En un lúgubre atardecer del sábado 18 de julio de 1959, entre un magistral despliegue de fusilería y el escalofriante toque de silencio al que convocaba el marcial regimiento, descendía a la fría losa sepulcral, con honores militares correspondientes a Teniente General, en el cementerio nacional de la Avenida Tiradentes, el destacado escritor, periodista e intelectual Ramón Marrero Aristy.
En su edición dominical del domingo 19 de junio de 1959, el periódico “El Caribe”, vocero del régimen, consagraba la farsa. Canonizaba el mito. “El distinguido caballero Don Ramón Marrero Aristy, falleció anteanoche en un accidente automovilístico en la carretera Monseñor Nouel-Constanza”.
En la articulación siniestra, como era usanza de la época, no podían faltar los ditirambos para el muerto ilustre. “Escritor de interesante estilo y fuerza”, lo definiría “El Caribe”, y “La Nación”, que completaba el binomio de la prensa oficial, lo catalogaría como “escritor de fibra y notable agilidad”.
Pero menos aún, no podía faltar la referencia imprescindible a los fieles servicios prestados por Marrero a la causa del régimen. Los lazos que le unían a Trujillo y a su hermano Héctor (Negro), a la sazón Presidente formal de la República. Nunguno de los dos, empero, estuvo en sus funerales, haciéndose representar por funcionarios del régimen.
Marrero Aristy había nacido en San Rafael de Yuma, Higuey, el 14 de junio de 1914. Hacía apenas semanas que había cumplido 45 años de edad cuando las intrigas del régimen provocaron su muerte. Se desempeñaba al momento como Secretario de Estado de Trabajo.
Había sido Subsecretario de trabajo y economía, diputado al Congreso Nacional en varias ocasiones, Ministro Consejero de la Embajada dominicana en Haití, delegado dominicano en la Trigésima Conferencia Internacional del Trabajo, representante de la prensa en varios congresos internacionales, Presidente de la Sociedad Dominicana de Prensa, en dos ocasiones anteriores Secretario de Trabajo.
Marrero Aristy, conforme destaca el historiador Bernardo Vega, fue el principal negociador para el acuerdo de Trujillo con los comunistas cubanos y dominicanos en abril de 1946, lo que propició que estos últimos fueran invitados a regresar al país a través de un comunicado de la representación diplomática dominicana en la Habana fechado el 10 de junio de 1946.
Se trataba de muchos de los militantes del antiguo Partido Democrático Revolucionario Dominicano, que luego se transformaría en el Partido Socialista Popular.
En carta a Trujillo, el mismo día del entierro de Marrero, le escribía el notable escritor Freddy Prestol Castillo: “le he dicho que me parece hablar de un guerrillero, porque aún en la paz, él fue eso. Hijo del pueblo, producto de la tierra, la lucha la inició en las albas de la niñez en Yuma, junto al corral de vacas, bajo lluvia terca, a veces, y las más bajo canícula de sol. Aquella impronta quedó permanente en él; y hace poco nos dijo a mí y al periodista Pourié: “Cuando yo muera, deseo que me sepulten en Yuma, junto al corral de Juan Bautista Aristy”.
“Desde la niñez se endureció para la lucha. La lucha sin término que lanzó su vida por todos los caminos para adquirir esa indefinible sabiduría que sólo en aquellos se adquiere: el campo, la inclemencia, la dureza familiar-de eso nos habló en sus novelas y cuentos-, la ciudad, los bajos fondos, el puerto, la vida, el vagabundo, y a ratos, cuando más cansado estuvo, el transitorio acceso a la iglesia evangélica donde halló transitoriamente asentamiento mientras iniciaba nuevamente el trajín del viaje”.
La versión de Don Ramón Emilio Saviñon Lluberes sobre la muerte de Marrero
En su libro “ Memorias de la era de Trujillo 1916-1961”, Saviñon Lluberes ofrece un significativo testimonio sobre la muerte de Marrero y las circunstancias que la provocaron. Esta versión, cabe significar, le fue dada por el Doctor Luis Ruiz Trujillo, sobrino del tirano y quien se definía como “íntimo amigo de Marrero”.
