(UNFPA RD/Especial para Acento.com.do)
SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Karina, Angélica y Martha (nombres ficticios para proteger sus identidades) son tres mujeres dominicanas que no se conocen entre sí, pero que tienen en sus historias un punto en común, las tres tuvieron su primer embarazo con tan solo 15 años.
Estas tres mujeres ponen rostro al problema del embarazo en adolescentes en República Dominicana donde durante años las cifras han sido altamente preocupantes. La tasa de fecundidad adolescente se mantiene en 90 por cada 1000 y tres de cada 10 adolescentes están o han estado embarazadas.
Aunque sus contextos sociales son muy diferentes, al narrar sus historias las tres ponen de manifiesto la valentía con la cual han tenido que hacer frente a los cambios que el embarazo adolescente produjo en sus vidas.
A propósito de la conmemoración este miércoles 26 de septiembre del Día Internacional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes, las tres exponen la necesidad de que existan espacios dentro del sistema educativo que informen a adolescentes y jóvenes sobre la prevención de embarazos a temprana edad y sus implicaciones, además de otros espacios formales donde la población joven pueda acceder a información sobre salud sexual y reproductiva.
Cambios
Angélica, de 24 años, tuvo tres embarazos entre los 15 y los 19. El padre de sus tres hijos, siete años mayor que ella, le acompañó durante todo el proceso, aunque para él la vida “no cambió”. Contrario a lo que pasó con ella.
La joven nos cuenta que estudiaba en un colegio católico, lo que se convirtió en una pesadilla, a tal punto que al final de año escolar, su director no le permitió entrar al plantel a retirar su reporte de notas. Se lo entregó en la puerta, donde tuvo que esperarlo por una hora.
“Fue una experiencia muy, muy frustrante, mi familia me consideró un fracasó, mi mamá me botó de la casa y no tuve apoyo del padre. Es una experiencia que no le deseo a nadie”
“Había mucho prejuicio (…). Yo era una vergüenza para el colegio. La dirección me trataba con un cuidado y como un misterio. (…) Eso yo siento que no se manejó bien”, lamenta Angélica, resaltando también que sentía mucho miedo e incertidumbre.
Dice que en su tránsito hacia la maternidad contó con el apoyo de su familia, aunque sentía la ausencia de su madre, fallecida años atrás.
“Lo más más difícil fue el yo alejarme completamente de mi entorno. Ya yo no podía, por ejemplo, salir con mis amigos (…). Por el hecho de tener un niño detrás de otro, desde los 15 hasta que ya los niños estaban un poquito más grandes, digamos los 21, 22, hasta el otro día, yo no sabía lo que era “dizque” salir con mis amigos a divertirme un día, una noche. Yo siempre tenía que ver cómo la gente vivía su vida, cómo mis compañeros entraron a la universidad, cosas que yo no podía hacer, yo me sentía muy limitada”, narra.
Cuando Angélica no estaba trabajando, estaba en la casa cuidando al niño o a los niños. Fruto de su experiencia, para ella es claro que el embarazo adolescente hay que tratar de evitarlo “con concientización, educación de cómo protegerse, más oportunidades y enseñando sobre el valor personal”.
Con toda la responsabilidad
Martha fue madre adolescente y se define como una mujer negra y pobre. Tenía 15 años al momento de su primer embarazo y vivía con su familia en un batey. El padre de su bebé era otro adolescente, para entonces con 17 años. El joven se negó a la posibilidad de tener a la criatura y le propuso que abortara, porque representaba un “obstáculo” para el desarrollo de él.
Ante la negativa de la adolescente a provocarse un aborto, entre otras cosas por temor a morir, su novio la abandonó. El joven es hoy un pelotero profesional que no tiene ninguna responsabilidad con su hijo, ahora de 16 años.
“Fue una experiencia muy, muy frustrante, mi familia me consideró un fracasó, mi mamá me botó de la casa y no tuve apoyo del padre. Es una experiencia que no le deseo a nadie”, sostiene.
Martha contó posteriormente con los consejos de una persona que la exhortaba a ponerse a estudiar y planificarse. Antes de eso tenía “una desinformación total”. Eso fue lo más difícil, sumado al rechazo de la familia y la comunidad, donde muchas personas decían: “que no se junte con mi hija”.
Martha, quien siguió adelante y se convirtió en abogada, reflexiona que la sociedad siempre culpa a las chicas, mientras nadie les exige a los padres. Las madres quedan con toda la responsabilidad.
Seguir sonriendo
Karina es una madre de 17 años. Al igual que Angélica y Martha, quedó embarazada a los 15 años. Su embarazo fue una sorpresa, pero su familia la apoyó aún con todas las limitaciones de sus condiciones de pobreza.
Desde que el embarazo se confirmó, Karina fue expulsada de la escuela donde estudiaba. Para poder continuar con sus estudios, tuvo que acceder al programa PREPARA del Ministerio de Educación y asistir a clases junto a personas adultas, un día de la semana, por 7 ó 9 horas.
Para el momento en que se produjo el embarazo, el padre de la criatura también era adolescente, contaba con 18 años. Karina detalla que él la mudó a la casa de sus padres, pero durante su permanencia allí, su comportamiento cambió y la sometió a maltratos, que se sumaron a los de su familia. Karina se vio forzada a regresar a vivir a casa de su madre, donde continua junto a su niña, sin recibir ningún apoyo por parte del progenitor.
“Había momentos en que no me sentía bien conmigo misma por el hecho de haber estado embarazada a tan corta edad, había personas que se reían o se burlaban de mi por eso”, recuerda.
Con ánimo y sacrificio sigue sonriendo, alimentada por la alegría que le produce ver a su bebé crecer, pero lamenta que la niña no tenga un trato cercano con su padre, ni con la familia de este, a pesar de que viven solo a tres casas de donde ellas residen.
Karina ahora se encuentra en la fase final de sus estudios de bachillerato y ya ha realizado varios cursos técnicos. Tiene la meta de iniciar de inmediato estudios universitarios y conseguir un trabajo formal, con lo que espera garantizar el sustento de su bebé y ayudar a su familia.
Riesgos y vulnerabilización
Los datos arrojados por estudios realizados en el país y en la región han mostrado cómo el embarazo adolescente se constituye en un factor de riesgo para la vida y el desarrollo de las mujeres y, en especial, de las más jóvenes y pobres.
Los informes oficiales establecen que 61.4% de las adolescentes alguna vez embarazadas pertenecen a los dos quintiles más pobres. A esto se agrega que el 40% de las adolescentes alguna vez casadas o unidas reportó haber sido víctima de violencia física, sexual o emocional. Se trata del grupo de edad más afectado por violencia física y/o sexual, por parte de sus maridos o compañeros.
Un 27% de las adolescentes reportan necesidad insatisfecha de anticonceptivos, es decir, aunque desean posponer o detener la procreación, no utilizan ningún método anticonceptivo. Además, más de la mitad de las madres adolescentes (52%) se dedica a los quehaceres del hogar.