SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Ardiente lágrima escurrida sobre una mejilla curtida por el salitre; imprudente nudo en la garganta, ¿por qué ese asomo repentino ante la infausta noticia? ¿Quién dijo que ha muerto el artista que se rasgaba el alma y le salían las vicisitudes de los cocolos? Nadie, por osado que sea, puede desconocer la inmortalidad de los cañaverales de Nadal Walcot; ellos develarán por siempre el peso escamoteado de la caña que cortaban los braceros. Nadie podrá demoler esos ingenios que salidos de sus entrañas denuncian el salario succionado a los obreros. Ningún mezquino podrá detener sus locomotoras cargadas se esperanza corriendo siempre hacia el futuro.
Tienen un estilo único los ancestros danzantes de las Antillas inglesas surgidos de la magia pictórica que habitaba en la imaginación de Adolfo Nadal Walcot. Ellos interpretan los distintos ritmos ya vueltos criollos que trajeron los cocolos de las islas. “El drama de David y Goliath”, “El pick cook fighters o la pelea del pajuil”, “The bull, o el baile del buey”, “El baile de los zancos”, “El baile del momís”, “El giant spire o el gigante bebedor que iba vestido de rojo”, y “los wild indian” que finalmente devinieron en los guloyas.
Todo ese mundo pictórico surgió de sus vivencias. Que es igual a decir de las carencias materiales que siempre han asediado a los trabajadores de la industria azucarera dominicana. Nadal Walcot nació en el seno de la explotación obrera. Era el 1945. Un año productivo ese. Él llegó al mundo el 30 de abril. En el barrio, apenas dos meses antes, había nacido Norberto James Rawlings. En ese mismo ingenio Consuelo, y en ese año, tenía plantado el dirigente sindical Mauricio Báez su centro de ebullición. Allí encendió la mecha que en 1946 estremeció la tiranía de Trujillo con la mayor de todas las huelgas que se le hizo al tirano. Y que por ella fue preciso legislar en favor de los trabajadores.
Rutas distintas tomaron las vidas de Nadal y de Norberto. El primero, que muy pronto perdió a su madre, todavía a una edad muy temprana, se fue con su padre, con su abuela y con una tía hacia el ingenio Barahona. El segundo fue llevado hacia San Pedro de Macorís para seguir los estudios primarios. Consuelo era entonces un punto que solo se tomaba en cuenta para extraerle riquezas. Los patronos no tenían la sensibilidad ni siquiera de instalar allí una escuela primaria. Pero por distintos senderos, como los dos rieles que llevan la locomotora hacia un destino único, ambos construyeron el más grande de los centrales, la identidad de la etnia cocola.
De trabajador del ingenio Barahona, Nadal Walcot llegó a los muelles de Santo Domingo a vender su fuerza de trabajo. De la mano de Maximiliano Gómez (El Moreno) se hizo un militante excepcional del Movimiento Popular Dominicano. Fue combatiente en la contienda de abril de 1965. Perseguido por el gobierno balaguerista fue a dar al exilio. Estuvo en México y en Europa. Y con la libertad de 1978 Nadal Walcot regresó convertido en un manantial que le brotaba la identidad cocola por las yemas de los dedos. Desde entonces no cesó de pintar cañaverales, ingenios, locomotoras, guloyas danzantes… En cada obra suya lo que plasmaba era un trozo de dolor de su propio ser, de sus ancestros sometidos, de su etnia que se entregaba por completo al país y a cambio solo recibía opresión y racismo. Desprecio.
Diez años de exilio marcaron a Nadal Walcot. Lo transformaron. Lo convirtieron en otro ser. Dice Dagoberto Tejeda que durante la lejanía forzada de la patria “Se reencuentra, asume su identidad y acepta el desafío de recoger y reproducir con magia las esencia, los símbolos, las imágenes, lo cotidiano, lo episódico y lo trascendente de los cocolos, para contribuir a la redefinición y revalorización de su cultura”. (Los cocolos de Nadal Walcot, 1998, pág. 39). Toda esa visión se desliza sobre los rieles infinitos de su obra. Eddy Guzmán, gran admirador de Nadal Walcot, dice de él “Al paso de los años, mi admiración crece al descubrir la visión de verdadero cronista de las realidades de las islas del Caribe con que este artista retrata y relata, a través de sus dibujos y cuentos, sus memorias y vivencias que no son más que eco o reflejo de los pueblos caribeños” (Nadal Walcot, Espejo del Caribe, 2015, pág. 15).
Con el paso de los años Nadal Walcot se convirtió en un ser admirable y querido. Adorado por sus hijos, por su pueblo, por sus amigos. Admirado por todas aquellas personas amantes del arte. Hasta hace muy poco, uno llegaba a su casa, y lo encontraba pintando en su taller que lo había instalado en la marquesina de la casa, allá en el Residencial Naime de su Macorís del mar. Mucha gente dentro y fuera de la República Dominicana tiene una obra suya. Por igual hay coleccionistas que conservan una cantidad importante de su producción. Danilo de los Santos, el reconocido artista plástico y crítico afirmó que “La historia existencial de Adolfo Nadal Walcot ya está escrita en cientos de legajos visuales que conforman el gran testimonio de su existencia, interiorizada y multiplicada como capítulos de sueños”. (Nadal Walcot, Espejo del Caribe, 2015, pág. 29).
El gobierno que comenzó en la República Dominicana en 1996 llegó embebido con tal ímpetu del neoliberalismo que con solapado engaño usó la “capitalización” e hizo desaparecer los ingenios del país propiedad del Estado. Porvenir y Barahona, los únicos que quedaron, son entelequias que no caminan ni siquiera impulsados por los más poderosos yugos de bueyes que se busquen. Cuando volvieron en el 2004 esas autoridades le dieron el tiro de gracia vendiendo como hierro viejo a los ingenios que nunca más molieron ni un vagón caña. Hasta los rieles fueron arrancados. Ni siquiera para piezas de museos dejaron nada. Pero no podrán demoler esos ingenios con todo el dolor que instauraron, con sus cañaverales aprisionando los bateyes y sus locomotoras de vagones cargados de futuro. Vete en paz amigo del alma porque esa grandiosa imaginación plasmada en tus obras, Adolfo Nadal Walcot, quedará como una eterna presencia que nadie podrá borrar.