Según la referida versión, la orden de asesinar a Marrero fue impartida por Johnny Abbes García, temible Jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
Conforme la misma, Marrero había sido cuestionado por Trujillo en torno al verdadero y real papel que estaba desempeñando la oficina de relaciones públicas que el régimen había instalado en Nueva York y cuya cabeza principal era Jhonny Abbes. Dicha oficina no había podido evitar los artículos que publicara el destacado periodista Tad Szulc, los cuales contenían acervas críticas contra su régimen.
Marrero, conforme la misma fuente, contestó a Trujillo que, aunque era muy cierto que mantenía amistad con Szulc, no sabía a ciencia cierta, sobre las acciones que realizaba la referida oficina para inclinar favorablemente la opinión de la prensa norteamericana, siendo instruido en el acto por Trujillo para que indagara en torno a lo que estaba aconteciendo y si las gestiones de Abbes García estaban resultando efectivas a tales propósitos.
Marrero se trasladó a Nueva York a fines de dar cumplimiento a las instrucciones de Trujillo, comprobando que la oficina no estaba llevando a cabo responsablemente su rol, lo cual informó a Trujillo a su retorno.
En aquel instante, de conformidad con dicha versión, se incubó el siniestro destino del destacado periodista y escritor, pues ya plenamente identificado, Trujillo recriminó severamente a Abbes García en torno al destino de los fondos puestos a su disposición, ocasión que aprovechó a, su vez, el siniestro Jefe del SIM para observar a Trujillo poner su atención en el hecho de que muchas de las informaciones que publicaba Tzulc revestían carácter confidencial, insinuando de este modo, que su fuente principal podía ser Marrero.
Trujillo requirió a Abbes una relación completa de los fondos que manejaba la oficina a su cargo, a fines de que Marrero la revisara. Pero antes de que Marrero recibiera la relación, Abbes decretó su muerte, ejecutando el crimen a través del Teniente Hugo Cabrera, a quien posteriormente, a su vez, mandaría a asesinar, bajo el pretexto de que filtraba informaciones de inteligencia.
Según el testimonio de Saviñon, el Doctor Ruiz Trujillo, quien tenía gran amistad con Marrero, al enterarse del incidente con Abbes García, y conociendo su perfil criminal, procuró protegerle. Lo mandaba a buscar y lo retornaba en su carro oficial.
El mismo viernes 17 de julio en que se produjo el asesinato de Marrero, Ruiz Trujillo lo había invitado a pasar el fin de semana en su casa de Arroyo Hondo a fines de que, llegado el lunes- dado que Trujillo durante el fin de semana se iría a su Hacienda Fundación- pudieran explicarle lo que estaba ocurriendo con Jhonny Abbes.
Pero ese día Marrero no llegó hasta la casa de Ruiz Trujillo. A través del Ingeniero Máximo Cambiaso, quien se encontró con Marrero en el cruce de la Avenida Fabbré Geffrard (Hoy Abraham Lincoln) con Autopista Duarte, Marrero mandó a informar a Ruiz Trujillo:
“Máximo, infórmale a Luisito que tengo que ir a Constanza a reunirme con unos periodistas extranjeros que se encuentran allá, que mande a buscar las personas a la Secretaría de Trabajo para la cena que tenemos esta noche”.
Ruiz Trujillo percibió en el acto la inminencia del peligro que se cernía sobre Marrero al violentar, en un acto de manifiesta imprudencia, lo que ambos habían convenido. Pero en el instante, y a pesar de hacer esfuerzos infructuosos para interceptarle a través de llamadas a las paradas militares, nada pudo impedir que la sevicia de Johnny Abbes privara de la vida al meritorio autor de “Over”.
No obstante, empero, el alto valor del referido testimonio, ¿realmente ocurrieron las cosas enteramente tal como las relatara el Doctor Luis Ruiz Trujillo? ¿Existen indicios que apunten a exonerar plenamente al tirano de su participación intelectual en el asesinato de Marrero?
Y adviértase que utilizo expresamente el término “participación intelectual”, pues uno de los mitos que han circulado por décadas de boca en boca en torno al asesinato de Marrero, es que el mismo fue perpetrado por Trujillo en la misma sede del Palacio Nacional, lo cual no guarda lógica alguna con la forma como el tirano, ya en la cúspide de su poder omnímodo, ejecutaba sus criminales designios.
