SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El cineasta Andrés Farías envió una carta abierta al director de la Policía Nacional mayor general Ney Aldrin Bautista Almonte, por la manera en que agentes del cuerpo del orden manejaron un arresto del que fue víctima por no portar su cédula de identidad y electoral.

Frías, en su calidad de ciudadano expresó que  está consiente de que según la Ley 6125 del año 1962, es obligatorio portar cédula de identidad. "En vista de ello, estoy plenamente consciente de que falté a un deber de nuestra Constitución. El problema aquí no es el hecho per sé de que me detuvieran, pues la policía estaba haciendo cumplir la Ley ⎯hecho que valoro".

"El problema real comienza cuando aparece mi cédula de identidad y no me liberan. El problema es que nos metan en una celda en condiciones que atentan directamente contra la declaración de los derechos humanos. El problema es que sin ningún tipo de procesamiento comparta celda con dos personas armadas. El problema es que en este país la justicia no es imparcial, ya que yo logro salir a través de contactos, pero Juan de los Palotes se queda preso porque no conoce a nadie" expresó.

Lea íntegra la carta de Andrés Farías 

Carta abierta al Ing. Ney Aldrin Bautista Almonte,
Mayor General, P.N.
Director General de la Policía Nacional

No soy abogado ni experto en leyes. Soy cineasta y antes que cineasta soy un ciudadano dominicano. Escribo esta carta sin más pretensión que la de hacer preguntas en aras de abrir un diálogo y de poder relatar mi experiencia.

El pasado viernes 25 de mayo a las 6:00 a.m. me dirigía al gimnasio de un club a unos metros de mi casa cuando la policía me detuvo y me preguntó por mi cédula. Mi única identificación en ese momento era el carnet del gimnasio/club frente al que me detuvieron (había decidido dejar de llevar la cédula al hacer ejercicio ya que hace aproximadamente un año me asaltaron a punta de pistola mientras lo hacía) No sirvió de nada que estuviera vestido con ropa deportiva frente al club, que tuviera la identificación de éste lugar o que tratara de explicarle al policía que estaba muy cerca de mi hogar y podíamos pasar por la cédula. Su respuesta fue tajante y sin dar espacio alguno al diálogo: “móntese”.

Asimismo, de nada sirvió que a los 10 minutos de que me ingresaran al destacamento de la Cayetano Germonsen llegara un familiar con mi cédula de identidad, pues el policía a cargo dijo que el superior no se encontraba en esos momentos y que, por tanto, no podría salir.

Una vez en el destacamento, me quitaron los cordones de los zapatos, mis pertenencias y me metieron en una celda con 20 hombres más, en un lugar donde, en mi opinión, no deberían de haber más de 4. En ese espacio insalubre, con poca ventilación, escasa luz y donde nos encontrábamos hacinados; uno de los detenidos me pidió dinero para la “limpieza”—un eufemismo para decir que tenía que pagarle para que no me pasara nada— pude manejar la situación dado que trabajé en la película “Carpinteros” del director José María Cabral, período en el cual tuve contacto cercano con el sistema penitenciario dominicano, así como con ciertos códigos que utilizan los internos.

Sin embargo, uno de los del grupo de detenidos que ingresó a la celda minutos después no tuvo la misma suerte. Éste, al negarse a pagar “la limpieza”, recibió varios golpes por parte de 2 detenidos, además de ser amenazado con dos cuchillas (gilletes) por los atacantes. La disputa se disolvió minutos después al aparecer la policía.

Luego, la policía nos sacó a todos al frente, nos colocaron en línea como en un paredón y nos hicieron fotos grupales con sus celulares sin darnos ningún tipo de explicación. Cuando pregunté para qué eran, me dijeron que ya me darían explicaciones (las cuales nunca llegaron) y nos volvieron a meter en la celda.

Tras aproximadamente 4 horas encerrado logré salir de la celda gracias a que apareció el director de cine José María Cabral, quien cuestionó directamente a los oficiales sobre mis derechos como ser humano y ciudadano. Sin embargo, seguí detenido en el destacamento porque los policías dijeron que no podría irme hasta que no llegara la fiscal y aprobara mi liberación.

Al preguntarle a uno de los policías presentes qué delito había cometido, pues el problema era mi cédula y ésta había sido llevada a la policía por un familiar, pocos minutos después de que me ingresaran, él me respondió textualmente: “Usted es culpable hasta que se demuestre lo contrario”.

Luego de mucho insistir y hacer varias llamadas, a eso de las 10 de la mañana los oficiales me dejaron libre antes de que llegara la fiscal que estábamos esperando.

Según la Ley 6125 del año 1962, es obligatorio portar cédula de identidad. En vista de ello, estoy plenamente consciente de que falté a un deber de nuestra Constitución. El problema aquí no es el hecho per sé de que me detuvieran, pues la policía estaba haciendo cumplir la Ley ⎯hecho que valoro⎯.

El problema real comienza cuando aparece mi cédula de identidad y no me liberan. El problema es que nos metan en una celda en condiciones que atentan directamente contra la declaración de los derechos humanos. El problema es que sin ningún tipo de procesamiento comparta celda con dos personas armadas. El problema es que en este país la justicia no es imparcial, ya que yo logro salir a través de contactos, pero Juan de los Palotes se queda preso porque no conoce a nadie.

El problema comienza cuando no hay diálogo alguno entre ciudadanos y la Policía Nacional, quienes hacen cumplir la ley a base de fuerza e intimidación.

El día del incidente a las 2:26 p.m. la Policía Nacional contactó a José María Cabral vía Twitter para “investigar y darle respuestas”, en vez de a mí, el afectado. Tras yo contactarlos por esta vía quedaron en “llamarme en la mayor brevedad posible” para darle seguimiento al asunto. Ya han pasado tres días y sigo sin recibir noticia alguna por parte de la institución. Tras el incidente comencé a recibir mensajes por las redes sociales de personas que han pasado por situaciones similares e incluso más complicadas, lo que evidencia que lo sucedido no es una situación aislada, sino bastante común en nuestro país. Un hecho que me hizo sentir vulnerable y dudar de una institución que está para protegernos y en la cual deberíamos de creer. Como ciudadano dominicano, me siento con la obligación de rechazar el silencio auto-impuesto, de la misma forma que rechazo que sea moneda común que la “inocencia” de una persona se sustente en los contactos que esta pueda tener por encima de los hechos concretos.

¿Cómo es posible que en pleno 2018 la policía siga manejándose de esta manera? ¿Cómo puede ser que uno como ciudadano vaya por la calle y le tenga el mismo miedo al sonido de un motor que a las luces de una patrulla? ¿Cómo es posible que nuestras celdas y prisiones, pensadas en
teoría para reformar al ciudadano, se encuentren en estas condiciones tan precarias? ¿Cómo es posible que yo como ciudadano sea culpable hasta que se demuestre lo contrario sin mayor explicación?

Andrés Farías
Cineasta
—“Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia”.
Miguel de Cervantes.