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Tercero de cuatro entregas del borrador no corregido de un capítulo de un nuevo libro en preparación del periodista y escritor Miguel Guerrero.
La columna de nueve hombres bajo el mando de Polo Rodríguez escuchó el ruido de pasos en su retaguardia y automáticamente todos se lanzaron al suelo. Desde sus puestos de observación, unos metros más arriba, los guerrilleros vieron pasar la patrulla mixta de guardias y policías enviada como avanzada.
A lo largo de todo su recorrido, en la madrugada y la tarde de ese segundo día, 29 de noviembre, decenas de campesinos les vieron pasar cerca de sus conucos. A la gente de pueblo con las que se toparon, le dijeron que eran guardias cumpliendo órdenes de exploración. Las explicaciones no parecían muy convincentes y a esto se unían los errores que a su paso iban cometiendo. Uno de ellos, tal vez el más notorio, eran las cajas que el grupo original de 29 hombres abandonó en el lugar donde emprendieran su marcha. Las autoridades descubrieron este cargamento en las primeras horas de la mañana y de inmediato enviaron patrullas por toda la zona.
Polo advirtió que una fuerza mayor de expertos anti-guerrilla podía venir detrás de esta patrulla por lo que no podían revelar su posición. Un militar se desvió y penetró al lugar donde estaba la guerrilla, apuntando con su fusil a Eddy Rosa. Polo ordenó a Antonio Mirabal que le disparara. Al escuchar el disparo, la patrulla empezó a usar sus armas desordenadamente. El tiroteo fue intenso, pero no produjo bajas en la columna que no respondió el ataque para no identificar sus posiciones. Sin embargo, una nueva disgregación afectó el pequeño grupo. En medio de la refriega, Frank Peralta, de La Vega, tomó a Rafa Pérez por un brazo y evitó que se dispersara el núcleo, que corrió en busca de posiciones más seguras. Desde la relativa ventaja que le daba ahora su ubicación más alta, Polo encontró un refugio desde el cual podía observar el repentino teatro de operaciones.
Su advertencia de que la anti-guerrilla podía venir detrás de la patrulla mixta no tardaría en comprobarse. “Son tiros de Fal”, observó Pérez Cuevas, armas que sólo usaban las fuerzas especializadas del Ejército en la lucha anti-guerrilla. El fuego fue intenso y minutos después se escuchó un cambio de tono. Hay disparos de ambas partes. Desde su impugnable posición, la columna identificó el uso espaciado de otra clase de armas respondiendo a los Fal del Ejército. Era uno de los grupos separados que respondían tiro a tiro, como lo hace una guerrilla con poco parque.
Polo contó silenciosamente a sus hombres: Arsenio Reid Ferrand, Gonzalo Pérez Cuevas, Frank Peralta Trinidad, Rafael Peralta (La Tonga ), Arturo Mesa Beltré, Rafael Pérez Modesto y Adolfo González (La Hierba), el beisbolista. Era algo más de las cinco de la tarde cuando cesó el tiroteo. Después de una breve exploración, Polo ordenó subir por una montaña sumamente alta e inclinada. Antes dispuso que se abriera fuego contra un punto que hizo creer a las tropas que tomaban otra dirección, táctica que por su efectividad elevó su prestigio entre el grupo. Con esa simple estratagema de diversión, Polo permitió que sus hombres pudieran salir del cerco y cruzar un río que los separaba de su próximo objetivo. Caminaron sin detenerse durante el resto de la tarde y toda la noche, hasta el agotamiento. Fue una larga caminata, subiendo siempre, en fila india, con ligeros descansos, apenas suficientes para reponer fuerzas.
Polo aspiraba tener contacto muy pronto con los otros dos grupos. Pero la intensa ofensiva de la tarde anterior, 29 de noviembre, prácticamente diezmó a uno de ellos. En la mañana del día 30, lograron alcanzar un refugio natural desde el cual observaron el paso de civiles, seguidos de militares que parecían ir detrás de sus pasos. Al anochecer, iniciaron otro desplazamiento hacia otra posición más segura. Quebrando las reglas de seguridad, conscientes de que el Ejército le pisaba los talones, Polo continuó la movilización hasta llegar a un pequeño valle, desde el cual se divisaba una carretera, y en donde encontraron nuevo refugio en una casa donde permanecerían durante los dos días siguientes.
