SANTO DOMINGO, República Dominicana.- “Mi lucha es contra la explotación, para que mis hijos y ningún trabajador nunca más tengan que echar un día de trabajo por veinte cheles (centavos) Mauricio Báez, citado por su compañera de vida, María Onelia Blondeur.

Perdió también sus dos hijos, Pedro y Federico; apresados y desaparecidos por la dictadura trujillista el 10 y el 23 de noviembre del 1959.

“A Pedro lo apresaron en la librería que  tenía en la calle Mercedes con Santomé, en la capital y jamás he sabido nada, hasta el día de hoy”, recuerda, y lo comenta con voz entrecortada.

“No me cansé de visitar cuarteles y siempre me decían lo mismo: aquí no sabemos nada, vaya a tal sitio; y allí lo mismo y lo mismo! Lo único que quiero es justicia, póngalo ahí, que salga, que la gente lo sepa.

El compromiso de Mauricio Báez

“La explotación y el duro trabajo, le despertaron la conciencia y el compromiso con los trabajadores y el pueblo”; responde a la pregunta de sobre el origen de la lucha del líder sindical y militante revolucionario, desaparecido por esbirros de la dictadura de Trujillo en 1950 en La Habana, Cuba.

“Mauricio decía siempre ¡Mi lucha es contra la explotación, para que mis hijos y ningún trabajador nunca más tengan que echar un día de trabajo por veinte cheles”.

Con casi un siglo de  vida,  marcados  en su alma  y en la piel, los descendientes directos del militante revolucionario y defensor de la clase obrera, Mauricio Báez, sobreviven en condiciones de extrema pobreza en el municipio de Bayaguana.

Mirita, como le dicen en su ambiente familiar, mujer con buen humor y pensamiento claro, pese a asegurar  entre risas y como burlándose del tiempo, que nació en el 1916, “creo yo que fue en ese año……¡Imagínate ya a esta edad, se le olvida a uno hasta el año que nació”.

Oriunda de Monte Plata, sus primeros años los pasó entre esa provincia, la comunidad de Hainamosa y San Pedro de Macorís. En el batey número dos del ingenio Cristóbal Colón, conoció a Mauricio Báez, quien era dependiente en una bodega de alimentos.

“Pachuli, le decían a Mauricio; y me ponía papelitos en las fundas de comida cuando yo iba a comprar; mi mamá y mi tía los encontraban y me relajaban………yo era una niña, sin malicia; qué iba yo a saber de enamoramiento……y nos casamos…. Tuvimos cuatro hijos, a Pedro y Federico que lo mató Trujillo también; Olga y Celeste con la que vivo… Tuve otras dos hijas que viven en Guerra y Boca Chica”.

Persecución, clandestinidad, desaparición y muerte

“Los trabajos que pasamos. No hay mejor escuela que lo que lo que uno vive. Por eso hemos sobrevivido con dignidad y honradez, manteniendo en alto la memoria de mi esposo. Jamás hemos hecho algo de lo que Mauricio se hubiese avergonzado”, afirma María Onelia.

En la pequeña galería que nos recibe, le acompaña su hija Celeste. A sus 97 años aún profesa su admiración por Mauricio; se refiere a él como si le espera; como si le amara todavía; hace chistes y dice, era muy pícaro él. Entre perdida mirada y tímida sonrisa, describe con pasión la ruta de los bateyes en los que vivieron, Cayacoa, Batey 2, Santuán, La Higueyana, Montecristi…rodando ya sin trabajo, dormíamos en un piso de periódicos; en batey Montecristi fue que comenzó la represión que no paró más.

Una sonrisa amplia ilumina su mirada que escapa por sus viejos cristales y como si se negara a reencontrase con  aquellos amargos recuerdos, dice en tono más alto “¡pero qué carajo, estamos vivas nosotras (refiriéndose a su hija Celeste), le ganamos a Trujillo, que era hombre malo……….lo que uno ha pasado no tiene ejemplo….!

Habla Celeste, la hija

“No podíamos decir nuestros nombres reales; ni ir a la escuela. Los profesores nos sacaban cuando sabían que éramos los hijos de Mauricio Báez; porque se metían en problemas con el gobierno.. vivimos mucho tiempo así, escondidos en conucos por estos campos.

“Una vez en la capital, un señor que era maestro, me aceptaba en la escuela después del recreo, me daba la clase en un cuaderno y me decía vete ya, rápido, yo te ayudo por la noche, no diga que yo te la di y así aprendí a escribir”.

“Una vez nos denunciaron porque habíamos pintado la casa y yo quité el retrato de Trujillo que estaba en la puerta; me llevaron al cuartel, le dije que estaba guardado en una caja de zapatos y se la mostré, que era para no ensuciarlo, pero mentira.. ¡Eso me salvó!

De sus hermanos Pedro y Federico, desaparecidos también por la dictadura habla con devoción.

“Pedro era muy inteligente, hasta se inventó un radito, pegando alambres, escondido. Así escuchó  una noche a mi papá hablando en la radio desde Cuba y nos llamó con mucha alegría  ¡Vengan oigan, nuestro papá está vivo, está hablando desde Cuba! Nos dijo.

Un día encontró a su hermano Federico llorando sentado en una piedra.

“Mataron a nuestro papá, me dijo, yo lo oí anoche en radio por la emisora de Cuba……. Me hizo jurarle que no se lo diría a nadie, porque nos mataban a nosotros también. Días después hablamos con la otra hermana”.

Tuvieron que disimular el luto

Era diciembre, supieron de la muerte del padre, y en aquella navidad, a Celeste y  a su hermana Olga, le compraron unos vestiditos de color blanco; a sus hermanos Pedro y Federico, pantalones color negro  y camisas blancas.

“Y nos dijeron no se lo pueden decir a nadie, que nos matan a nosotros también. En complicidad los cuatro, porque cuando eso, los muchachos no hablaban de política ¡No se podía!”.

Demasiada violencia para una niña de sólo ocho años.

Con un duelo no resuelto, el dolor marca su rostro. 63 años después de aquellos hechos no puede evitar que las lágrimas bañen su rostro.

El pueblo y el Estado dominicanos, estamos en deuda con esta familia. Lograr una mejoría en sus condiciones de vida es una demanda que tenemos que asumir.

Y mantener vivo, en acción, el ideal y ejemplo  de Mauricio Báez, es un compromiso de vida.