SAN CRISTOBAL, República Dominicana.- A través de los calados de las paredes grises que separan del exterior los pabellones ubicados en el denominado “Infierno de los Sancristobalenses”, penetran los rayos amarillentos del sol que recién sale al Este de la provincia, en el Centro Correccional Najayo Hombres (CCR-17).
Tres hombres se levantan del suelo frío del baño contiguo. Un único baño utilizado por 36 individuos. Todos cargados de amargas experiencias, las cuales han quedado marcadas en sus rostros. En su mirada muestran un dejo de vacío profundo, una vida que casi no es vida, como se vislumbra en los hombres que recogen rutinariamente las mantas en las que se echan cada noche los reos conocidos como los “los Ranas”, los que no cuentan ni siquiera con un colchón para dormir.
“A las 6 y media de la mañana, según se cuenta diana inicia el día” (es la expresión popular entre los internos, parafraseando el "tocar diana" de los militares), Algunos recogen sus cuadernos y sus lápices, lanzándose con desgano a comprar unos panes, un jugo, un refresco o lo que consideran una batida de frutas. Todo en los negocios de comidas y bebidas que operan dentro del recinto carcelario en el área del Viejo Modelo Penitenciario.
“Al pasillo por donde usted cruzó le decíamos la Alfombra Roja, porque a diario había sangre. Yo mismo he visto personas matarlas, pero como no era conmigo no hacia nada…Era sálvese quien pueda y había una ley que decía: aquí ni se ve ni se oye ni se sabe”
Unos asisten a clases, otros se dedican a sus negocios y los demás solo pasan los días jugando parché, dominó, tablero o van a las canchas a jugar baloncesto; en fin, hacer cualquier cosa para que la lúgrube estada en la prisión pueda ser lo más llevadera posible.
El llamado "Infierno de los Sancristobalenses" tiene 6 pabellones con barrotes oxidados que lo separan del pasillo general, que a su vez está aislado de unas escaleras lisas en forma de laberinto que llevan hacia otro espacio del Nuevo Modelo Penitenciario, que opera en las mismas instalaciones, pero con mejores condiciones para los internos.
El Centro Correccional Najayo Hombres, antes Cárcel de Najayo, lleva más de un año en tránsito para convertirse por completo en un recinto del Nuevo Modelo Penitenciario, pero aún el 60 por ciento de su población se encuentra bajo las reglas del Viejo Modelo, en donde sobrevivir sin un problema extra a la causa que provocó el encarcelamiento preventivo o la prisión por condena, resulta una proeza.
En total, 923 reclusos viven en estrechas galeras, apretujados, y duermen en las llamadas goletas, construidas con madera fuerte, una encima de la otra. En cada goleta pueden dormir de 3 a 4 personas con más de 200 libras de peso. Se sobrevive al borde de la asfixia, pues los internos sufren hacinamiento en unos espacios estrechos que no cuentan con ventilación suficiente.
“Aquí vivimos 3 compañeros, uno de ese lado y 2 allá. Los días de visitas, si viene la mujer de él y la mujer mía, entonces yo entro allí donde el amigo mío, y él se queda aquí. Si no se puede nos turnamos (para poder hacer el amor)”, explica Juan Carlos Reyes, a quien solo le quedan 23 días para salir en libertad, luego de cumplir una condena de 10 años.
Juan Carlos habla desde la entrada de su galera, la que se identifica por una puerta blanca y un manubrio en forma de flores. Es un hombre alto, de tez oscura y fornido. Junto a él residen dos más en un espacio de aproximadamente 3 metros cuadrados, donde también guardan sus pertenencias en estantes improvisados en las paredes.
“Lo más difícil que hay es que uno deba estar alejado de los seres queridos. Ni a un enemigo le desearía que pase por una situación de esta (homicidio), la cual me llevó a mí a recapacitar que tengo que cambiar mi forma de pensar y mi forma de vida”
Abajo, mirándolo con impaciencia se encuentra Jorge Jiménez Sierra, quien funge como enlace de los internos sancristobalenses con los agentes penitenciarios que dirigen el centro correccional.
Según explica, su función es la de llevar las órdenes de los superiores a los internos que están bajo su coordinación y transmitir las inquietudes de estos últimos a los primeros. Esta responsabilidad ortoga cierto nivel de importancia al interno que la ejerce. Se supone que se escoge para enlace a quien lleva mucho tiempo en la prisión, siempre que se haya ganado el respeto de sus compañeros y la confianza de las autoridades, por su buen comportamiento.
“En el caso de las goletas, la que más tiene es el pabellón 6 que tiene 36, luego disponen de 28, 24, y así van descendiendo”, dice Jorge Jiménez Sierra, mientras asegura que fue el primero en construir este tipo de hogares en Najayo.
Relata que en el tiempo en que llegó allí, hace 10 años, solo había espacios apartados con sábanas y sogas que definían los límites entre estas. “La primera habitación de madera la hice yo porque soy carpintero de la calle, hablé con el director que había y le pedí el favor de entrar madera para hacer mi propia goletica; entonces él me lo permitió”, narra.
Cuenta que para entonces los reclusos comenzaron a crear sus propias viviendas, ayudados entre varios de ellos, luego a compartirlas, venderlas o alquilarlas.
“Cuando uno se iba habían los que llamaban Probó que ellos vendían las camas a 20 mil y 30 mil pesos, dependiendo el área porque hay muchas que eran a 200 mil o 250 mil”, señala Jiménez.
