El gobierno francés reconoció a Magaly Caram, directora ejecutiva de Profamilia, y le entregó las insignias de Oficial de la Orden Nacional del Mérito, por su defensa de los derechos de las mujeres y de los derechos sexuales y reproductivos.

En sus palabras de agradecimiento, Magaly Caram habló sobre la necesidad de integrar la educación integral en sexualidad en las escuelas dominicanas. Lo dijo de este modo:

Parte de los asistentes a la residencia del embajador de Francia en Santo Domingo

Defendemos la educación integral en sexualidad, porque es inherente a la condición humana y debe formar parte del proceso de aprendizaje formal, apropiado a la edad, con información científica, precisa, culturalmente competente, basada en los derechos humanos y en la igualdad de género, con un enfoque positivo de la sexualidad y el placer, conforme lo aprobado por la Asociación Mundial de Sexólogo en su Declaración de Punta Cana (2014).

Lea a continuación el discurso de la directora ejecutiva de Profamilia en la recepción de entrega de las insignias de Oficial de la Orden Nacional del Mérito:

 

PALABRAS DE MAGALY CARAM AL RECIBIR LA CONDECORACIÓN DEL GOBIERNO DE FRANCIA

Excelentísimo Señor José Gómez, Embajador de Francia en la República Dominicana.

Señoras y señores del Cuerpo Diplomático.

Compañeros y compañeras de Profamilia, voluntarios y funcionarios, amigos y amigas luchadores por la justicia social y la vigencia de los derechos humanos, con quienes he compartido este largo proceso por los derechos de las mujeres.

Familiares y amigos que dan soporte emocional y sentido a mi vida.

Muy buenas noches a todos y a todas:

Magaly Caram, directora ejecutiva de Profamilia, en sus palabras de gratitud

La lucha de la mujer dominicana por lograr la igualdad y la vigencia de sus derechos como persona ha estado llena de dificultades.  Los derechos humanos de primera generación –políticos y civiles-, que aún no tienen plena vigencia en el país, costaron sangre, dolor y lágrimas a cientos de mujeres, y solo fue a partir de 1942 cuando se reconoció su ciudadanía y el derecho a elegir y ser elegida.

La segunda y tercera generación de los derechos humanos, alcanzados y aprobados por la comunidad internacional a través de múltiples convenciones, tratados y conferencias, trazó el camino a seguir por las mujeres en sus conquistas sociales.

Teherán, Bucarest, Viena, Belén do Pará, Cairo, Beijing, Consenso de Montevideo, para citar algunos, marcaron las pautas para el cambio de énfasis en los enfoques y la problemática de las mujeres, especialmente en lo que a derechos sexuales y reproductivos se refiere.

La institución que represento y a la que he dedicado 50 años de mi vida profesional, participó activamente en la mayoría de estos eventos a los que tuve el privilegio de asistir.

Con estos procesos se inició la segunda fase en mi vida y en la de Profamilia. Como institución estábamos centrados en promover y ofrecer servicios de planificación familiar, como derecho humano aprobado en Teherán en l968 y en trabajar con un enfoque demográfico vinculado al desarrollo. 

Poco a poco se introdujeron nuevas temáticas vitales para la vigencia de los derechos de las mujeres, como la perspectiva de género, el concepto de igualdad y equidad, el espinoso tema del embarazo no deseado a temprana edad; las relaciones sexuales sin protección y la violencia contra la mujer, entre otros.

Nuestro reto consistió en fortalecer esa nueva generación de derechos, tarea que requirió esfuerzos, dedicación, cambio de cultura organizacional y sobre todo, cambio en el imaginario social, para que nos pudieran percibir como defensores de los derechos sexuales y reproductivos y no solo como una institución de planificación familiar.

Empezamos a hablar del derecho a la vida, a la integridad personal, a la salud, a la igualdad y la no discriminación; al disfrute de la vida sexual, de adultos y jóvenes; a la separación entre sexo y reproductividad. Denunciamos la violencia basada en género, el acoso sexual en el plano legal, preventivo, de apoyo a las víctimas, así como impulsamos el concepto de que es un problema de salud pública, de carácter político que requiere recursos y compromiso para su solución.

