. La señora rusa había llegado en 1932 junto a su marido, Alexander Kluss, quien alegaba haber sido coronel de los cosacos imperiales rusos durante la Primera Guerra Mundial y durante la Revolución Soviética se convirtió en instructor de la caballería del ejercito dominicano.
El tío de Oscar, el General Federico Fiallo, muy importante en la era de Trujillo, se enamoró de la señora Kluss y ella devino en su amante. Tanto así que en 1942 cuando el gobierno deportó a todos los alemanes, también deportó al Señor Kluss. Cuando terminó la guerra todos pudieron regresar, pero el General Fiallo dió órdenes de que ese señor no regresara.
Oscar iba regularmente a visitar a la señora Kluss. La recordaba como una mujer muy sofisticada. Ella le hacía escuchar música clásica, le enseñaba a tomar el té, le hablaba de la cultura europea. Para Oscar ese fue el puntapié inicial. Un nuevo mundo se había abierto delante de sus ojos, el fascinante y sofisticado mundo de la cultura europea, un mundo que él querría emular. Un mundo que eventualmente llegaría a dominar.
Una vez el pequeño Oscar enfermó. Se pasó muchos días sin poder visitar a la señora Kluss. La señora entonces le pidió permiso a la familia de Oscar para que sea ella quien vaya a visitarlo. Se había generado un vínculo que era de mutua apreciación entre Oscar y la señora Kluss.
Oscar fue enterrado en el bello jardín de su casa en Kent, Connecticut, junto a su primer esposa Françoise de Laglande (ex editora de Vogue Francia). Cuando le fue diagnosticado el cáncer y tuvo que recibir quimioterapia, no podía ir a trabajar. El médico sabiendo de su creatividad, le sugirió que no se quedara en su casa sin hacer nada, que tal vez podía hacer un libro de fotografías de su esplendoroso jardín. Más tarde Oscar le obsequiaría un ejemplar del libro al historiador y amigo, Bernardo Vega.