El testimonio de Virgilio Díaz Grullón
Las dudas se acrecientan ante el testimonio que en su libro “Antinostalgia de una Era” ofreció el escritor Virgilio Díaz Grullón, específicamente en el breve capítulo titulado “La última apelación de Marrero Aristy” sobre los hechos de que fuera privilegiado testigo, acontecidos en el Palacio Nacional el miércoles 15 de julio de 1959, dos antes de ocurrir el asesinato de Marrero. Díaz Grullón se desempeñaba entonces como Subsecretario de Estado de la Presidencia.
Por su singular valor testimonial para el tema que nos ocupa, se transcribe in extenso el valioso relato de Diáz Grullón:
“Las dos portezuelas giratorias, que remedaban inexplicablemente las de un “Saloon” del viejo Oeste Norteamericano, se separararon bruscamente una de otra y chocaron contra las paredes interiores de mi despacho produciendo un ruido sordo al empuje del inesperado visitante que entraba con paso rápido a la estancia”.
“Frente a mí, que me había puesto en pie de un salto ante la súbita intromisión, estaba Trujillo, mudo e inmóvil, con los puños cerrados apoyados sobre mi escritorio y la frente inclinada, mostrando las venas hinchadas que le marcaban las sienes cuando era presa del furor”.
“Estaba vestido con el uniforme verde olivo que había usado desde el día en que se conoció del desembarco de los guerrilleros en Constanza y que representaba la simbólica participación en los combates que se efectuaban a muchos kilómetros de distancia del Palacio Nacional”.
“Tras de Trujillo, apresuradamente, habían irrumpido también en el despacho el jefe de sus Ayudantes Militares y el escritor Ramón Marrero Aristy. Aquel permaneció junto a la puerta, en posición de firme, pero el último se hallaba junto al tirano, hablándole apresuradamente al oído sin obtener respuesta alguna”.
“Paralizado por la insólita situación que se desarrollaba frente a mí no pude oír ni una sola de las palabras pronunciadas por Marrero, pero adivinaba que estaban dictadas por una urgente premura y traslucían algo parecido a la desesperación”.
“No sé cuánto tiempo duró aquella escena porque el desconcierto que me produjo atrofió mis facultades para comprender el sentido de lo que sucedía y así, luego de un lapso indefinido, Trujillo, en la misma forma abrupta como entró, levantó los puños de mi escritorio, dio media vuelta y salió de la estancia a grandes zancadas sin mirar ni una sola vez a Marrero mientras este le seguía apresuradamente y continuaba murmurándole al oído palabras entrecortadas y ansiosas”.
“Antes de sentarme de nuevo al escritorio y mientras oía el sonido de las portezuelas al cerrarse nuevamente, alcancé a decirme a mí mismo: “¡Qué imprudencia la de Marrero al insistir en decirle a este hombre algo que obviamente no quiere oír!”.
“Estaba entonces muy lejos de saber lo que fue evidente para mi dos después, cuando apareció el cadáver de Marrero en el fondo de un precipicio de la Cordillera Central. El escritor había estado aquel día luchando desesperadamente por su propia vida frente a la sorda en insondable inclemencia del déspota”.
Ante tan escalofriante como autorizado testimonio, los interrogantes se suceden a torrentes: ¿qué imprudencia cometió Marrero que desairó tanto a Trujillo, acrecentando su enojo, a tal punto de negarse rotundamente a escuchar su petición de clemencia?, ¿Por qué en el testimonio ofrecido a Saviñon, el Doctor Ruiz Trujillo omitió referirse al episodio relatado por Díaz Grullón?, ¿Sabiendo Marrero el alto peligro que corría su vida, porqué se trasladó a Constanza? ¿Un exceso de imprudencia o una orden superior que no podía declinar?
Son enigmas de nuestra accidentada historia, a ratos tan oscura y dolorosa, que como tantos otros, es probable que no encuentren nunca respuesta cabal; pero no menos plausible se torna el continuar inquiriendo responsablemente en esa lucha tan porfiada como necesaria contra el olvido; contra el secuestro adrede y secular de nuestra estropeada memoria.