SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Silvio Torres-Saillant, intelectual dominicano establecido en los Estados Unidos, expresó que detrás del antihaitianismo en la República Dominicana se oculta la negrofobia, que es un rechazo cultural que viene desde muy lejos contra los negros en la cultura dominicana.

En una entrevista con Elena Oliva, de la Universidad de Chile, aparecida en la revista Meridional, sobre estudios latinoamericanos, Torres-Saillant se expresa sobre diversos topicos poco tratados por los intelectuales dominicanos en el debate sobre la identidad.

Acento reproduce la entrevista en cuatro partes, dada la extensión de la misma. Esta es la segunda parte:

MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos

Número 4, abril 2015, 199-226

Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia: conversación con el intelectual Silvio Torres-Saillant en Santiago de Chile

Por Elena Oliva* Universidad de Chile, Chile me.oliva@gmail.com

Segunda parte de la entrevista

EO: Que es algo impulsado por las potencias, como Francia en Europa y Estados Unidos, pero que también hacen las elites latinoamericanas en general.

ST-S: Por razones a veces parecidas y a veces distintas. Por ejemplo, el proyecto independentista de Bolívar se benefició grandemente del apoyo brindado por el presidente haitiano Alexandre Pétion, pero en 1825 el afamado Libertador termina apoyando la exclusión de Haití en el Congreso Anfictiónico de Panamá (11), coincidiendo con los Estados Unidos en ese bloqueo contra una república hermana del hemisferio. En aquel momento, cada uno de los países participantes está lidiando con la problemática que le representa su población afrodescendiente. Debido a la negrura de su población, traer a Haití a la mesa complicaba el diálogo hemisférico. Haití, país identificado como negro, sin esclavitud, tenía una población que había tomado las armas para lograr su libertad. Venía de un historial de lucha social. Juan Bosch tiene un librito sobre Bolívar (12), donde habla de cuán importante era para el Libertador armar un proyecto político exento de tensiones que pudiesen conducir a una lucha social. En otras palabras, cuando se formaron estas repúblicas, se sabía que había potencial de conflicto en todas las sociedades del hemisferio. ¿Por qué? Porque el orden colonial del cual veníamos se componía de un sistema desigual, un sistema cuya razón de ser, cuya ontología, estaba permeada por la desigualdad. Tenía a los grupos subalternos en posiciones de inferioridad social con respecto a los amos blancos y a la clase intermedia de los mestizos. Me refiero a los indígenas, los negros, a veces los chinos. Las élites políticas encargadas de dirigir los proyectos de independencia que culminarían en las repúblicas que hoy se reparten nuestro hemisferio, al parecer no pensaron en restaurar la igualdad y la dignidad humana que la transacción colonial había negado a las poblaciones que de manera más directa habían padecido la violencia del régimen anterior. Aspiraron a la independencia pero sin visión revolucionaria. No se plantearon como objetivo eliminar la desigualdad, rehabilitar a las víctimas de la deshumanización practicada por la colonia e integrar a los grupos marginados al naciente proyecto de nación en condición de igualdad ciudadana.

Frank Moya Pons con Silvio Torres-Saillant

Las elites dirigentes procuraban su libertad y su independencia con tal de crear soberanías en las que ellos y no las autoridades coloniales decidieran qué trato dar a los indígenas, los negros y los chinos. Por lo tanto, toda república que surgía contenía en su seno la posibilidad de lucha social. Entonces, aunque Bolívar no compartiera la animadversión fogosa de los Estados Unidos hacia Haití, sí compartía el temor de lo que esa república negra pudiese simbolizar para las poblaciones subalternas de las naciones representadas en el Congreso de Panamá. La presencia de Haití podía poner sobre el tapete la viabilidad de la lucha social interna de cada una de las repúblicas que buscaban afincar su independencia enfocando la atención estrictamente en el conflicto transatlántico: la autoridad imperial allá (Europa) y la soberanía criolla acá (América).

EO: En varios de sus textos es posible rastrear cómo en el último tiempo, principalmente impulsado por sus planteamientos, existe una necesidad de mirar la relación entre República Dominicana y Haití justamente desde el punto de vista de la colaboración, de mirar una historia que tiene más puntos en común que diferencias. Sin embargo, con lo que ha ocurrido con este fallo constitucional, ¿cómo usted ve la labor de los intelectuales que critican este discurso oficial? ¿Cree que se va a continuar la senda de revisar la historia y relevar estos puntos en común o cree que está recrudeciendo un nacionalismo extremo?

ST-S: Yo pienso que la intelectualidad nuestra está tan ofuscada con la patología social que sufrimos hoy día que no le hemos puesto suficiente atención a lo que se podría aportar si uno logra recuperar la memoria histórica. Yo creo mucho en eso, en las consecuencias positivas de que la gente entienda que no siempre fue así, que no siempre se pensó así, y que nuestros próceres merecedores de ese nombre no pensaron así, que Juan Pablo Duarte no pensó así, que el antihaitianismo no siempre estuvo con nosotros, que siempre hubo haitianos entre nosotros y que hubo mucha colaboración. El recientemente fallecido historiador dominicano Franklin Franco publicó una historia importantísima de República Dominicana que se llama sencillamente Historia del pueblo dominicano (13); esa historia se diferencia del resto de la historiografía nuestra en que hace mucho énfasis en los momentos de colaboración, sin plantearlo como un credo de nada.

