Por: Thiago Bronzatto, de la revista Veja
En su última aparición pública, en la mañana del jueves, Lula estaba abatido. Los cabellos desgreñados, cabizbajo, mirar vacilante, entristecido. Había motivos más que suficientes para justificar su comportamiento distante. Finalmente, Dilma Rousseff, la sucesora escogida por él para dar continuidad a su proyecto del poder del PT, estaba siendo apeada del cargo. El fracaso de ella era el fracaso de él. Eso con toda certeza debilitó al expresidente, mero no solo eso. Desde hace dos años, Lula ve cómo su biografía se destruye capítulo a capítulo. Su gobierno se considera el más corrupto de la historia. Sus amigos más cercanos están presos. Sus antiguos compañeros del sindicato cumplen penas en presidio. Sus hijos están siendo investigados por la Policía. Dilma, su invención, perdió el puesto. El PT, su creación máxima corre el riesgo de dejar de existir. Y para él, Lula, todo indica que el futuro aun le reserva la peor de las pesadillas. El otrora presidente más popular de la historia corre el riesgo real de también convertirse en el primero en ser llevado a prisión por cometer un delito.
Si se comprueba la acusación, el expresidente habría cometido el delito de obstrucción de la justicia, que prevé una pena de hasta ocho años de prisión. Además, Lula es acusado de integrar organización delictiva.
VEJA tuvo acceso a documentos que fundamentan una denuncia ofrecida por la Procuraduría General de la República contra el expresidente. Se trata de mensajes electrónicos, extractos bancarios y telefónicos que muestran, según los investigadores, la participación de Lula en una osada trama para sobornar a un testigo y con eso tratar de impedir el testimonio que lo involucraría a él, a la presidenta Dilma y a otros miembros del PT en el escándalo de corrupción de Petrobras.
Si se comprueba la acusación, el expresidente habría cometido el delito de obstrucción de la justicia, que prevé una pena de hasta ocho años de prisión. Además, Lula es acusado de integrar organización delictiva. Hace dos meses, para proteger al expresidente de un pedido de prisión que estaba en manos del juez Moro, responsable de la Operación Lava Jato, la presidenta Dilma lo nombró ministro de Estado, lo que el garantizaba un foro privilegiado. La semana pasada, excluido del gobierno, se acabó la protección.
Hay varias investigaciones sobre el expresidente. Desde tráfico de influencias hasta lavado de dinero. En todas ellas, a pesar de las pruebas contundentes, los investigadores todavía están en busca de más pruebas. Como Al Capone, el mafioso estadounidense que sucumbió ante la justicia de su país por un desliz en los impuestos sobre la renta, Lula pudiera ser detenido por un delito menor. Después de analizar las quiebras del secreto bancario y telefónico y cruzar esas informaciones con datos de compañías aéreas, además de los testimonios de los delatores de Lava Jato, el procurador general Rodrigo Janot concluyó que Lula ejerció el papel de mando de una cuadrilla cuyo objetivo principal era minar el avance de las investigaciones de petrolão (el caso de corrupción de Petrobras)
El Fiscal General dice: "Ocupando papel central determinando y dirigiendo la actividad criminal practicada por Delcídio Amaral, André Santos Esteves, Edson de Siqueira Ribeiro, Diogo Ferreira Rodrigues, José Carlos Costa Marques Bumlai y Mauricio de Barros Bumlai (… ), Luiz Inácio Lula da Silva impidió y/o complicó la investigación delictiva que implica a una organización criminal".