Debajo del valle pasaba un río en el cual se proveían de agua para asearse, beber y cocer sus alimentos. La relativa tranquilidad fue brevemente interrumpida una tarde por el sonido de pisadas. El vigilia de turno bajó a investigar e identificó las huellas de las botas. Eran las de un guerrillero de otro grupo que había logrado sobrevivir y llegar a Bonao descendiendo por la cuenca del río. Más tarde sabrían que se trataba del doctor José Francisco González Michell.
Los informes radiales, que escuchaban a través de un aparato de radio que formaba parte de su material de guerra, no ayudaron a levantarles los ánimos. Las emisoras de Santo Domingo transmitían noticias confusas sobre el alzamiento. Se referían brevemente a declaraciones emitidas por el derrocado presidente Juan Bosch desde su exilio en Puerto Rico y dedicaban más tiempo a la difusión de partes militares dando cuenta del apresamiento de varios insurgentes, incluso de su propio frente, como eran los casos de Antonio Mirabal Jiménez, Marcelino Grullón, Radhamés Guerrero, Juan José Matos Rivera (Pachón) y Manuel Lulo Gitte, entre otros.
Una pesada atmósfera de pesimismo invadió al grupo y consciente de las consecuencias de una baja moral, con el Ejército pisándoles los talones, Polo arengó nuevamente a sus hombres, diciéndoles que todo aquello era parte de la lucha y que muy pronto se les uniría el otro grupo. La mención de los detenidos les permitió establecer que todos pertenecían a uno sólo de los dos grupos restantes. Eso podía significar que una columna había logrado evadir a las tropas y continuar su ascenso hacia lo más alto de las montañas.
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Esta primera experiencia armada originó sentimientos encontrados. Muchos de los inexpertos compañeros de Polo abrigaban la ilusión de que al igual que los hombres de Fidel Castro a comienzos de la revolución cubana, ellos se enfrentarían a sargentos obesos al frente de fuerzas mal entrenadas, sin moral de combate. Pero la demostración dada por la anti-guerrilla mostraba un panorama completamente distinto. El único punto a su favor parecía ser el hecho de que sus compañeros apresados eran, desde el punto de vista físico, los menos aptos, aquellos que dieron señales de cansancio y debilidad desde la misma noche inicial.
Polo ordenó continuar la marcha, a pesar de que aún era de día. Después de un nuevo ascenso, por escalpadas y tupidas zonas, alcanzó el lugar denominado Blanco, donde meses atrás militantes del Catorce de Junio habían estado realizando trabajos políticos. Se trataba de una loma prácticamente inaccesible, en las cercanías de una cuenca donde confluyen dos ríos: el Yuna y el Blanco. Muy próximo a aquel lugar, existía una propiedad de la familia Vargas, uno de cuyos miembros, Mayobanex, era un sobreviviente de la expedición guerrillera de junio de 1959 contra la tiranía de Rafael Trujillo. Otro miembro de esa familia, Chilo, formaba parte de la columna.
Una choza precariamente levantada a la vera de un camino, habitada por una mujer con varios niños, les sirvió momentáneamente de protección y descanso, al final de una larga caminata. Un poco más tarde, Rafa, que hacía la posta, dio la alarma al ver a un grupo de campesinos desplazarse hacia ellos. Temerosos de que les asaltaran para luego entregarlos al Ejército, como sucedía con los expedicionarios de 1959, Polo dispuso una formación para sorprenderlos. Acto seguido, pasó a explicarles quienes eran y qué perseguían. Estaban allí para reponer a un gobierno legítimo derrocado por la fuerza. Su objetivo era garantizar la reforma agraria y con ello el bienestar de los campesinos. Los habitantes de la zona no podían verles entonces como enemigos, sino como sus aliados. Tenían que apoyarlos en su lucha porque de ella dependía el bienestar de la gente del campo.
El discurso de Polo tranquilizó los ánimos y los campesinos les proveyeron de víveres y un pollo que incluso cocinaron para la guerrilla, a cambio de lo cual Polo les entregó dinero. Les aseguró que sus hombres no los delatarían ante la autoridad aún en caso de ser apresados. Ellos, los campesinos, debían hacer otro tanto, es decir, abstenerse de dar la información de su encuentro a la guardia.
Polo desplegó un mapa y empezó a preguntar a los campesinos acerca de algunos lugares, dándoles información falsa sobre la ruta que habrían de tomar en su próxima marcha. Entonces, varios lugareños les informaron que la noche anterior vieron pasar un contingente de tropas que iba detrás de una columna de hombres armados. Esto significaba que el otro grupo, con el cual pensaban reunirse en un punto llamado Colorao, era perseguido muy de cerca y que incluso ellos mismos estaban amenazados por un grave peligro. El lugar de encuentro sería en extremo seguro y allí conseguirían muchos alimentos. Además, tendrían fácil acceso al área donde finalmente operarían el frente de combate.
