The Guardian  /Versión en español de traducción libre de Iván Pérez Carrión

REDACCIÓN INTERNACIONAL.-A Digna Batista se le prometió que se encaminaría al paraíso cuando le pagara a los contrabandistas para llevarla de República Dominicana a Chile. En cambio, se encontró caminando a través de un campo minado del desierto para encontrar una acogida menos que simpática en una sociedad que está luchando para dar cabida a un número creciente de migrantes del Caribe.

La discriminación, el abuso de mano de obra y las anticuadas políticas de inmigración han dificultado el ajuste para muchos de los más de 50,000 haitianos y 15,000 dominicanos que forman parte de una historia de migración económica que está subiendo rápidamente en la agenda política antes de las elecciones presidenciales.

Batista pidió prestados más de US$2,500 para pagar a coyotes por el viaje a través de los Andes y el desierto de Atacama con la esperanza de encontrar una vida mejor.

Dejando atrás a su hijo de tres años, primero voló a Ecuador, donde continuó en autobús −en un punto constreñida por otros 17 personas  en la espacio depara el equipaje− en la ruta terrestre de 3,000 kilómetros a través de Perú hasta la frontera chilena. Una vez allí, a ella y los demás se les dijo que se dirigieran hacia una luz que se veía a lo lejos.

“Caminamos toda la noche. Finalmente, por la mañana, llegamos a un camino, paramos un taxi de paso y pedimos al conductor que nos llevara al albergue más cercano. Nos dijo que acabábamos de atravesar un campo minado”, recordó.

Los peligros son demasiado reales. Más de 50,000 minas fueron colocadas por los militares chilenos en la década de 1970, un tiempo de dictadura y paranoia relacionado con el Perú. Aunque el ejército se comprometió posteriormente a desmantelarlas todas en 2012, el avance ha sido lento y cerca de 40,000 todavía están en su sitio. Las señales de alerta son inadecuadas, mal colocadas o ignoradas por los emigrantes desesperados. El año pasado, un dominicano de 24 años, Daniel Sosa, perdió el pie izquierdo cuando pisó una mina tratando de entrar al país ilícitamente para encontrar trabajo después de que le negaran la visa.

Una serie de incidentes como estos, algunos de ellos fatales, han generado la creciente preocupación diplomática de que las políticas fronterizas de Chile están llevando a la gente a arriesgarse a cruzar de manera ilegal. El cónsul de República Dominicana en Arica, Nina Consuegra, dijo que la policía fronteriza chilena de PDI está deteniendo y negando la entrada a cualquiera que sea negro o venezolano si no muestra bonos prepago de hotel y boletos de regreso.

Pero incluso los que llegan legalmente se enfrentan a prejuicios.

Hasta la década de 1990, Chile tenía sólo una pequeña población negra, por lo que la reciente llegada de los inmigrantes negros ha causado revuelo.

La historia indica que este no debería ser el caso. Un estudio genético de 2014 encontró que uno de cada dos chilenos tenía antepasados entre los miles de esclavos africanos traídos al país entre los siglos XVI y XIX. Pero la élite chilena hace tiempo que prefiere hacer hincapié en las raíces europeas de su país y los recién llegados son objeto de un debate creciente.

“Los migrantes son a menudo muy duramente discriminados”, dice la socióloga María Emilia Tijoux. “Algunos están sufriendo, realmente. Y no es sólo un problema legal, es porque hay una parte de la sociedad chilena que es tan malditamente racista”.

Batista dice que ella ha experimentado amabilidad y hostilidad.

Ahora trabaja como empleada doméstica en la parte alta de Santiago, mientras intenta legalizar su residencia para que un día pueda llevar a su hijo Brayan a vivir con ella.

Muchos haitianos encuentran nichos mal pagados en el mercado de trabajo donde los chilenos son reacios a trabajar, particularmente la construcción, el servicio doméstico y la agricultura.

Al carecer de derechos legales, algunos son explotados, dijo el líder de la comunidad haitiana Darner, quien añadió que los migrantes a veces trabajan durante meses sin recibir pago.

A principios de este mes, un migrante haitiano sin hogar, llamado Joseph Polycart, murió de hipotermia después de haber sido rechazado dos veces de un hospital local en una noche de frío intenso.

Pero también hay historias positivas. N’kulama Saint Louis llegó a Santiago con su esposa Patricia y su hijo Nkulahi, de dos años, en 2010, tras el devastador terremoto de Haití. Hoy N’kulama trabaja como barrendero y estudia sociología en la Universidad Católica de noche. “Tenemos mucho apoyo de nuestros amigos chilenos”, dijo, “pero el Gobierno no tiene una política de inmigración completa y eso es un gran problema”.

El sistema actual es ampliamente criticado como anticuado. Una notoria ley de inmigración −un remanente de la dictadura de Pinochet− considera intrínsecamente a todos los migrantes como posibles subversivos, dijo Jean Claude Pierre-Paul, un trabajador social haitiano.

Y la situación podría empeorar. El candidato de centroderecha en la elección, el expresidente y empresario multimillonario Sebastián Piñera, está siguiendo el ejemplo de Trump en Estados Unidos y del argentino Mauricio Macri, al proponer controles más estrictos en las fronteras y la expulsión de todos los migrantes irregulares, unas 150,000 personas.

Dada la enorme frontera de 5,000 kilómetros de Chile, no hay ninguna sugerencia sobre un muro fronterizo, pero unas regulaciones más estrictas podrían conducir a más emigrantes a intentar los cruces peligrosos ilegales por las montañas, desiertos y campos de minas.

“Los visados no controlan la migración; los migrantes sólo se irán donde los contrabandistas de personas para ingresar al país”, dijo Rodrigo Sandoval, jefe del departamento de inmigración del Ministerio de Interior.

Sandoval dijo que Chile necesita una nueva ley de inmigración que ayude a atraer a más extranjeros para contrarrestar el envejecimiento de la población y la escasez de mano de obra en el país. Sus propuestas han provocado una reacción de la derecha en las redes sociales, donde los xenófobos lo describen como un traidor que está permitiendo que Chile sea “invadido”.

Las cabezas más frescas insisten en la autorreflexión. En el barrio de Independencia, la trabajadora social Patricia Loredo, que ayuda a dirigir el colectivo de derechos de los migrantes Sin Fronteras, cree que los chilenos necesitan estar mucho mejor informados y educados sobre su patrimonio.

“La mayoría de los chilenos no tienen una idea clara de su identidad cultural”, afirmó, “pero esta es claramente una sociedad de raza mixta”.