SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Correspondió a Minou Tavárez Mirabal pronunciar las palabras de despedida, el último día de su tío Leandro Guzmán, fallecido el sábado 5 de junio, luego de una vida dedicada a la construcción democrática dominicana.
Con Leandro Guzmán se podía contar, no sólo por su martirio y sacrificio, sino porque como Manolo Tavarez, después de sacrificio fue de los que dijo con bastante claridad, la lucha sigue y la entrega a la voluntad del pueblo también sigue.
“Porque hubo otro tiempo es que hoy no queremos ni podemos despedir a Leandro Guzmán. Sabemos muy bien que entre los muchos que esperan inútilmente que cometamos ese acto de debilidad están los criminales, los torturadores, los corruptos, los funcionarios, los cómplices pasivos, los que han hecho de la impunidad su negocio y de la historia de medias verdades su forma de vivir ocultos. Y eso nos obliga aún más con Leandro Guzmán y con quienes como él hicieron lo que hicieron para que, entre otras cosas, nosotros y nosotras no los podamos despedir”. Fueron parte de las palabras de Minou Tavarez Mirabal la tarde de este 9 de junio.
Aquí están sus palabras íntegras en la despedida de Leandro Guzmán:
HUBO UN TIEMPO
A J.R. Leandro Guzmán Rodríguez
¡Aquí no hemos venido a despedir a nadie!
Aceptar la distinción de decir estas palabras en nombre de la familia me llevó a descubrir que la peor acción con que podemos salirle a tío Leandro es decirle que vinimos a despedirlo. Precisamente porque a él también le debo mi amor por las palabras, sé que ése no es el verbo apropiado para describir lo que estamos haciendo hoy aquí. Para cualquier diccionario despedir significa "soltar, desprender, arrojar algo”: pues nada de eso está en nuestros sentimientos y mucho menos en nuestra decisión de que el ingeniero, como tantos lo llamaban, nos siga acompañando.
El primer recuerdo que guardo de tío Leandro me lleva a nuestros encuentros secretos en el cacaotal que quedaba en la parte trasera de lo que es hoy la Casa Museo Hermanas Mirabal. Él se refugió allá por algunas semanas a mediados de 1964 escapando de la persecución política posterior a la insurrección guerrillera de noviembre y diciembre de 1963. No me queda claro debajo de qué techo dormía por las noches pero sí que se pasaba el día oculto en el enorme tronco de una amapola caída. Yo me sentía importantísima porque me mandaban a llevarle en secreto café o comida y él me pedía que le leyera algún libro sacado de la biblioteca de Minerva Mirabal. Ahí, y a partir de un engaño, comenzaron nuestros amores. Durante horas le leía pasajes del Enriquillo de Manuel de Jesús Galván pero como me resultaba demasiado larga la espera hasta el día siguiente, continuaba por mi cuenta avanzando con la novela. Cada día peleábamos: “te estás saltando las páginas para terminar más rápido y salir de mí” pero yo le resumía entonces la historia de las páginas faltantes y él trataba de atraparme en la mentira con preguntas y más preguntas. Muchos años después me confesó que exageraba los regaños buscando provocarme y que le fascinaba sentir que me abría las puertas a la pasión de la lectura y del conocimiento.
Su historia nos dice que hubo otro tiempo infinitamente más difícil que los tiempos que nos han tocado vivir extrañando a tantos y tantas. Tío Leandro tuvo su primera experiencia conspirativa a los 17 años en la Juventud Democrática que era, según él mismo cuenta en su libro De espigas y de fuegos, “una curiosa mezcla de marxistas, católicos y creyentes de otras denominaciones”. Allí coincidió con Manolo Tavárez Justo y al conocerlo tuvo la sensación de que estaba frente a un líder, “por su calma, por su sensatez, por el cuidado con que explicaba cada idea”.
A los 28 años participó en la fundación del Movimiento Revolucionario 14 de Junio junto a otros jóvenes que como él nunca dudaron de la responsabilidad que debían cumplir. Y no hay mejor manera de cumplir con el deber de amar a la patria que amándola. Amándola sin tener que explicar conductas ajenas al compromiso asumido, sin ocultar la delación, ni el abandono de las obligaciones en consultorías o asesorías, en análisis que sólo buscan explicar la imposibilidad de la utopía para, sin más, coincidir en la complicidad con el adversario.
Porque hubo otro tiempo es que hoy no queremos ni podemos despedir a Leandro Guzmán. Sabemos muy bien que entre los muchos que esperan inútilmente que cometamos ese acto de debilidad están los criminales, los torturadores, los corruptos, los funcionarios, los cómplices pasivos, los que han hecho de la impunidad su negocio y de la historia de medias verdades su forma de vivir ocultos. Y eso nos obliga aún más con Leandro Guzmán y con quienes como él hicieron lo que hicieron para que, entre otras cosas, nosotros y nosotras no los podamos despedir.
