La utilidad de una edificación está supeditada a la sociedad en la que se erige. Coliseos, templos, palacios, u hospitales, funcionan bajo el influjo de una cultura. Es necesaria una tradición de excelencia administrativa, profesional y moral, para que las instituciones que se albergan en ellas cumplan su cometido.

El deficiente sistema de salud dominicano se ha desarrollado en una pésima cultura, donde la gestión, la ética, y la eficiencia ocupan lugares secundarios. De no corregirse esos vicios tradicionales no habrá forma de redimir los servicios sanitarios nacionales que seguirán siempre a la zaga.

La magnificencia de los nuevos centros de salud está la altura del “primer mundo”: monumental arquitectura, tecnologías de punta y especialistas bien formados. Sin embargo, a cada nueva inauguración sigue algún drama vivido a diario en desvencijados hospitales del resto del país, carentes hasta de la más elemental higiene.

Sucede, que la administración del sistema hospitalario ha estado en manos del clientelismo, de correligionarios de turno, con escasa o ninguna preparación en gerencia de servicios sanitarios. Hombres y mujeres formados dentro de una tradición de picoteo, coimas, y rápidos en emplear el “deja eso así”. Vienen desde los partidos políticos, acostumbrados al amiguismo y a sacar ventajas personales de los fondos públicos.

Los médicos no escapan tampoco de esa cultura. Me consta, que hasta hace poco – puede que todavía – materiales radiográficos, estetoscopios, aparatos de presión, muestras médicas, y hasta instrumental quirúrgico, terminaban en las clínicas privadas de los galenos. Sus asociaciones ahora son campos de entrenamiento político, y funcionan como sindicatos. La principal universidad que los titula es tan defectuosa como nuestros gobiernos.

Como médico interno del Hospital San Carlos, en el Madrid de los sesenta, me tocó solicitar una jeringuilla nueva (entonces eran de vidrio y se rompían al caerse) a la monja encargada de suministro. Cuando estuve frente a ella, miró mis manos, y dijo: “Donde está la que se ha roto”. Por suerte, no la había tirado en la basura y pude llevársela. Entonces, me entregó una nueva. Excelencia administrativa y prevención de “cogiocas”.

Esas monjitas – impecables administradoras – las expulsaron de nuestros hospitales en el primer gobierno del PRD. Nunca volvieron. Entonces, incompetentes y tramposos comenzaron a ocupar su lugar, malgastando el escaso presupuesto que el Estado pone en sus manos. Con escaso criterio, los gobiernos comenzaron a nombrar personal a diestra y siniestra. (En ocasiones, el mismo médico cobraba tres y cuatro cheques diferentes.)

Para la misma época, ya los gobiernos sabían que construir hospitales y equiparlos al máximo era rentable para ellos. Los gobernantes del PLD han llevado ese conocimiento hasta el paroxismo. Es una fuente de corrupción disfrazada de servicio público con un poderoso impacto propagandístico. Les viene como anillo al dedo.

Recuerdo asomarme por una ventana de la Secretaria de Salud y quedarme perplejo: media docena de furgones llenos de equipos médicos estaban abandonados en el patio. Se compraron sin tomar en cuenta si se podían o no instalar; no pudieron instalarse. Fue una de tantas compras hechas buscando comisiones sobre ventas.

No exagero si afirmo que un hospital de campaña chileno, costarricense, israelí, o español, es más eficiente que cualquiera flamante hospital dominicano.  Y es así, porque ellos funcionan con profesionalidad y estrictas normativas, en culturas que no acomodan ineficiencias ni toleran inconductas.

Lo que quiero decir con todo esto ya lo he dicho antes: mientras la administración de los sistemas de salud siga influenciada por una tradición de corrupción, donde predomina el clientelismo y la mediocridad, se podrán construir los hospitales más monumentales del planeta que, al final, el resultado será deplorable. Veremos lo de siempre: edificios despintados, con goteras, conductos de basura tapados, equipos dañados, médicos desmotivados, y la población  desprotegida.

Eso sí, seguirán las construcciones, las compras innecesarias, las inauguraciones, y los presidentes mintiendo sobre las paupérrimas cifras que indican el desastre del sistema de salud dominicana. Muchos hospitales y poca salud. De eso sufrimos.