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Cuarto de cuatro entregas del borrador no corregido de un capítulo de un nuevo libro en preparación del periodista y escritor Miguel Guerrero.

La guerrilla esperó en vano tres días por el regreso de Rafael Peralta, lapso durante el cual se les agotaron los alimentos. El domingo 8 de diciembre, reanudaron la marcha en medio de un fuerte aguacero que hizo crecer la corriente del riachuelo. El agua que apenas les llegaba al tobillo, por la crecida ahora le subía hasta la altura del pecho. En un rancho en el camino, encontraron un anciano acompañado de un jovenzuelo que les ayudó a salir de aquel lugar, advirtiéndoles que en un poblado cercano estaba la guardia al acecho. El anciano les preparó agua de azúcar y partieron en compañía del muchacho, llamado José Altagracia Suazo.

La marcha era ahora más difícil porque no contaban con el auxilio de los reportes radiales. Para reducir peso se habían vistos precisados a dejar atrás parte de sus pertenencias, el aparato de radio entre ellas. Suazo los condujo hasta una finca y fue él solo a un poblado donde compró una gran cantidad de provisiones para la guerrilla. La zona estaba repleta de soldados y la compra inusual despertó sospechas en el mando militar, que intensificó sus redadas.

Polo y su reducido ejército prosiguieron sin cesar la marcha durante horas, pudiendo alcanzar una cima, que abandonaron después de un descanso al día siguiente, lunes 9 de diciembre. Ese día llegaron a La Linda, de Ocoa, unos 20 kilómetros más adelante, después de bajar y subir lomas tras lomas, parando en una bodeguita al frente de la cual se encontraba un campesino llamado Negro de Jesús, a quien compraron todas las provisiones del negocio.

Suazo, el nuevo guía, no les servía ya de mucho en aquellas tierras desconocidas. Y los indicios eran que el Ejército tenía por allí un importante centro de operaciones anti-guerrilla. Polo envió a dos de sus hombres, Gonzalo Pérez Cuevas y Arsenio Ortíz Ferrand, en busca de Piky, mientras el grupo se internaba en un matorral. Después de ofrecerles una panorámica de la situación e informarles de la caída de otros frentes, Piky se retiró acordando su regreso en la madrugada del día siguiente, 10 de diciembre, para conducirles a un sitio seguro, allí donde Polo y su gente acamparían para emprender sus acciones guerrilleras.

Debido a la oscuridad no podía verles bien la cara. Pero tocó el rostro de cada uno y sintió sus cuerpos mojados. Polo temblaba Y su frente estaba caliente por la fiebre. Admitió que sentía gripe, pero eso no le preocupaba mucho. Piky le dijo que a pesar de las dificultades la base social que creada por esa zona permanecía intacta. El jefe guerrillero le informó que la marcha había sido lenta porque el huracán Flora modificó el paisaje de aquellas lomas, por lo que las fotos y mapas le sirvieron de poco. Piky notó que sus compañeros llegaban a los límites de sus fuerzas, exhaustos y hambrientos. Uno de ellos tenía perforados los pies por los clavos de sus botas. Llevaban 13 días caminando sin parar, con el Ejército detrás, en una persecución implacable.

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Un inesperado ruido de pasos de caballos los alertó. Rafa calculó la hora: alrededor de las cuatro de la madrugada. Polo ordenó disparar si fuese necesario. Pero la patrulla de cuatro guardias notó la presencia de la guerrilla y se alejó. Este incidente interrumpió el proyectado encuentro del grupo con Piky, debido a que tuvo que cambiar de posición, tomando nuevamente por el río para subir a una colina, tras lo cual dejaron huellas visibles de su paso. Avanzando llegaron a situarse casi frente a un cuartel militar. A mediados de la tarde, Polo envió a Suazo a explorar los alrededores, pero el joven guía campesino no alcanzaría a realizar su misión ya que fue apresado por la guardia.

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Desde su relativa segura posición de maestra de escuela campesina, Piky fue observando, con el paso de los días, la continua concentración de fuerzas regulares en los alrededores de Quita Sueño, provenientes de la fortaleza de San José de Ocoa. La noche antes de que Piky estableciera contacto con Polo y su pequeño contingente, a la casa donde se escondía llegó una patrulla de siete hombres al mando de un teniente. Piky se metió debajo de la cama donde dormía. El oficial pidió al dueño que le permitiera pernoctar en el bohío. Agotado, se tiró de golpe en el camastro, y quedó profundamente dormido. El bastidor cedió ante el peso del oficial, tocando prácticamente el cuerpo de Piky que permaneció tendida en el suelo durante toda la noche y la madrugada, sin poder moverse y conteniendo a duras penas la respiración para no delatarse. Por el radio portátil del teniente la mujer escuchó que los frentes del Este y de la Cordillera Septentrional, bajo el mando este último de Juan Miguel Román, habían sido abatidos por el Ejército.