Sencillamente al narrar la historia tiende a rendir cuenta de esos puntos de contacto y esos momentos de confluencia. Su lectura resulta impresionante. Tú te preguntas: “¡pero Dios mío! ¿Cómo fue que los anteriores dejaron todo esto afuera y cómo es que los posteriores lo siguen dejando?”.

Hay cosas que son tan básicas para entender el problema de nuestra isla. Baste pensar en el papel de Estados Unidos en la creación del antihaitianismo dominicano. Además de aportar a la elite política criolla el credo antihaitiano cuyos ideólogos se remontan hasta Thomas Jefferson en Estados Unidos, a raíz de la ocupación militar de 1916 hizo un aporte que tendría un impacto directo sobre el imaginario de la población dominicana en torno a sus vecinos al otro lado de la isla. Durante los ocho años de la ocupación, el gobierno militar norteamericano favoreció la industria azucarera, dándole lugar de preeminencia en la economía del país invadido. Entre las medidas de apoyo a dicha industria se destacó la creación de un flujo cuantioso de mano de obra barata, una especie de puente laboral que facilitaba la migración de trabajadores desde Haití hacia los ingenios de azúcar en la parte dominicana de la isla. Estados Unidos podía crear ese puente laboral y ese flujo de mano de obra debido a que para la fecha tenía bajo su control militar a los dos países que comparten la isla, habiendo invadido a Haití en 1915 (hasta 1934) y a la República Dominicana en 1916 (hasta 1924). Puesto que los obreros haitianos venían a ocupar un sector desprestigiado del mercado laboral –a realizar labores que los dominicanos evitaban hacer– y a vivir y trabajar en condiciones infrahumanas, la industria azucarera visibilizó a la población migrante haitiana a partir de una imagen en extremo desfavorable. Estructuralmente la industria azucarera determinó la manera en que los dominicanos verían a los haitianos por el resto del siglo, como seres devaluados que habitaban un mundo carente de las normativas básicas que regulaban la vida en la sociedad hasta para los sectores empobrecidos. Es decir, su inferioridad social los colocaba muy por debajo de la marginalidad regular de la pobreza.

Todavía en 1986, cuando Frank Moya Pons (14) publicaba su importante obra El batey: estudio socioeconómico de los bateyes del Consejo Estatal del Azúcar, se podía constatar la miseria cruel a la que la industria sometía a los trabajadores hasta en los ingenios operados por el Estado dominicano.

Las condiciones de trabajo y de vida de los obreros haitianos –a veces sin recursos para asearse ni satisfacer sus necesidades fisiológicas con privacidad y con escasos medios de preparar sus alimentos o dormir– constituía una franca infravalorización de su humanidad. Se puede dudar que una persona dominicana que los viera en esas condiciones pudiese luego imaginárselos como seres humanos viables, no obstante supiera de un estudiante haitiano en la universidad o conociera a una dentista haitiana. La persona dominicana que carezca de oportunidad de verse con haitianos en condición de igualdad dependerá de la imagen monopolizadora de los bateyes para conocerlos. Puesto que, al ubicar a la persona al margen de la realidad doméstica –toda deshumanización salvajiza–, la parte de la población dominicana que no cuente con espacios alternativos donde interactuar con la persona haitiana en condiciones favorables tendrá su percepción monopolizada por la imagen salvajizada creada por la explotación en la industria azucarera y carecerá de recursos para desmentir o hasta poner en duda la representación de lo haitiano que promueven los ultras y sus aliados liberales en la esfera pública de la sociedad dominicana. Si a la imagen de la haitianidad salvajizada que forjó estructuralmente la industria azucarera en la República Dominicana le añadimos la influencia que pueda haber tenido el antihaitianismo occidental en el seno de la población en general, queda claro que tenemos una tarea de reparación conceptual que realizar con tal de rehumanizar la imagen de la persona haitiana en los ojos del resto de la ciudadanía. Quienes trabajamos con la palabra y con la imagen tenemos por delante una labor urgente de pedagogía pública. La urgencia por combatir la violencia económica, social y física que engendra el antihaitianismo oficial de la Republica Dominicana nos ha hecho descuidar la necesidad también urgente de combatir la violencia epistémica que ha padecido lo haitiano entre nosotros. Nos hace falta esclarecer para beneficio de la población en general de dónde viene la imagen de la otredad haitiana.

Detrás del antihaitianismo se oculta la negrofobia. Así, mientras siga habiendo segmentos de la población dominicana adheridos a una ideología inculcada en nosotros por una educación basada en la mentira oficial, difícil se nos hará como pueblo superar el entuerto que actualmente nos agobia, es decir, el predominio del razonamiento suicida que nos hace cómplices de regímenes caracterizados por políticas nocivas para el país y su gente. A nuestro pueblo la escuela siempre le obstruyó el acceso a saberes que le ayudaran a despertar una conciencia ciudadana.

