Ante la tragedia, los afectados y sus líderes se reúnen y se unifican, para aguantar el dolor y para reponerse lo más pronto posible de las pérdidas, humanas y materiales.
Por ejemplo, un ciclón. Hemos tenido muchos ciclones que han producido grandes daños al país, como Georges, como David y Federico, como San Zenón, y como lo fueron Irma y María, el año pasado, para Puerto Rico y muchas otras pequeñas islas del Caribe. Lo primero que hacen los gobiernos es proteger a sus ciudadanos, evaluar los daños provocados, reponer las obras destruidas y proponer la actuación conjunta de todas las corrientes. La tragedia es provocada por un fenómeno del que no tenemos control, aunque podemos ser predictivos en las construcciones y las normas para edificaciones que pudieran ser afectadas por un huracán.
O si ocurriera un terremoto. La tragedia es súbita, inmediata, y requiere un esfuerzo común, encabezado por las autoridades, seguidos de los que menos daños han recibido. Varios terremotos nos han afectado, y la forma de actuar de los líderes es muy solidaria y parecida: Nuestras diferencias se dejan a un lado, y convocamos a todo el que pueda movilizarse para brindar apoyo. El más reciente huracán que recordamos ocurrió en Puerto Príncipe en enero del 2010, y fue sentido fuertemente en la República Dominicana. Más de 300 mil personas perdieron la vida en unos cuantos segundos, quedaron bajo los escombros, y otras miles quedaron mutilados, heridos, atravesados por una tragedia que aún sigue doliendo y afectando a los haitianos.
O si se produjera un tsunami, que levantara las aguas del mar Caribe y las volcara sobre las ciudades más importantes de cualquiera de nuestras costas. Tsunamis no hemos tenido, salvo algunos pequeños en la costa norte, pero si hemos sido testigos de las muertes de más de 230 mil personas en la isla Indonesia Sumatra el 26 de diciembre de 2004. Una docena de países resultaron afectados. La posición inmediata de cada gobierno, de cada país, es convocar a sus fuerzas vivas, sus partidos, comunidades, organizaciones de la sociedad civil, y organismos de la comunidad internacional, y países, para apoyar a los afectados.
Lo común es que los gobiernos, o los que dirigen, convoquen a sus pueblos a movilizarse o desmovilizarse, en las tareas comunes de la reconstrucción, de detener el riesgo, como los casos de las pandemias, que dejan a todo el mundo en riesgo y con la incógnita de qué hacer. El coronavirus en la República Dominicana ha provocado la desmovilización de los que han podido quedarse en casa. Otros miles, cientos de miles, entre las 6 de la mañana y las cinco de la tarde siguen activos, en compromisos económicos, porque dependen de la economía informal y porque de su movilización diaria depende el sustento de los suyos.
Uno de los grandes fallos del gobierno dominicano ha sido guardar silencio ante los llamados a la cooperación, al diálogo, a los acuerdos, para enfrentar la tragedia que nos acogota cada día con más consistencia.
Hemos llegado a los 7,288 infectados este viernes 1 de mayo, y a los 313 fallecidos. El gobierno sigue haciendo solo el trabajo de protección. Pese a las expresiones de apoyo de la oposición, de los empresarios, de las iglesias, de las entidades comunitarias, el gobierno no ha querido coordinar con nadie diferente que las comisiones designadas por el presidente. Estamos ante una tragedia de grandes dimensiones y con aristas diferentes. Por un lado el tema de la salud y de la muerte de ciudadanos. Han muerto 313. Y por el otro estamos con la economía paralizada. El gobierno está recibiendo préstamos, pero no hay una voluntad de coordinar la protección y la reconstrucción de la economía en franca laceración.
Por ejemplo el país necesita aplicar muchas pruebas. En casi dos meses hemos realizado 28,446 pruebas PCR, y apenas hemos alcanzado la recuperación de 1,387 personas. El promedio de pruebas diarias que se aplican no pasa de 1,500. Si el gobierno aceptara la coordinación con quienes han ofrecido su apoyo se pudiera resolver la limitada aplicación de pruebas. Y nadie tendría que acusar al gobierno de incapacidad, porque estamos ante una tragedia nacional. Y en todas las tragedias lo normal es reunir a los que pueden, pedir apoyo para los afectados, las víctimas, y el país puede ganar tiempo y afianzar el ejemplo de la solidaridad.
Por eso, pedimos encarecidamente a las autoridades, que abandonen el individualismo en medio de una gravísima crisis como la que nos afecta, y convoquen a todos los sectores, como partidos políticos, grupos empresariales, iglesias, sociedad civil, organizaciones comunitarias, y realicemos las tareas en salud y la economía que ayude la protección de los más afectados. Haremos patria, y seremos racionales, porque actuaremos con la autoprotección que demandan las circunstancias ante esta tragedia.