Magaly Caram, la ministra de la Mujer, Janet Camilo, el embajador y su esposa

Empezamos la lucha por la modificación de leyes y formulación de políticas públicas, junto a otras instituciones que defienden los mismos principios, tratamos de incidir en artículos específicos durante la modificación de la Constitución del 2010.  Algunos esfuerzos tuvieron éxito, pero el poder mediático nos venció. 

Hoy queremos un Código Penal que reconozca la interrupción del embarazo por tres causales como derecho de las mujeres.  Uno de los más grandes retos que tiene el país es el de abandonar el deshonroso y reducido grupo de países que lo penaliza aun cuando sea producto de un incesto, violación, cuando el producto sea inviable o cuando esté en riesgo la salud o la vida de la mujer.

Dolorosamente, la mujer dominicana ha pagado un precio muy alto en su intento por lograr una vida libre, con equidad y respeto a su dignidad como ser humano. Así lo confirma la cantidad de denuncias por violencia en sus distintas manifestaciones.

Las cifras constituyen la punta del iceberg que se oculta detrás del silencio del Estado, la tolerancia social y la impunidad, en momentos en que estamos inmersos en la aprobación de una ley contra la violencia basada en género, que prevenga, sancione, asigne recursos, coordine e integre a todos los actores claves en la erradicación de este flagelo.

Para Profamilia los derechos sexuales y los derechos reproductivos son derechos humanos, cuyo ejercicio está sustentado en tratados internacionales firmados y ratificados por el país y que son vinculantes, sin embargo, a nivel local no se cumplen como se ha prometido. Entonces, ¿a nivel internacional asumimos compromisos y a nivel nacional legislamos violando lo que hemos firmado?

Defendemos la educación integral en sexualidad, porque es inherente a la condición humana y debe formar parte del proceso de aprendizaje formal, apropiado a la edad, con información científica, precisa, culturalmente competente, basada en los derechos humanos y en la igualdad de género, con un enfoque positivo de la sexualidad y el placer, conforme lo aprobado por la Asociación Mundial de Sexólogo en su Declaración de Punta Cana (2014).

Abogamos   por una separación de los roles entre la Iglesia y el Estado, con respeto a la religiosidad de las personas, pero en rechazo a la injerencia de religiosos en los asuntos del Estado.

Igualmente abogamos por el derecho a la autonomía e integridad del cuerpo, a la igualdad y a la no discriminación por motivos relacionados con el ejercicio de la sexualidad, entre otros, detallados en la declaración de la Federación Internacional de Planificación Familiar IPPF.

Excelentísimo Señor Embajador de Francia. Agradezco infinitamente la distinción con que su Gobierno me honra.  La recibo con humildad y la ostentaré con mucho orgullo, le aseguro que no lo defraudaré.

La comparto con las personas y las instituciones que luchan por el respeto de los derechos humanos y por la causa de las mujeres, de manera muy especial con mis compañeros de viaje de Profamilia, con la Junta Directiva y sobre todo, con los cientos de miles de mujeres y jóvenes (quizás millones) que han dado crédito y seguido nuestras recomendaciones por encima de imposiciones basadas en dogmas.

La dedico de manera particular a mi familia, presentes y ausentes, a mi hijo e hija, nietos/as, hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, que siempre han apoyado mis travesuras. Mi legado para ellos es que la vida vale la pena vivirse cuando la dedicamos a una causa en la que creemos y asumimos con pasión; no importa las piedras que nos lancen en el camino, ni los obstáculos que tengamos que vencer. Disfrutar a plenitud el trabajo que realizamos es una de las mayores gratificaciones que como ser humano podemos recibir.

Soy el producto de varias culturas; provengo de una familia de inmigrantes libaneses, cristianos maronitas, que emigraron durante la dominación del imperio otomano y se establecieron en la isla. Mis años de infancia estuvieron marcados por una nana proveniente de St. Kitts que me enseñó los valores, costumbres y cultura cocola.

Este sincretismo cultural marcó mi vida, conocí la pobreza junto a mi padre que me llevaba por los barrios de San Pedro de Macorís, donde nací. Ahí se sembró la semilla de mi vocación por cambiar el mundo, por aliviar el sufrimiento y las penurias en que vivían, por eso abracé las ciencias sociales y el trabajo con los más necesitados, especialmente las mujeres.

Pronto entendí que no podía cambiar el mundo, pero sí he podido, junto a   ustedes, ayudar a cambiar la vida de millones de mujeres y jóvenes.

¡Muchísimas gracias!