Piky no pudo salir hasta cerca de la medianoche del día siguiente, 10 de diciembre, debido a la fuerte vigilancia militar. A esa hora, sintió nuevamente que alguien tocaba la puerta. Oyó que una voz en susurro le llamaba por su seudónimo: Patricia y abrió. Los dos emisarios la llevaron ante el resto de la guerrilla. Descendiendo por un trillo que bordeaba un arroyo y que ella conocía muy bien, Piky casi chocó con dos soldados que estaban detrás de un árbol. Al sentir sus pasos los militares la detuvieron, quedando ella en medio de éstos y sus dos compañeros.

__ Qué hace usted aquí?_ , le preguntó un soldado.

__Quedé en verme con un hombre _, le respondió resuelta, apenas superando el miedo.

__ Estas no son horas de andar por estos montes. Váyase para su casa!, le dijo bruscamente el soldado.

Piky hizo como si obedeciera pero en lugar de volver sobre sus pasos, penetró a un cafetal. Su frágil figura se estremecía de temblores, pues no sabía si había más soldados por el lugar. En la oscuridad, la mujer perdió a los dos guerrilleros y al rato sintió los pasos de una patrulla. Se ocultó en una cañada, situada frente a una loma, abajo de la cual se veían cuatro bohíos. Vio las siluetas de Polo y sus compañeros cruzar más abajo el arroyo e internarse en una elevación justo enfrente de donde ella estaba. Quedaron separados únicamente por el riachuelo y un estrecho camino. Piky permaneció allí hasta el amanecer. Observó a los soldados lanzar piedras al agua para ver si algo se movía. Cuando no notaban reacción se alejaban.

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Durante un nuevo desplazamiento, descendiendo para tomar el río, los hombres de Polo chocaron con Negro de Jesús, el bodeguero que los había atendido en el último poblado, a quien interrogaron y amarraron después de haberles confesado éste que estaban cercados y que los militares tenían a su familia como rehenes a la espera de su regreso. “Si no les digo donde están ustedes caigo preso y matan a mi familia”, les rogó el campesino. Al bajar al nivel del río, los sorprendió un intenso fuego cruzado. Habían caído en una emboscada.

El campesino les gritó que no dispararan, pero cayó en la primera ráfaga. “La Hierba” González, el beisbolista, fue alcanzado en un tiro mortal en la cabeza. Rafa se lanzó al suelo y quedó justo al lado de Polo. La refriega se intensificó y Polo intentó pararse para vocear instrucciones a sus hombres. Un tiro le hirió primero en la pierna. Un segundo disparo en el cuello le mató al instante. Rafa intentó encontrar un refugio cuando fue alcanzado en un tobillo. Se arrastró herido hasta una elevación cercana. Desangrándose, se echó al suelo. Minutos después cesó el tiroteo y Rafa vio avanzar hasta él a varios soldados. Se aferró a un sargento y forcejeó con él. La voz firme de un oficial los separó. Para librarlo de la furia de los soldados, el capitán Calderón Cepeda, Gregorio, gritó a sus subalternos:

— ¡A este carajo, a este muchacho del diablo, hay que interrogarlo, porque debe saber muchas vainas. Cuidado quien lo toque y llévenlo al campamento!

En la noche, ya en el cuartel, el oficial fue a su celda. Tenía el rostro casi bañado en lágrimas.

— Matamos a Polo–, dijo como para sí mismo entre sollozos–, y apresamos a los demás. Yo soy Gregorio.

Sin mediar más palabras, se despojó de su bufanda e improvisó un torniquete en la herida de Rafa para detener el sangrado. Le puso a mascar una porción pura de tabaco para , según la tradición campesina, evitar el tétano y le dio a tomar un vaso de jugo de naranjas agrias. El resto de la noche se la pasó chequeándole la herida.

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Por órdenes del mayor Pérez Aponte, las tropas continuaron la búsqueda de más insurgentes. Sabían que existía una mujer, a pesar de la insistente negativa de los detenidos. En su búsqueda los soldados allanaron todas las casas del paraje e hicieron correr la voz que no se irían, y dejarían morir al guerrillero herido, hasta dar con ella.

Piky hizo todavía esfuerzos por escapar. Se escondió en un cafetal donde encontró un buen punto de observación. Un hijo de nueve años del campesino en cuya casa se escondía, y a quien alfabetizaba, la encontró en la tarde del 11 de diciembre. El niño la puso al tanto de las novedades. Todas las casas del paraje estaban tomadas por soldados. Nadie sabía el lugar exacto donde estaban los guerrilleros, pero rastreaban sus huellas, conscientes de que permanecían cercados. El niño le sugirió salir de aquel escondite porque escuchó decir a los soldados que irían a buscar en la loma al no encontrar a nadie en la cañada. En compañía del niño se refugió detrás de un árbol grande, cerca del arroyo. Podía ver algunos movimientos de tropas, dirigidas por el mayor Pérez Aponte, un oficial muy fornido, de tez oscura, y fama de hombre rudo entre la guerrilla. Estando allí a la espera de sus compañeros, poco más de las cuatro de la tarde, según su reloj, comenzó el tiroteo.

