Aunque usted no lo crea, la siguiente es una historia real, sucedida en nuestro país:
El que me mandó esta desgracia, el que puso esto en mi vientre, no puede ser el mismo al que le rezo el Salmo 23. Desde que me está creciendo la panza, mi vida es horripilante. El cura me dice que es un designio de Dios, y por lo tanto tengo que aceptarlo. Mi Dios me ama, me protege, y vela por mi. Es incapaz de desear este infierno para su hija.
Cuando cumplí 9 años, papi me pidió que le chupara el pene, y lo ponía en mi parte. Me dijo que no podía decírselo a mamá. Si lo desobedecía me pegaría.
¿Por qué tengo que pagar tan caro ser obediente?.
Tengo 12 años, estaba en quinto curso; me sacaron de la escuela y no me dejan juntar con mis amigas, como si tener la panza crecida fuera una enfermedad que se pega. Me siento apartada, aislada, por obedecer al que trabajaba todos el día en una finca para comprar la comida, los libros y la ropa.
El cura me dice que es un designio de Dios, y por lo tanto tengo que aceptarlo. Mi Dios me ama, me protege, y vela por mi. Es incapaz de desear este infierno para su hija
En el pueblo, ya no dejan jugar a mis vecinas conmigo. Sus madres no les permiten visitarme y a mi no me dejan salir, ni a la puerta de la casa. Mis dos hermanitos, de 8 y 10 años me odian. Dicen que por mi culpa papi se fue de la casa, y ellos, al igual que yo, lo extrañamos muchos.
Lo peor es cuando ellos le preguntan a mami cuándo llegará papi, y ella me mira, echándome la culpa de que él se haya ido. ¡Dios mío, ayúdame a entender que fue lo malo que hice!
Mi mamá siempre está de mal humor. Me grita, me pregunta mil veces por qué no le dije. No entiende que quiero a mi papá tanto como a ella. Siempre luce enojada, entre atender a mis dos hermanos, y al colmado, más la falta que le hace el dinero que papi traía a la casa, está agobiada. No comprendo porque me culpa de la vergüenza que lehe hecho pasar. Llegan personas a verme la barriga, pero mamá no me deja salir. Paso el día sola, en la habitación, con las ventanas cerradas, observando como crece mi desgracia. Un pecado que no es mi culpa.
Como mi mamá estaba cuidando a mis hermanitos y atendiendo el negocio, yo me quedaba en el cuarto con papi, haciendo lo que él me pedía. ¡Si papi me hubiera hecho caso! En una ocasión le dije que podía quedar embarazada, pero él me respondió que no, porque aún no había llegado la menstruación. Nunca la he visto, me preñe sin verla.
Notaba que la panza me crecía, pero pensaba que me estaba poniendo gorda, como mi adorable y cariñosa tía Ondina y hasta me gustaba. Cuando fuimos donde la modista a tomar las mediadas para el traje de la primera comunión, ella le dijo a mami que algo me pasaba, que debía ir al médico. Desde aquella visita al doctor mi vida es un calvario.
Le pido a Dios, a cualquiera de ellos, morir de parto, y terminar con está desgracia, con está culpa, que no es mía. Lo prefiero a tener que cuidar este bebé que ha venido a destruir mi vida. Dios mío: espero puedas entenderme.
Esta es una muestra de la realidad en que viven muchas niñas y mujeres dominicanas. En el libro “Las Hijas de Nadie” de LilliamFondeur, puedes encontrar más historias de las damnificadas del Código Penal.