A causa de esta información, Polo decidió desviarse del sendero trazado. Después del banquete preparado por los campesinos y con sus mochilas llenas de plátanos salcochados unos, pelados otros, la moral parecía estar nuevamente en alto. Un campesino, de unos 30 años de edad y complexión fuerte, se ofreció a servirles de guía, prometiéndoles sacarlos hacia un lugar seguro, lejos de todo contacto con la guardia.
Luego de otras tres horas de incesante caminata, el guía los llevó hasta una cuenca del Yuna donde el caudal del río era muy grande, con una vegetación abundante a su alrededor. Allí se despidieron del campesino con un abrazo, a quien Polo entregó dinero. Siguiendo las instrucciones de aquel, marcharon por un sendero distante de la ruta que seguía el Ejército. Aproximadamente a las cinco de la tarde, hicieron un alto para proseguir más tarde hasta llegar, en la noche, al sitio donde les esperaba Patricia, el nombre de guerra de Piky Lora.
Era el lugar más alto que habían escalado. El frío era intenso y los guerrilleros, temblando por la baja temperatura, pegaban sus cuerpos uno del otro, debido a que no andaban bien cubiertos. Las penurias apenas comenzaban. Lo peor era que no podían hacer fuego por miedo a delatar sus posiciones. Polo conocía bastante bien toda esa zona, pero el reciente paso del huracán Flora había cambiado el aspecto de aquellos lugares. Eso los obligaba a valerse de información servida por extraños que encontraban a su paso.
Rafael Modesto Pérez dijo que al arribar a aquel lugar tan frío le entró una repentina tos que no cesaba. Molesto, Polo lo agarró por la cabeza y se la colocó bruscamente entre la mochila, para amortiguar el sonido de la tos: ‘Esa es la vaina por andar con muchachos’, le dijo, algo que en ese momento disgustó profundamente al joven guerrillero. Era un frío “terrible” a todas horas del día, insoportable en la noche, recordaría Rafa.
Tras una nueva marcha, llegaron nuevamente al cruce del río, desde el cual al poco tiempo alcanzaron a ver una luz intensa que venía bajando del río en sentido contrario, lo cual les hizo tirarse a la orilla en forma de abanico, pudiendo observar a decenas de campesinos cruzar con antorchas prendidas. La columna terminó entonces de cruzar el río y en lugar de continuar por el sendero, escaló una montaña altísima, peligrosamente resbalosa. Después de agotar los víveres que llevaban en sus mochilas, saciaron el hambre con naranjas agrias, tras lo cual llegaron a una rancheta donde acamparon. Tenían varios días sin quitarse las ropas, con los pies mojados, llenos de arena por el cruce frecuente de ríos. La mayoría tenía los pies llenos de ampollas, por lo que también decidieron quitarse las botas.
Se trataba de un rancho para almacenar tabaco, abierto a los lados, donde pasaron la noche. Estaban rodeados de plantaciones de víveres, lo que les permitió reaprovisionarse. Alrededor de las dos de la mañana, escucharon un sonido que les pareció un disparo. Pero no era más que una hilera de mulos que bajaban cargados de maní y papas. El sonido del látigo del campesino les pareció el disparo de un fusil. Rieron por la ocurrencia, pero decidieron bajar por el otro lado de la ladera, el opuesto por el que habían subido, al pie del cual encontraron otro río, donde llenaron las cantimploras, cortaron alimentos silvestres y prosiguieron su avance.
Durante un descanso, avanzado el día, vieron señalar a varios campesinos que pasaban en caballo hacia un punto en la montaña: “Por ahí fue que subieron. Por donde está la guardia”.
Los hombres de Polo habían tomado otra loma que los conducía directamente hacia Ocoa, cuando vieron llegar a los campesinos. Estaban justo en la ladera, al lado del estrecho y accidentado camino por donde éstos se les acercaban. No estaban a la vista de ellos, pero podían escuchar perfectamente sus voces. “Deben estar como a cinco kilómetros, por aquel bosquecito”, dijo uno.
