Panamá, 30 may (EFE/Giovanna Ferullo).- Manuel Antonio Noriega, fallecido el lunes en un hospital panameño a los 83 años, fue el hombre de la CIA en Panamá y un hábil socio de los narcotraficantes colombianos en los años 80, un vínculo que a la postre abonó la invasión estadounidense que lo arrancó del poder.

De origen muy humilde, Noriega llegó a ser el último dictador militar de Panamá en su historia. Quienes lo conocieron afirman que infundía temor con su mirada y entre sus múltiples apodos figura el de "Tony el breve", por lo sucinto de sus comentarios.

Conocido popularmente como "cara de piña", por las huellas que dejó en su rostro la viruela, purgaba en su país varias penas por distintos delitos que sumaban unos 60 años de cárcel.

Una de esas condenas era por el asesinato de Hugo Spadafora, uno de los principales críticos de la actuación del Ejército en Panamá.

También cumplía condena por la muerte del mayor Moisés Giroldi, que intentó derrocarlo, así como por la desaparición de otras dos personas y acusaciones de violación de los derechos humanos.

Noriega, que llegó a general sin haber combatido, se educó en el Instituto Nacional, el colegio estatal más antiguo del país, y sus biógrafos indican de joven que era afín a ideales de la izquierda tradicional.

Se graduó como alférez de ingeniería en la Escuela Militar de Chorrillos, en Perú, y a los 22 años entró en la Guardia Nacional.

En 1968 apoyó el golpe militar que llevó al poder al general Omar Torrijos, quien lo formó en Inteligencia militar. De hecho, en 1970 fue nombrado jefe del servicio de inteligencia G-2 del país.

Reconocido agente de la CIA especializado en operaciones de contrainteligencia, Noriega transformó la Guardia Nacional en las Fuerzas de Defensa panameña y puso bajo su control casi la totalidad de los organismos del Estado.

La oposición le acusaba de participar en el tráfico de drogas y en el contrabando de armas.

Su declive se produjo a raíz de las acusaciones contra él de un compañero de armas, el coronel Roberto Díaz Herrera, al imputarle en 1987 relaciones con el narcotráfico y otros crímenes, lo que abrió una crisis.

Acusado por el Congreso estadounidense de narcotráfico, asociación de malhechores y beneficios ilegales, en enero de 1988 el entonces secretario de Estado, George Shultz, declaró que el Pentágono había exigido a Noriega abandonar el poder en la sombra y dar paso a un Gobierno auténticamente democrático.

Tras la invasión militar de EEUU a Panamá en diciembre de 1989, que lo derrocó, Noriega fue expulsado del Ejército por Guillermo Endara (1989-1994), el primer presidente en democracia desde el golpe militar que protagonizó Omar Torrijos en 1968.

Noriega fue extraditado a Panamá el 11 de diciembre de 2011, tras cumplir más de 20 años en la cárcel en Estados Unidos y Francia por narcotráfico y blanqueo.

Llegó en silla de ruedas, anciano y fatigado, aparentemente enfermo, pero fuertemente custodiado, y fue encarcelado en una prisión de seguridad media en uno de los márgenes del Canal de Panamá.

El recibimiento de Noriega fue totalmente diferente a las acostumbradas fanfarrias que se escenificaban cada vez que llegaba de viaje o cuando celebraba su cumpleaños (11 de febrero) o una efeméride militar, como el Día de la Lealtad (16 de diciembre).

"Con mi corazón, bajo el nombre de Dios, no tuve nada que ver con la muerte de ninguna de estas personas", afirmó Noriega el pasado 27 de enero, en la que fue su primera y única declaración ante un juez panameño, en el marco de las audiencias para que se le concediera un arresto domiciliario temporal que finalmente fue aprobado para ser operado. EFE