Transido de dolor por la pérdida de su único amor, y futuro sustento y protección, el personaje de la haitianita divariosa se enuncia en el discurso como personaje pleno, aunque por un instante: “¿Coté gazón quina mué, u pa ue li, Bon Ye, /di mué, suplé?” (Chery Jimenes Rivera: ‘Geografía de una inquietud’. SD:Taller, 1997, p. 122). (Traducción de DC: ¿Dónde está mi amor, mi Dios, /dime, por favor?).

El poema queda cerrado con la voz descriptiva del narrador y con un breve soliloquio de la protagonista: “Y ae botezae la taede, gaviá en lo’sarrecife/asunta la marea que’ha de traei lo güeso, /tan solo aguaita ella en esa caima chicha, /laj nube arrellenándose entre l’agua/y vuelve al caserío ya en la noche, / plaguiando:/mué pa ue año, ¿e ú compé, u p’ancó ue li?” (Ibíd.). (Traducción de DC: No sé si le veré este año, ¿dónde está mi novio que no le veo?)

Para que sea bien estudiado y analizado, este poema debe sufrir tres traducciones intralingüísticas a partir del texto de base de Jimenes Rivera: primera traducción al creole haitiano para distinguirla del creole guadalupeño, martiniqueño o reunionés; segunda traducción al francés y una tercera traducción poética al español.

El poema de Jimenes Rivera, lo consigna Rosario Candelier en su libro Lo popular y lo culto en la literatura dominicana (Santiago: UCMM, 1977, pp. 44-45) fue reproducido en el periódico “El Sol”, de aquella ciudad, el  10 de abril de 1971. Único poema del autor con este tema. Figura en último lugar en el libro “Geografía de una inquietud”, ejemplar que poseo gracias a la fina gentileza de la hija del poeta, Doña Clara Elena Jimenes. Obra inexistente en todas las bibliotecas públicas de la Capital. El club cultural “Chery Jimenes Rivera”, depositario de la edición de Taller, debería colocar dos ejemplares en las bibliotecas públicas del país para beneficio de las futuras generaciones.

Otro poeta, Rubén Suro, antillanista, escribió un poema jocoso y empático titulado “Rabiaca del haitiano que espanta mosquitos”, donde sigue la misma tradición de mezclar el creole y el español, camino trazado por Alix: “¡Maldite moquite!,/me tiene fuñíe/con ese sumbíe/que no pue aguantá./Yo quemá oja seque,/a be si se ba,/yo quemá paper,/yo quemá de to…/y él pasá mu cerque/de mi negre piel,/juega con el hume,/hace culiñique/y buebe a sunbá.//Yo diga biolente:/¡animá del diable/qué e lo que tú hable!/¡láguese de aquí…/y si no se laga…/me bua di p’Haití!//Tú a mí no me asute,/buca genta blanque/pa que pua picá,/que si pica un negre/te pue enbenená!” (Poemas de una sola intención. Recopilados y anotados por Pedro Conde. SD: Taller, 1978, p. 31).

Uno de los poetas dominicanos mayores, Manuel del Cabral, publicó en 1942 en Buenos Aires, su libro fundamental, Compradre Mon, una suerte de épica de nuestras vicisitudes históricas, pero a lo popular y cotidiano, con la picaresca, la malicia y la astucia del criollo, sobre todo el campesino. Hay en esa obra de Cabral una parte consagrada a la estancia del personaje principal, Mon, en suelo haitiano.

Es un mito de poder donde el dominicano, como se vio en Alix, vence al brujo haitiano, pero también puede leerse esa parte como la historia del exilio dominicano, desde Francisco Sánchez, o como la lucha del pueblo dominicano en contra de los caudillos que le vencen y exilian a sus hijos y muchos encuentran y han encontrado refugio en Haití, y viceversa. Ejemplos: los ex presidentes Manuel Jimenes, Francisco Sánchez, la mitad de los restauradores, Francisco Henríquez y Carvajal, Juan Isidro Jimenes, y los opositores de Trujillo durante un breve tiempo.

