SANTO DOMINGO, República Dominicana.- “A diez, a diez, a veinte, a treinta”. “Estamos tirando la casa por la ventana. Ropa nueva y de marca”. Las voces se confunden unas con otras en la avenida París, cerca de la Duarte.
La Pulga de la París son tres cuadras de lo que pudiera ser una supertienda a cielo abierto para los que disponen de poco dinero. Se venden blusas, camisas, zapatos, pinchos, carteras, correas, monederos, pantuflas y batas.
Aquí, cada mañana, decenas de personas, en su mayoría mujeres, rebuscan entre montañas de ropa que tienen el olor típico de las pacas. Las que aquí se venden son piezas baratas, algunas nuevas, pero la mayoría de “medio uso”.
Y es que la necesidad obliga al reciclaje. Las mujeres pueden comprar por 10 pesos una camisa; por 30 pesos, un pantalón y, con suerte, unos zapatos en 250 pesos. Igual una compradora puede salir con una blusa Perry Ellis y una cartera Liz Claiborne, que por alguna razón, es una de las marcas más populares en los paquetes.
Hay que escarbar. El estampado, la textura de la tela, todo lo miden ellas con los ojos. A ratos, una pieza que perteneció a una mujer demasiado gorda les arranca risas. Alguien hace un chiste y levanta un pantalón enorme.
Los chicos que cuidan las montañas de ropa no dejan de vociferar. “A cincuentá, a cincuentá, a cincuentá”, y hacen énfasis en la última sílaba para imitar sin burla la entonación aguda de los haitianos, que en materia de paca son los reyes de las ventas.
En la medida que va subiendo el calor, empiezan los sudores. Una mujer encuentra una prenda que le encanta, pero otra la agarró al mismo tiempo. Se miran. “Si no la va a comprar, me avisa”, le dice una a la otra.
-A usted no le vendemos aquí, dice de repente el muchacho que vocea. La mujer de la cartera grande se queda mirándolo.
-¿A mí? ¿Y por qué no me venden a mí?, pregunta la rechazada, señalándose el pecho con la palma de la mano.
-Usted sabe muy bien -le responde el chico, y ella se aleja con vergüenza. Al parecer la mujer es una de las que, pese a los bajos precios, le gusta robarse la ropa.
Más allá, cerca de El Huacalito, el edificio gubernamental, un hombre trata de llamar la atención. “Paca abierta, paca abierta”, en una frase que significa que su mercancía es nueva y que pueden encontrarse en su montón las mejores piezas. Y la gente se acerca, atraída por la oferta.
La gente que pasa en los vehículos públicos se entretiene en el taponamiento mirando a ese grupo de mujeres que con sus movimientos rápidos toman, desechan o aprueban cada pieza de ropa.
“Yo vengo a La Pulga para comprar las cosas más baratas. Ahora mismo no hay quien se meta en una tienda”, dice Ramona Luciano.
Comprar en La Pulga, sea la de la París todos los días o la del kilómetro 12 los domingos, no es nada nuevo. Algunas argumentan crisis; otras pocos recursos y otras por buscar ropas de marca a bajos precios.
En esencia, sea cual sea la razón por la que la gente viene, hay una cosa cierta: los compradores y compradoras cada vez son más.