SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Más allá de sus rostros quemados por el sol candente de las mañanas dominicanas y de sus manos callosas que sostienen los productos que venden para mantener a sus seres queridos, son ciudadanos que se esfuerzan para romper el círculo de la pobreza en su familia y lograr que sus hijos tengan una mejor vida.
Aproximadamente a las 11 de la mañana Eridania Morillo le entrega a su superviso lo obtenido de la venta de periódicos. Desde hace 8 años se gana la vida vendiendo diarios al pregón. Tuvo su primer hijo a los 16. Hoy, a sus 32, ya tiene 4 hijos.
Madre soltera, cría a sus 4 hijos sola. La menor con apenas 1 año y 5 meses de edad, la envía al CONANI para que “desde ya vaya aprendiendo y educándose”.
“No pude estudiar porque mi madre murió cuando yo era pequeña, y me crié así pasando muchos trabajos”, manifiesta Eridania.
Con un rostro jovial llegando a mostrar inocencia, Eridania dice que se preocupa de que todos sus hijos estudien para que no se dediquen a lo que ella hace o algo parecido.
“No quisiera que se dedicaran a esto, no”, señala a media sonrisa.
Manifiesta que al verse sola y con la necesidad de darle qué comer a sus hijos, la única opción segura que encontró fue emplearse como vendedora de periódicos.
“Yo no tenía trabajo y hablé con una compañera para que me consiguiera, ella también vende periódico y me dijo -el único trabajo que te puedo conseguir es el de vender periódico- y le dije que está bien, porque yo lo que quiero es trabajar; entonces desde ese momento estoy aquí”, explica con su hablar pausado ante las cámaras de Acento.
Al preguntarle si se visualiza haciendo el mismo trabajo en unos años, aseguró que si. “Hasta que Dios quiera, él es el único que sabe. Dios sabrá si me deja aquí o me lleva a otro sitio”.
Reside en Capotillo y labora en la intersección de las avenidas 27 de Febrero y Lincoln, del Distrito Nacional. Se traslada hacia su lugar de trabajo a las 6 y media de la mañana, luego de preparar a los niños.
En la misma avenida 27 de Febrero pero interceptada con la Núñez de Cáceres, se encuentra Paulino Vizcaíno de los Santos.
Paulino se cubre el rostro con una gorra morada. Es muy atento y perceptivo. Expresa que vende de todo y lo que encuentre, pero ahora mismo ofrece mangos, guayabas y alcancías de bambú.
“Me levanto a las 5 de la mañana y a las 7 estoy aquí hasta que pueda vender, porque imagínate si uno paso el día entero y en la tarde es que puede vender algo entonces tengo que esperar”, indica resaltando que debe comer y pagar el pasaje que le permitirá seguir produciendo para sostener a su numerosa familia.
Se lamenta que a sus 53 años de edad, deba trasladarse todos los días desde Yamasá municipio de Monte Plata hacía su puesto de trabajo y asegura que pronto por la vejez no lo podrá hacer. “Cuando yo venga a tener 70 años ya no podré estar aquí porque las fuerzas no me darán, pero si fuera profesional podría buscar una pensión y estaría sentado”.
Indica que si en su juventud hubiera encontrado algo distinto en que trabajar o gozado de un apoyo para hacer otra cosa, no estuviera vendiendo en las calles.
Vizcaíno tiene 8 hijos, todos adultos. “Algunos están estudiando y van a la escuela, y unos cuando no están de ir a la escuela vienen a la pista a vender conmigo. La hembra se casó”,
Su hijo mayor, de 33 años, sufrió un accidente que lo dejó postrado a una silla de ruedas, por lo que aún vive con sus padres. La casa es propia. La describe como un ranchito pero de él.
A su lado está Julio Javier Severino, su “compañero de labores”, quien vende lo mismo que Vizcaíno exceptuando las alcancías de bambú.
Destaca con entusiasmo y entre risas, que uno de sus hijos sueña con ser un gran artista del género del Dembow. “El tiene por ahí un disco y mucha gente que lo está apoyando”.
Se hace llamar “El Descomputao”. Tiene 22 años de edad y su padre asegura que puede llegar a gustarle a la gente.
A cada uno de sus hijos le construyó un hogar, donde residen con sus respectivas madres. Tiene 8 hijos con tres mujeres. Dos de ellos estudian en la universidad, 2 aún están en la escuela y por las tardes van a ayudarlo.
Se levanta a las 3 de la mañana para poder obtener las mejores mercancías y ofrecer calidad a su clientela. “Aquí estoy a las 7 y 30 media de la mañana hasta las 6 de la tarde. Hay días en que uno no gana nada, pero hay otros en que uno gana algo”.
El ritmo se pega: “compren una casa con la grande, pague una deuda con la mediana y la pequeña es para que vaya al campo a visitar su familia”, vocifera sin esforzarse Santos Peralta en plena avenida 27 de Febrero.
Peralta está cubierto de los pies a la cabeza por enorme sombrero, un pantalón y una camisa mangas largas. Asevera que no le vende a quien decide ahorrar por una buena causa.
“Hay personas que vienen diciendo que -yo la quiero para irme a un resort-, otros me dicen -quiero una y es para beber-; entonces yo les digo -no, no si es para eso compre la de bambú en el otro semáforo-”, denota horondo.
Su pequeña hija tiene 8 años de edad. Aunque no vive con él, a veces la visita y le facilita la manutención. “Como dice la palabra -sembremos para que podamos cosechar porque si no sembramos no podemos cosechar nada-”.
Como sus demás homólogos lucha porque sus hijos tengan un mejor futuro. “Les enseño a no malgastar el dinero y que se pongan a ahorrar”.
“La grande coge RD$60 mil en monedas de 25 y si la llena de papeletas de RD$2,000 puede comprar una casa o un carro porque puede coger casi un millón de pesos”, expresa.
Con la timidez a flor de piel y los dientes al aire, innato de su ser, Peralta se define como un padre entregado a su única hija con la cual no vive, pero ve siempre.
Mientras Roberto Reyes, quien vende peces de colores, cuenta que ya sus hijos no toman leche “el menor tiene 14 años”.
Sus dos hijos mayores ya están trabajando y no terminaron la universidad, pero Reyes confía en que el segundo siga estudiando y llegué a hacer profesional.
Se define como un padre trabajador y lleva más de 10 años vendiendo los pequeños peces de colores que llaman la atención de los más chicos.