(Libro en desarrollo, segunda entrega)
SANTO DOMINGO, República Dominicana. – Corría el año 1992, en medio de los aprestos conmemorativos del quinto centenario de la llegada de los españoles al Continente Americano, celebrada con la inauguración del Faro a Colón, pero en la Loma del Chivo del barrio 27 de febrero, crecía la preocupación por la violencia y la inseguridad asociadas al microtráfico de drogas y a las pandillas juveniles.
El sector habitado en aquel momento por unas 380 familias, mayormente en condiciones de extrema pobreza, se había convertido en uno de los principales centros de distribución de drogas de la Capital, como una extensión de los grupos de traficantes que operaban en los barrios Gualey y Capotillo.
Situada entre los barrios 27 de febrero y María Auxiliadora, y el sector Agua Dulce, la Loma del Chivo había sido adoptada por los suplidores de drogas por su ubicación estratégica y porque solo tenía un punto de entrada y salida, que protegía a los micro traficantes de las periódicas incursiones policiales, ya que podían escapar con facilidad por cualquier patio de los sectores colindantes.
Generalmente, según cuentan los vecinos, desde que caía la noche se iniciaba un toque de queda en todo el sector, bajo control de las pandillas vinculadas a los puntos de drogas que operaban con total libertad en cada esquina de la barriada.
Atrapados… ¿y sin salida?
“En la loma del chivo estábamos atrapados entre la violencia del microtráfico, los pleitos de pandillas por el control del territorio y la represión indiscriminada de las autoridades, que no hacían ninguna diferencia entre los delincuentes comunes y los ciudadanos decentes”, explica el dirigente comunitario Andrés Mañón, 30 años después de aquel momento crítico en la vida del barrio.
Y recuerda que la reacción casi generalizada de los vecinos era tratar de salir del sector a como diera lugar, aunque con una seria dificultad, ya que como él mismo resalta los precios de las viviendas se habían desplomado totalmente y no había forma de vender una casa.
“Esta situación hacía imposible que los vecinos pudiéramos mudarnos y solo quedaba un camino: defender el derecho a vivir tranquilos en la comunidad donde estábamos obligados a levantar nuestras familias y criar a nuestros hijos”, enfatiza Mañón.
De esa difícil disyuntiva surgió la decisión de crear la junta de vecinos de la Loma del Chivo, iniciativa aconsejada originalmente por el padre Rogelio Cruz, director del Centro Juvenil de la Parroquia María Auxiliadora, y apoyada por el padre Federico Rodríguez, párroco de la misma iglesia.
Un nuevo amanecer para el barrio
La creación de la junta de vecinos, que generó un proceso de consultas con toda la comunidad, comenzó a cambiar el panorama social del barrio y envió una clara señal a los pandilleros que se habían convertido en amos y señores del sector, tal como lo recuerda Florinda González, figura clave del proyecto comunitario y posteriormente fundadora de la Escuela Laboral de La Loma del Chivo, la mejor escuela del Ayuntamiento en toda la capital.
La instalación de la junta de vecinos fue acelerada por un incidente creado por un joven micro traficante que no conocía al padre Rogelio y lo confundió con un posible cliente.
La reacción de Rogelio fue enérgica y ruidosa, ayudando a crear la leyenda de un cura vestido de civil, que no se andaba por las ramas y que estaba dispuesto a echar el pleito en defensa de la comunidad.
Andrés Mañón precisa la fecha de fundación. La junta de vecinos fue juramentada el 15 de noviembre de 1992 por el entonces regidor Luis José Chávez (exactamente el mismo que escribe esta crónica), quien se había vinculado al proyecto comunitario desde la mañana de un domingo de octubre, cuando se detuvo casualmente en la esquina de las calles 13 y Doña Chucha, del 27 de febrero, para indagar sobre la reparación de un equipo de música de su vehículo.
En la misma esquina se encontraba un grupo de jóvenes integrados por Andrés Mañón, Julián Díaz, Juan Pablo Tavares y Nélsido Herasme, conocido periodista y editor del portal Jícara de Coco, donde aborda temas relacionados con el barrio y de la Región Sur, de donde es oriundo. Allí surgió el tema del microtráfico, el azote de las pandillas y el problema crítico de los servicios públicos, donde todo estaba por hacer.
Los dirigentes juramentados al frente de la junta de vecinos de la Loma del Chivo fueron Andrés Mañón, presidente; Julio Cesar Arias (Piky) vicepresidente; Francisca Rodríguez (Nena), secretaria general; Francisco García, secretario de finanzas; Florinda González, primer vocal; Amparo Jiménez, segunda vocal; Radhamés González (el Síndico), tercer vocal; y Pedro Peralta, asesor del equipo de finanzas.
Un plan para unir la comunidad
Cuando la nueva junta de vecinos inició su gestión como autoridad social del barrio, tenía muy en claro que su principal misión era enfrentar el problema de la delincuencia y la inseguridad, pero al mismo tiempo entendía que debía asegurar un local para reunirse y coordinar sus actividades.
Más adelante asumió como objetivo central inmediato la instalación de un destacamento de la Policía en el sector como un elemento disuasivo frente a la delincuencia rampante que imperaba en el barrio.
Esa visión del plan inicial se modificó radicalmente en la primera reunión sostenida por los directivos de la junta de vecinos con los asesores, el padre Rogelio Cruz y quien escribe, en la casa de Doña Nena.