Tras una breve evaluación, los guerrilleros descubrieron que se estaban refiriendo a ellos mismos, por lo que decidieron acelerar el paso, por medio de una marcha forzada, hacia el lugar próximo a Ocoa denominado La Bija. Era un pobladito de varias casas donde también funcionaba una pequeña bodega. Otra vez el grupo se identificó como perteneciente al Catorce de Junio después de obtener información acerca de la zona. En el pequeño colmado compraron cuanto encontraron: azúcar, sal, pan, queso y mantequilla. Polo vio una solitaria botella de un mal vino tinto y también pagó por él. Hacía un frío intenso y muchos de sus hombres tiritaban haciendo sonar sus dientes. Polo abrió él mismo la botella y dio de beber un trago largo a cada uno de ellos. El efecto fue casi inmediato. No hubo más chasquidos de dentaduras.
El dueño del negocio les indicó dos caminos que conducían a Piedra de los Veganos y Piedra Blanca. Sin titubear, Polo escogió el primero. Por el segundo, ya antes, las tropas apresaron a cuatro insurgentes. Uno de ellos era un mestizo de pelo gris, canoso. Ello significaba que el otro grupo disperso había sido diezmado producto del contacto prematuro con el Ejército. El hombre de las canas no podía ser otro que Homero Bello Suriñan, de Baní. El contacto había tenido lugar, según el bodeguero, apenas media hora o cuarenticinco minutos, lo cual quería decir que las tropas estaban cerca.
Los pobladores de La Bija apenas acababan de ver pasar por allí a las patrullas llevando a esos cuatro prisioneros, agarrados dentro de una vivienda. Otros guerrilleros, según decían, habían sido apresados y conducidos amarrados por el lado opuesto del poblado. Las malas nuevas obligaron a Polo a abandonar rápidamente el lugar e iniciar el trayecto hacia Piedra de los Veganos, donde, para su sorpresa, se les recibió con entusiasmo. “Nos salvamos, la población salió a recibirnos”, comentaron.
Era un poblado más grande que La Bija y la fuerte brisa contribuía a acentuar el frío. Pero el calor del recibimiento los reconfortó. Les buscaron comida, servida en platos y antes de marcharse, Polo los reunió para decirles un discurso. Exhibiendo sus brazaletes verde y negro, con el emblema de su organización, los hombres del Catorce de Junio, les explicó el comandante guerrillero, luchaban por reponer el gobierno de Bosch y mejorar las condiciones de los campesinos. Muchos aplaudieron al concluir Polo su arenga.
Antes de continuar la marcha, adquirieron algunos alimentos y ropas, porque las que llevaban puestas estaban muy deterioradas. Como venían haciendo siempre que se topaban con agricultores, preguntaron por las mejores rutas, cuidándose de no divulgar el camino que finalmente tomarían. Polo detuvo la marcha al llegar a un riachuelo y allí esperaron varias horas hasta la caída de la tarde, cuando reanudaron su paso hasta alcanzar un alto desde donde podían divisarse con claridad tres caminos y el río abajo. Densos arbustos los protegían, pudiendo desde esa nueva posición tener un control físico de cuanto pudiera moverse en los alrededores.
Fue allí donde Polo les habló por primera vez de los objetivos reales de la guerrilla y de la presencia de Piky Lora (Patricia), quien les esperaba desde hacía semanas por aquellos fríos y despoblados lugares. Les adelantó que un oficial del Ejército, Gregorio, se uniría a ellos con parte de sus tropas. Ese era el seudónimo o nombre de guerra del militar, como Hilario era el de Polo. Todos tenían un sobrenombre, que usualmente comenzaba con la primera letra de sus verdaderos nombres de pila.
El lugar donde les aguardaba Piky, continuó diciéndoles, era una especie de paraíso para la guerrilla, pues encontrarían siempre agua y alimentos en abundancia. Gracias al trabajo que allí se había hecho, especialmente tras la llegada de Piky, existía también una fuerte base social que serviría de apoyo a la insurrección. El resquebrajado frente sería restablecido con nuevos combatientes y tendrían asegurado contacto permanente con la ciudad, lo que significaba la posibilidad de asentarse con carácter permanente en las montañas. Insuflados con un nuevo espíritu de optimismo, el grupo permaneció en aquel frondoso lugar en lo alto, sobre un río, tres días enteros con sus noches.
Para hacer posible todo eso, se hacía necesario enviar a alguien a Santo Domingo para hacer contacto con la alta dirigencia urbana que había quedado al mando del partido. Polo escogió para esta tarea difícil y peligrosa a Rafael Peralta, quien debía llegar a Rancho Arriba, donde vivían familiares suyos, para transmitir la información. Al igual que el resto, Peralta se rasuró y se calzó unos mocasines que habían adquirido en Piedra de los Veganos y que Rafa llevaba en su mochila. Alguien extrajo una pequeña cámara y se tomaron fotos, antes de despedirse.