Por la descripción del niño, Piky se enteró que Polo había muerto y que Rafa , el más joven, se encontraba herido. Pensó que al amanecer se iría el Ejército pero el mayor cumplió su amenaza de quedarse. Se mantuvo escondida hasta el día 13, cuando decidió entregarse, aproximadamente a las nueve y media de la mañana.

A esa hora bajó y cruzó el arroyo, situándose en el cafetal, a la espera del paso de un oficial. Vio llegar a un capitán acompañado de un cabo montados sobre mulos. Salió tranquilamente en dirección al riachuelo, metió los pies dentro y escuchó al oficial decirle:

— Es usted quien anda con la guerrilla ?–Sí, le respondió Piky identificándose. Le preguntó si era una profesional y le contestó que abogada, a lo que el capitán se dirigió al cabo ordenándole que dejara a la mujer montarse en el animal y fuera ante el mayor para decirle que la habían encontrado y que iba con ella al cuartel, en Rancho Arriba.

El oficial hizo ademán de ayudarla a subir al mulo y ella lo rechazó, diciéndole que él tenía las manos manchadas con la sangre de sus compañeros. El oficial bajó los ojos y Piky vio brotarle las lágrimas. La mujer se quedó de una pieza. Era Gregorio. En silencio marcharon hacia el cuartel.

(Al recordar este episodio, en su entrevista con el autor a finales de 1995, Piky no pudo continuar su relato por unos minutos a causa del llanto.)

 

QUE HA SIDO DE LOS PRINCIPALES SOBREVIVIENTES DE ESTA FRUSTRADA EXPERIENCIA GUERRILLERA:

Dra. Carmen Josefina Lora Iglesias (Piky): Permaneció detenida durante seis meses, tres de ellos en La Victoria, hasta mayo de 1964, período en la que se le sometió a torturas y toda clase de vejámenes, como el de intentar ultrajarla metiendo lesbianas en su celda, práctica que cesó por la intervención del Nuncio de Su Santidad, monseñor Enmanuel Clarizzio, abogados de Santiago y la Federación de Mujeres. Fue deportada a París y logró regresar clandestinamente al país, entrando por el aeropuerto internacional Las Américas, antes de la guerra de abril de 1965, a la cual se incorporó del lado constitucionalista. Se dedicó luego al ejercicio de su profesión de abogada y en 1996, con el ascenso al poder del presidente Leonel Fernández, del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), aceptó un cargo de juez del Tribunal de Tierras. Murió de cáncer a los 59 años de edad.

Rafael Pérez Modesto: Fue curado de la herida en el tobillo en el hospital militar de la base aérea de San Isidro, bajo los cuidados del doctor Eliseo Rondón Sánchez. Trasladado más tarde a La Victoria, fue amnistiado junto a otros guerrilleros un año después de esos acontecimientos. Es un alto dirigente del PLD y en la actualidad se desempeña como gerente del sistema de la seguridad Social, después de haber ocupado un importante cargo administrativo en la Presidencia de la República.

Miguel Angel Calderón Cepeda: Alcanzó el rango de coronel con el cual fue separado de las Fuerzas Armadas, mientras cumplía misiones de agregado en el exterior. Su caso carece de precedentes, pues su retiro no había sido formalizado, cuando se escribió este capítulo. Nunca se le informó oficialmente en su momento de su retiro. Y tampoco gozaba de pensión alguna. A causa de esa situación, no había podido reintegrarse totalmente a vida civil, pues en los registros de la Junta Central Electoral (JCE) su nombre aparecía todavía como el de un militar activo, debido a lo cual no había podido conseguir el documento de identidad, válido para ejercer el sufragio, cuando conversó con el autor sobre esos hechos. A causa de su amistad con el ex-presidente Bosch, líder del partido gobernante, aspiraba a regularizar su situación.

Ing. Manuel Lulo Gitte: Después de obtener su libertad, un año después, volvió a ejercer su profesión de ingeniero, de la cual vive todavía. Su entrevista con el autor se celebró en la casa donde reside en un sector de clase media alta de Santiago de los Caballeros. Tenía entonces 73 años de edad.

Rafael Mauricio Vargas: El sacerdote en cuya casa tuvo lugar la primera entrevista entre el capitán Calderón Cepeda y Manolo Tavárez, al lado de la iglesia de Constanza, fue ascendido tiempo después a monseñor. Fue después Vicario General en la Diócesis de La Vega y párroco de la catedral de esa ciudad. Presidió la Fundación Francisco Panal, el obispo que inspiró las inquietudes sociales del joven guerrillero Rafael Pérez Modesto (Rafa) a comienzos de los años 60.