Allí planteamos la necesidad de definir un plan de acción que identificara las principales necesidades y aspiraciones de la comunidad, y luego de un escarceo el grupo estuvo de acuerdo en que debíamos luchar con una escuela, una cancha y un centro comunal. Parecía un programa muy ambicioso, pero se trataba de objetivos que tenían el potencial para unir a todos los segmentos sociales del barrio: a las familias, a los jóvenes y a los diversos núcleos sociales del sector.
Fue entonces cuando se planteó la idea del telemaratón pro escuela, cancha y centro comunal para la Loma del Chivo, que como ya explicamos en la primera entrega se organizó y se llevó a cabo el 25 de julio de 1993 en el programa 7 por 7 Roberto, de Tele Antillas.
Esa estrategia no solo sirvió para fortalecer la unidad del barrio y crear un mayor sentido de comunidad, sino también para establecer alianzas solidarias con autoridades, empresarios, personalidades públicas, representantes de instituciones de servicios y líderes de opinión. Este componente será abordado más adelante.
Vigilias comunitarias y el mundo real
Como parte del compromiso de enfrentar la delincuencia y la inseguridad, la junta de vecinos acordó desarrollar un programa de vigilia nocturna en todo el sector, en coordinación con la Policía y la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), que aunque no hacían presencia directa en el terreno podían ser notificadas en caso de necesidad.
Los dirigentes barriales tenían contacto directo con el director de la DNCD, contralmirante Ventura Ballonet y con el director de operaciones, coronel Mateo López, quienes habían impartido instrucciones a los miembros de ese organismo para apoyar la gestión de los comunitarios.
Entre varias anécdotas de incidentes y situaciones surgidas durante ese proceso de vigilancia, Andrés Mañón cita el caso de un personaje identificado como capitán del Ejército, quien ingresó al barrio alrededor de las doce de la medianoche, conduciendo una motocicleta.
Tras señalar que los dirigentes ya estaban advertidos que el capitán era un suplidor de drogas, indica que los vigilantes lo detuvieron en su marcha para explicarle el motivo de la vigilia.
“Procedimos a pararlo, le explicamos nuestros motivos por lo que le pedimos que nos dijera hacia donde se dirigía; el militar se negaba a revelar su destino dentro de la comunidad por lo que le pedimos que saliera antes de llamar a las autoridades que estaban al tanto de la vigilia”, apunta Mañón.
Luego de un intenso regateo, indica, se presentó el micro traficante a quien venía dirigida la droga que traía el oficial. “En forma agresiva se dirigió a mi tratando de sacar un arma de fuego, pero fue interceptado por el dirigente deportivo y activista comunitario Adalberto Moreta, y luego de un breve forcejeo las cosas se calmaron un poco, lo cual aproveché para dar instrucciones en voz alta de que me pusieran en contacto con Ventura Bayonet. La mención de Bayonet provocó que el capitán y el distribuidor desaparecieron rápidamente, explica Mañón.
Otra anécdota cita el caso de una señora de aparente clase media alta que se presentó al barrio a altas horas de la noche para comprar alguna mercancía, pero al no encontrar al distribuidor habitual decidió negociar con un “tiguere” del barrio conocido por sus travesuras para satisfacer su adicción, quien le vendió un paquete que supuestamente incluía el material buscado por la dama.
Cuando los voluntarios se acercaron al improvisado suplidor y le preguntaron sobre la presencia de la desconocida, este confesó con una sonrisa burlona que le había vendido a la mujer 800 pesos de “ material vélico”, un producto preparado a base de velas de cera, muy parecido a cierto tipo de crack rudimentario que se elaboraba con falsos ingredientes para embaucar a compradores inexpertos.
El torneo de dominó que sacó de juego el microtráfico
Como resultaba difícil mantener en el tiempo las vigilias nocturnas, los comunitarios decidieron desarrollar una brillante jugada estratégica para sacar el negocio del microtráfico de los puntos de drogas que operaban en las esquinas del sector.
De ese modo acordaron celebrar un torneo de dominó de 15 días corridos, de 6 de la tarde a 10 de la noche, ubicando a los jugadores en cada una de las esquinas donde operaban los puntos de drogas, reuniendo en torno a cada mesa un gran número de personas para seguir la competencia.
Durante las dos semanas de la competencia, los vendedores de drogas no se atrevieron a desafiar a toda la comunidad que seguía el evento y decidieron moverse a otros barrios de la periferia.
A partir de ese momento los vecinos organizados mantuvieron el control del barrio y no permitieron, bajo ninguna circunstancia, que el negocio del microtráfico volviera a operar con total impunidad como estuvo ocurriendo durante varios años.
Pero el ejemplo de la Loma del Chivo no se quedó en el pequeño perímetro del barrio. Cuando los micro traficantes expulsados del sector se establecieron en otras áreas cercanas, los propios dirigentes de la comunidad empoderada ayudaron a crear juntas de vecinos en los sectores impactados por esa práctica.
Así se crearon en las comunidades más cercanas las juntas de vecinos de Agua Dulce, al Este; Angelina Vicini, al Oeste; Paz y Amor, al Norte; y Adelaida Medina, al Sur. La estrategia de la resistencia comunitaria funcionó, tal como lo reconocieron las autoridades. (1 de junio, 2021)