Estados Unidos (Traducción Iván Pérez Carrión).- El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, se enfrenta a una ardua tarea para honrar su compromiso de realizar una reforma migratoria integral y limitar el daño causado por el “obsoleto” sistema migratorio de la referida nación, según detalló el Consejo Editorial del diario The New York Times, con fecha del jueves 03 de julio.
“Esta semana, el presidente Obama finalmente declaró su independencia de un debate asfixiante sobre la reforma migratoria al que los republicanos en el Congreso nunca se habían sumado en serio. Después de esperar demasiado tiempo para que los obstruccionistas se echaran a un lado, el Sr. Obama queda libre para hacer lo que pueda para arreglar un sistema deteriorado”, publicó el medio de comunicación sobre las declaraciones del mandatario, durante una ceremonia de nacionalización de militares en activo, veteranos y reservistas, en la Casa Blanca, con motivo del Día de la Independencia.
En ese orden, la publicación efectuada por el Consejo Editorial, destacó que si bien los poderes del presidente estadounidense son limitados, dado que es el Congreso la única entidad que puede darle al tema migratorio la reforma integral a largo plazo que tanto necesita, Obama debe hacer todo lo posible, dentro de la ley, para “limitar el daño causado por un sistema obsoleto e injusto que deporta a las personas que no debe, que asfixia a las empresas, daña a las familias y afecta a la economía”.
A continuación, la publicación editorial realizada por The New York Times:
THE NEW YORK TIMES
EDITORIAL
Obama actúa a lo grande sobre la inmigración
Consejo Editorial
3 de julio de 2014
Esta semana, el presidente Obama finalmente declaró su independencia de un debate asfixiante sobre la reforma migratoria al que los republicanos en el Congreso nunca se habían sumado en serio. Después de esperar demasiado tiempo para que los obstruccionistas se echaran a un lado, el Sr. Obama queda libre para hacer lo que pueda para arreglar un sistema deteriorado.
Sus poderes son limitados, por supuesto. Sólo el Congreso puede darle al tema migratorio la reforma integral a largo plazo que tanto necesita. Un proyecto de ley bipartidista aprobado por el Senado el año pasado ‒y estrangulado en la Cámara‒ era la mejor esperanza para lograrlo. Pero Obama debe hacer todo lo posible, dentro de la ley, para limitar el daño causado por un sistema obsoleto e injusto que deporta a las personas que no debe, que asfixia a las empresas, daña a las familias y afecta a la economía.
Empieza por darle a millones de inmigrantes permiso para quedarse, trabajar y vivir sin miedo.
Obama tiene que reducir la maquinaria de deportación, que él mismo amplió considerablemente. Su decisión hace dos años de poner fin a las deportaciones de inmigrantes jóvenes llamados “Dreamers” (Soñadores) fue un buen primer paso. Ahora él deberá proteger a los padres de los Dreamers, y, si es posible, a los padres de los niños ciudadanos. Su énfasis deberá estar en la protección de las familias y las personas con fuertes lazos con este país, y en la liberación de recursos para luchar contra los traficantes de personas, los traficantes de drogas, las pandillas violentas y otros delincuentes peligrosos.
Deberá poner fin a los programas que imprudentemente delegan la ley de inmigración a la policía local. Debe facilitarle a los miembros de la familia de los ciudadanos conseguir la tarjeta verde, sin tener que salir del país tres o diez años. Mediante soluciones de sentido común a las onerosas restricciones de visado, el uso racional de la discreción procesal, y nuevos programas que permitan a grupos de inmigrantes que solicitan quedarse y trabajar legalmente, Obama debería alejar al sistema de su fijación con la deportación, y acercarlo al equilibrio.
Obama desea transferir recursos desde el interior hasta la frontera, donde han sido detenidos decenas de miles de niños recientemente tras huir de la violencia en El Salvador, Guatemala y Honduras. Él espera detener la afluencia mediante deportaciones más rápidas, pero su prioridad más urgente debería ser facilitarles a estos niños abogados y personas que los cuiden. Y si bien muchos probablemente serán devueltos, muchos otros probablemente calificarán para recibir protección humanitaria.
Los republicanos gritarán ante las acciones individuales de Obama. Déjenlos. Dejen que el partido pague un precio alto entre los votantes latinos y asiáticos por no dominar al ala nativista, cuya única idea de la inmigración es la fantasía de una frontera hermética y expulsiones masivas.
La mayoría de los estadounidenses encuentra la aplicación obsesiva de los republicanos poco convincente; las encuestas apoyan la moderación y la legalización por la cual Obama y los demócratas han luchado. Pero el miedo y el pánico realmente responden al azuzamiento, como ocurrió en lugares como Murrieta, California, donde los manifestantes bloquearon autobuses que transportaban a los inmigrantes recién llegados a un centro de la Patrulla Fronteriza. En una reacción absurda ante una emergencia inventada, el alcalde de Murrieta anunció que la ciudad había establecido un “plan de acción contra incidentes”, mediante el cual la policía y los funcionarios de emergencia puedan impedir que unas pocas decenas de mujeres y niños destruyan su ciudad.
A nadie estaban siquiera liberando en Murrieta. Pero el alcalde instó a los residentes a quejarse, y en un feo espectáculo, decenas de personas se lanzaron a la acción: agitaron banderas, gritaron “¡U.S.A.!” e hicieron dar la vuelta a tres autobuses.
Y mientras la crisis fronteriza se desarrolla, el apoyo público a la legalización se pondrá a prueba. No obstante, el señor Obama puede aliviar los temores si actúa con el convencimiento de que millones de los que están aquí son beneficiosos para el país y se merecen la oportunidad para quedarse. Mediante la abdicación cínica, los republicanos desperdiciaron una oportunidad preciosa de arreglar la inmigración para el siglo XXI. Ese juego terminó. El presidente ha seguido avanzando. Ya era hora.