Al carecer de ella, mucha de nuestra gente se deja engatusar por el régimen, el cual le inculca la aceptación acrítica de la ecuación: gobierno es igual a país. Hay gente nuestra, inclusive de buena voluntad, que motu proprio jamás cometería la iniquidad de retirarle la ciudadanía a una persona cuyos tatarabuelos nacieron en el país en 1929. Pero, al hacerlo el Tribunal Constitucional, se siente obligada, por lealtad al país, a defender el fallo, especialmente a partir del repudio que el mismo ha suscitado en el extranjero, el cual ha puesto a “su país” en la línea de fuego.

Al régimen, claro está, mucho le conviene fomentar la ecuación “gobierno=país”. De ahí que Leonel Fernández Reyna, los medios de comunicación al servicio del régimen y las autoridades representantes del Estado a nivel nacional y en la esfera diplomática en el exterior respondan a la indignación extranjera refiriéndose siempre a la presunta “campaña de difamación” internacional contra “el país”, “la Republica Dominicana” y hasta “los dominicanos”. Todos se las arreglan para ni siquiera aludir al gobierno específico que efectuó la sentencia.

Vale notar que la ausencia de una conciencia ciudadana hace posible que mucha gente obedezca el llamado a solidarizar automáticamente con la acción del gobierno o sentirse sin potestad para disentir aunque ella misma padezca en carne propia las embestidas del régimen. A quien le duela el bienestar de su gente en la sociedad dominicana deberá lastimarle la legislación misógina, la brutalidad policial, la destrucción de las fuentes acuíferas del país y la venta del suelo nacional a empresas extranjeras conocidas por su historial de contaminación ambiental, además del hurto gigantesco al erario, el abandono de la educación pública y el descuido de los servicios de salud que han caracterizado al régimen actual.

Pero, a menos que la persona se haya politizado y se haya armado de un análisis crítico que le haga sentir con derecho a juzgar al régimen, exigiéndole justicia y honestidad, su malestar con el régimen podría echarse a un lado a la hora de alinearse patrióticamente en situaciones que involucren juicios adversos sobre su gobierno/país provenientes del extranjero. Si se hiciera un trabajo efectivo de pedagogía pública que ayudara a disolver la ecuación monárquica entre la voluntad del régimen y el bien de la nación, se podría incrementar el nivel de participación ciudadana y se reduciría la impunidad de la que gozan nuestros líderes para vulnerar el bien nacional mientras invocan el nombre de la patria.

Debe quedar claro a toda persona a quien le importe su pueblo que ninguna acción que atropelle los derechos humanos de un sector diferenciado de la población puede jamás justificarse como medida patriótica. De igual manera, aceptar que respaldar al gobierno equivale a defender la patria es invitar la dictadura. La dictadura se nutre de la ecuación gobierno=país. Durante la tiranía del funesto Trujillo, los compatriotas opositores del régimen que lo adversaban desde el exilio solían ganarse una condena oficial promulgada por el Congreso, el cual procedía a declararlos, no “anti-trujillistas” u “enemigos del gobierno” sino textualmente “traidores a la Patria”. No sé si fuera por coincidencia o porque al compartir la sensibilidad de la dictadura les resulte natural repetir su lenguaje, en noviembre del 2013 los ultras convocaron una manifestación en el Panteón de la Patria para repudiar a Juan Bolívar Díaz, Huchi Lora, Fausto Rosario Adames y otros periodistas dominicanos importantes por haberse opuesto a la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional y en sus consignas condenatoria les aplicaron el epíteto “traidores a la Patria”. Un mayor activismo de los intelectuales a quienes les importa la verdad histórica y que consideran importante interrumpir la influencia de la mentira oficial podría llevarnos a un estadio en donde la población pueda notar por su cuenta y resultarle escalofriante la coincidencia entre la dictadura criminal y los ultras que hoy aúpan al régimen actual en cuanto al manejo de la ecuación gobierno/ patria.

Notas:

(11). Congreso que tuvo por objetivo crear una confederación de Estados hispanoamericanos. Fue convocado por Simón Bolívar, e incluyó a Argentina, Bolivia, Chile, Brasil, Paraguay y Estados Unidos; también al Reino Unidos y al Reino de los Países Bajos como observadores.

(12). Se refiere al libro Bolívar y la Guerra Social, escrito en 1964 durante el exilio de Bosch en Puerto Rico. Juan Bosch fue un político, escritor e intelectual dominicano, fundador del PRD. Nació en el año 1909 y murió el 2002.

(13). Obra publicada en 1992. Franco fue un reconocido historiador y sociólogo dominicano; nació en 1936 y falleció el año 2013.

(14). Moya Pons es actualmente uno de los historiadores más importantes de República Dominicana.

PRIMERA PARTE DE LA ENTREVISTA