Cuando digo que hubo otro tiempo no es la nostalgia la musa que me inspira: es la actualidad del pensamiento y de la acción. ¿Cómo no nos va a parecer actual la necesidad de lo colectivo que se expresó en la fundación del 1J4 por jóvenes que todavía no llegaban a los treinta años y en medio de una dictadura que algunos recién están descubriendo? Allí se juntaron los mejores en primer lugar porque sabían que solos no era ni es posible.
En ese otro tiempo creo importante que nos acerquemos a algunos momentos claves en la vida del coautor del hermoso himno del 14 de Junio, que no sólo deben ayudarnos a entender la historia, sino que deben ser pertrechos imprescindibles para la construcción de la República Dominicana que se nos niega.
Después de la organización del movimiento vino la grandeza, pero también la delación y la traición. Tío Leandro lo dejó escrito cuando recordando lo acontecido en la prisión se refiere a Manolo como el capitán de los silencios: “Los implicados en el 14 de Junio, presos o en libertad sabíamos esto. Nos sentíamos protegidos por nuestro capitán”.
Cuando el tiempo de la cárcel concluyó, fueron ambos a visitar el lugar del crimen de las Hermanas Mirabal en La Cumbre. En ese momento sobrecogedor, recogido por el lente para la historia, tío Leandro una vez más asumió el compromiso al que lo convocaba “su capitán”: “No se lo que tú vas a hacer, yo continuaré la lucha”.
Apenas unos días después de dejar la cárcel, el 30 de Julio, estaban participando de la primera asamblea del 14 de Junio como agrupación política en un país convulso, en el que ya se instalaba con las consecuencias conocidas el “trujillismo sin Trujillo”. “En sus perfiles más generales –escribe Leandro Guzmán- el panorama político podría tipificarse en la existencia de tres fuerzas, dos de las cuales se enfrentaban al trujillato, el 1J4 y la UCN, mientras que el PRD proclamaba una política de “borrón y cuenta nueva”, de contemporización, que le agenció muchas simpatías de parte de los elementos más pobres de la población, inquietos por el auge de la UCN a la que identificaban por los elementos oligárquicos que la integraban y que eran, obviamente, sus enemigos naturales.”
Leandro Guzmán confiesa que una de sus experiencias políticas más decisivas fue la asistencia a la OEA en 1961 con el fin de solicitar la mantención de las sanciones a la República Dominicana para lograr que salieran del país los remanentes del régimen y se encontraron en cambio con la intención norteamericana de instalar un gobierno provisional encabezado por Balaguer. Así “…conscientes de que no habíamos logrado el objetivo perseguido y de que, fatalmente, el futuro inmediato de nuestra patria estaría bajo el control y dirección de Estados Unidos, actuando mediante sectores nacionales a los cuales, históricamente, le han importado más sus intereses que los de la República.”
A la muerte de Manolo -el “episodio más desolador” de una vida llena de episodios desoladores- le tocó asumir la dirección de un 14 de Junio que había sido desarticulado y se vio obligado a iniciar lo que pudo ser un nuevo calvario, el del exilio. Pero en México, país solidario como pocos, fue acogido cálidamente por la mano amiga del ex presidente Lázaro Cárdenas y por la profunda amistad de su hijo Cuahtémoc. Allí encontró algún sosiego, un buen trabajo y una especialización como ingeniero hidráulico que le permitió a su regreso al país recomenzar una exitosa vida profesional y familiar desde la que también ha dejado numerosas y perdurables huellas.
Durante más de seis décadas escribió y contó de sus combates “matizados de lealtades y traiciones, de valor y miedo, de tristezas profundas y ardores insurrectos” y compartió con quienes quisieran escucharle su inquebrantable convicción de que los períodos de sombra pasarán y que “los tizones del ayer, un día u otro, alimentarán los fuegos del futuro”.
Entonces a usted, joven soñador enamorado de su patria y de un puro ideal, combatiente incansable, militante comprometido; a usted, padre de Juan de Dios y Mary Louise Ventura Garrido, de Leyandra Guzmán Garrido, esposo de Doña Yolanda Garrido; al padre de Jacqueline, al viudo de María Teresa, al cuñado de Manolo, de Minerva, de Patria y Dedé, al abuelo, al tío de todos nosotros, me atrevo a hacerle una exigencia:
Compañero Leandro Guzmán, no nos deje descansar en paz.
Minou Tavárez Mirabal
Santo Domingo, 9 de junio de 2021