La escritora Morgan Miller, opina en un artículo publicado en Americas Quarterly su experiencia con el racismo en la República Dominicana. Asimismo trata sobre las leyes de inmigración del país caribeño.

“¡Arréglate ese pelo!”

Haitianos y dominicanos de piel oscura enfrentan el racismo diariamente. Cuando vivía en República Dominicana, hubo un momento en que las burlas en las calles, gritos de “¡Arréglate ese pelo!”, y los gestos burlones sobre mi pajón prominente fueron demasiado lejos para soportarlo.

En un país de complejas dinámicas raciales, donde el pelo alisado es una moneda social y las vallas publicitarias presentan a mujeres de pelo rizado con el texto “Tu pelo se merece algo mejor”, el pelo natural o rizado, coloquialmente denominado “pelo malo” (un término similar utilizado en la comunidad negra estadounidense), a veces se ve como un marcador de la identidad haitiana.

Mientras que muchos dominicanos vehementemente niegan el papel de la raza en la controversia actual sobre la deportación de los dominicanos de ascendencia haitiana y de los migrantes haitianos, el tratamiento que recibí mientras vivía en la República Dominicana (y de haber sido muchas veces confundida con una haitiana) indica lo contrario.

Yo no era ajena a la discriminación en República Dominicana, después de soportar burlas, y en varias ocasiones habérseme negado la entrada a clubes, y recibido desaires regulares durante mi tiempo de estancia allí

Como estadounidense negra del Sur, al principio (y quizás ingenuamente) pensé en coger un descanso del racismo diario que había experimentado en EE.UU. Al igual que con los estadounidenses negros, hay dominicanos (y haitianos) de todos los matices. Acogí la idea de vivir en un país donde la mayoría de la gente se parecía a los miembros de mi familia y a mí, pues el 90 por ciento de la población dominicana tiene ascendencia negra.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que me encontrara con un racismo familiar, aun siendo extranjera. Aunque me doy cuenta de que las experiencias varían y mi historia es una entre muchas, desde luego, no es la excepción. Ya sea en forma de insultos raciales o violencia extrema, tanto los haitianos y los dominicanos de piel oscura enfrentar por igual y a diario el racismo. Después de sentirme todo el tiempo como un blanco en movimiento con mi pajón considerable, decidí llevar lazos en el pelo los días en que los insultos se hicieron insoportables.

Llegué a Santiago, República Dominicana, como profesora de inglés, un mes antes de la Sentencia 168/13, una sentencia del Tribunal Constitucional que revocó la ciudadanía de los residentes dominicanos cuyos padres habían nacido fuera del país a partir de 1929, a menos que pudieran regularizar su estatus. En los meses que siguieron, los linchamientos de haitianos se hicieron más frecuentes, según informes de prensa. Amigas mías negras de EE.UU. que habían venido a estudiar fueron acosadas e interrogadas por la policía sobre su nacionalidad. Después que mis amigas explicaron que eran estadounidenses que estudiaban fuera de su país, los funcionarios se burlaron de ellas, riéndose y diciendo:

“Esa se cree americana pero es haitiana”. Incluso mi hermana anfitriona dominicana, cuyo apellido era de origen francés, tuvo complicaciones con las agencias gubernamentales que cuestionaron su identidad dominicana. Y empecé a darme cuenta de que el tratamiento que mis colegas y yo estábamos recibiendo era probablemente el resultado de la intensificación del antihaitianismo tras el fallo del Tribunal.

La mayoría de mis compañeros profesores de inglés de EE.UU. condenaron el fallo, aunque otros lo vieron como que República Dominicana estaba ejerciendo su derecho soberano de regular la inmigración dentro de sus fronteras. Algunos de mis estudiantes dominicanos y haitianos criticaron el fallo por discriminatorio, mientras que otros defendieron firmemente la decisión del tribunal. Sin embargo, pocos se atrevían a denunciarlo como racista.

Yo no era ajena a la discriminación en República Dominicana, después de soportar burlas, y en varias ocasiones habérseme negado la entrada a clubes, y recibido desaires regulares durante mi tiempo de estancia allí.

Con la historia de La Española y mi propia experiencia en mente, sé que el fallo del Tribunal se fundamentaba sobre el antihaitianismo que el país todavía tiene que conciliar.

En las palabras de Junot Díaz: “Si no empezamos a calentar los músculos para hacer una inversión posesiva en las opresiones de cada uno, entonces estamos en serios problemas”.