Creo que es la parte ideológica de esta obra de Cabral: “Y voy a decir, ya que huyendo envejecí, /no lo que mi ojo vio sino lo que pasé yo/en mi refugio de Haití.//Mas voy a aclarar por qué, antes de entrar en Haití, /algo debo hablar de aquí. ¡Pues qué vientre el que parió/mis nueve meses allí…!/Que hasta expatriado me vi/por votar a un caudillo que era tan bueno y sencillo/que el mismo día en que trepa la Jefatura que chupa, /contra el mismo que lo aúpa fue tres cosas a la vez: / cárcel, comisario y juez.” (“Obra poética completa”. SD: Alfa & Omega, 1976, p. 138). Ha sido de mucho esfuerzo el que las dos repúblicas se reconozcan como independientes y soberanas y con especificidades culturales distintas. Y el mito de poder de Cabral termina, como el de Alix, así: “Aquel haitiano me dio un amuleto –un huesito–,/y me dijo: ‘este poquito de animal te lo doy yo/para que, durmiendo o no, te defiendas de la gente, pero ten siempre presente que en este hueso estoy yo’./Quiso decirme el maldito: que si el mundo bien me trata,/le mandara siempre plata mientras llevara el huesito./Pero al brujo conocí como el olfato al menú,/y le dije: como tú, hay muchos presos allí…/Si tú cruzas la frontera verá que tenemos fieras/que adivinan hasta el mal de qué va a morir tu nieto./Y al devolver su amuleto, me respondió: ‘ya tendrán/pronto luto de ti, bruto’. Pero si en tu carne luto, /le contesté, tienes ya.” (Obra poética completa, ya citada, pp. 137, 140-41).

Y el mito de poder se concreta en este pasaje. Este mito de poder es correlativo a la victoria de las armas dominicanas sobre las haitianas desde que estas intentaron, el 19 de marzo de 1844 hasta la última derrota de Soulouque en 1856, destruir la independencia dominicana de 1844, al considerar que esta separación fue una traición. Haití es uno de los raros países, junto a Alemania, que desatan siempre guerras para perderlas. Es una fatalidad histórica. Los dominicanos nunca han desatado una guerra en contra de Haití. Esta es quizá nuestra gran ventaja.

Sin embargo, en un poema menos tardío, “Trópico picapedrero”, de 1941 e incluido en su libro de 1942 Trópico negro, Del Cabral se muestra más empático con el sujeto haitiano, al igual que en los demás poemas de la obra, la que se revela por completo un canto a la grandeza libertaria de Haití, aunque con críticas a las zonas ideológicas que han impedido la constitución de un Estado nacional verdadero en aquella parte occidental de nuestra isla compartida, como se muestra en “Haitiano taumaturgo”: “Hasta las manos del santo/que limpian manchas del alma,/vienen a darle dinero/a tu amuleto que habla.//Fruto de tierra sin fruto: tu amuleto no hace nada; tú pones tu cara, y es…/tu cara la que trabaja.//Pones tu cara, y así,/siendo la suerte tu cara,/hacia tu anillo de hueso/va el oro de la montaña. (…)//Tú que en la luz de una vela/ya lees destinos de razas. /Tú, que conversas de noche/con la tierra y el agua.//Tú, bajo un cielo tan grande. / ¡Tanto cielo para nada!/Eres de tierra tan seca/que la cultivas con lágrimas.” (Op. cit., p. 211-12). Mismo tema que el tratado en Compadre Mon en Haití, analizado más arriba.

Una obra que no reproduce mito de poder en contra de Haití ni de Haití en contra de la República Dominicana es “Yelidá”, del gran trujillista Tomás Hernandez Franco, publicada en El Salvador (Ediciones Zargazo, 1942), y puede definírsela como una apología del mulataje antillano, resultado de la unión sexual del blanco con la negra y viceversa, comenzada con la llegada de los primeros negros a América, traídos por Nicolás de Ovando en 1502. Pero en vez de colocar el inicio del mulataje en Santo Domingo, con la mezcla de español y negra o de negro con blanca, Hernández Franco lo inicia por Haití con la unión de un blanco noruego y una negra haitiana.

He sostenido en otro lugar que este desplazamiento geográfico del mito a tierra de Haití se debió a una censura asumida por Hernández Franco a causa del odio en contra de Haití desatado por la dictadura de Trujillo en la sociedad dominicana para justificar la matanza de haitianos en 1937, acto del cual es el único responsable y cuya explicación obedece a un deseo del dictador de controlar militar y políticamente a los presidentes haitianos para extender el mercado interno (de sus empresas) más allá de la frontera y facilitar su acumulación originaria y su dominio del Caribe.

(*) Publicado en Areíto del periódico Hoy el sábado 17 de enero de 2015 y reproducido con permiso del autor en Acento.com de la misma fecha.