En una esquina del pasillo se encuentra sentado un hombre con cuaderno en manos, justo encima de una cubeta blanca escribe una caligrafía dejada como tarea por el maestro del quinto curso de básica.
Es uno de “Los Rana”, y su cubo es como un armario móvil. Ahí transporta sus objetos personales, desde un pantalón hasta los calzados.
Solo ha cumplido 3 meses de los 6 de prisión preventiva que le dictó un juez, por una acusación de asesinato. “Eso es cuidando lo que uno tiene, a muchos se les llevaron sus enseres”, comenta.
A la salida, en torno a un pequeño espacio de la pared un letrero identifica a una sencilla iglesia pentecostal. Un hombre, al cual identifican como pastor, leía en voz alta La Biblia.
“Y sus actos en la tierra serán juzgados en el cielo. ¡Arrepiéntanse!”, exclamaba a toda voz cuando pasábamos a su lado. Algunos parecían prestarle atención, otros parecían aburrirse o simplemente no importales nada.
Mientras cruzábamos la zona de “Los Cuadros Dantescos del Purgatorio”, nos mostraban el gimnasio. Se trata del lugar a donde acuden los aficionados a los hierros o los que quieren mantenerse en forma.
"Antes era el lugar más sangriento de Najyao", comentó uno de los internos. “Al pasillo por donde usted cruzó le decíamos la Alfombra Roja, porque a diario había sangre. Yo mismo he visto personas matarlas, pero como no era conmigo no hacia nada”, refiere Marcos Rodríguez quien es parte de los 400 internos del Nuevo Modelo Penitenciario.
Cuenta que fue víctima del mal manejo de la cárcel mientras estuvo bajo el modelo antiguo de prisiones. “A mí me envenenaron y Dios me chanceó. El veneno llegó hasta aquí a la misma cárcel y fue una gente de fuera que mandó la comida, pero quien la trajo fue una persona inocente”.
Señala que ahí la justicia no era normal. “Era sálvese quien pueda y había una ley que decía: aquí ni se ve ni se oye ni se sabe”.
Los Cuadros Dantescos del Purgatorio es definido como el lugar más espantoso. “Cuando llegue aquí había una ola de sangre demasiado fuerte, a cualquiera se le daba una puñalada, un machetazo, con una Gillette o cualquier cosa”.
“Aquí hubo un tiempo en que hablaron con todo los presos que -el que tenga algún cuchillo, machete u algo que tenga filo y corte, que lo entreguen- y así fue, se sacó un tanque lleno con de todo”, apunta Carlos Tomás Mateo.
Carlos, con una condena de 5 años por robo a mano armada, cumplió 3 de ellos. Dice que en los tiempos de Los Cuadros Dantescos del Purgatorio no le daban ganas de asearse ni de mantener la higiene de su goleta.
"En cierta forma aquí se cometían violaciones (sexuales). Cuando tú eras una persona que llegaba por violación, y no tienes familia ni a nadie, los presos con altos rangos se aprovechaban de eso", explica.
Y aunque muchos hablaron en verbo pasado, otros resaltaron lejos de las cámaras que las violaciones, maltratos y los abusos de poder siguen a la orden del día en el área del viejo modelo en el CCR 17.
El viejo modelo y sus cambios
En el primer piso justo debajo de los Sancristobalences se encuentran los oficiales o familiares de agentes del orden, que cometieron algún delito que los llevó a pagar condenas de privación de libertad y los alejó de las filas.
“Bienvenidos a la zona de Los Veteranos” reza un cartel a la entrada, luego de cruzar unos 6 peluqueros que todo el día recortan el cabello y afeitan a los veteranos policiales y militares que allí se encuentran.
Aunque sea el mismo edificio, no es igual. Las goletas son más espaciosas y con menos internos, sus puertas más limpias, sus pisos menos curtidos y sus espacios más amplios.
Cada una, mucho más notable que las demás, posee su propio acumulador de energía.
“Comemos la comida que nos manda el señor presidente, llevamos una dieta normal”, señala el ex Sargento Mayor del Ejército Nacional, Nelson Ramírez Pérez.
Los veteranos son parte de los 700 reclusos que reciben desayuno, comida y cena, por parte del Estado dominicano. Aún quedan cerca de mil que se encuentran a la espera de gozar de este "privilegio".
El comercio
Los pasillos parecen no tener fin y están visiblemente curtidos por el rutinario ir y venir de los reclusos. “¡Las batidas a 50 y los bizcochitos a 5!”, grita Aneudis Medina Villegas, uno de los vendedores de los negocios que operan en el penal.
Medina es empleado de los "empresarios", calificativo con el que se identidica a sus jefes, los propietarios de un colmadito que administra para no preocupar a su familia y poder costear sus necesidades personales con el dinero que recibe como salario.
“Los plátanos los compramos a 13 y los vendemos a 15; las batidas son a 50 y los sándwich a 35, tienen jamón y queso, mayonesa, kétchup, les echamos sal y vinagre”, explica.
Manifiesta que hasta allí existe gente mala y buena, por lo cual solo fían a las buenas y cobran los domingos por asuntos de "inventarios".
Empero, Medina no es el único que se encuentra frente a un negocio de comidas. En el patio se venden y compran muchas cosas, sobre todo comestibles. Los dulces y los helados “ajorcaos” de batata y tamarindo, "hechos en casa", están a la orden del día.
Desde pasta dental hasta ropa interior, pueden ser adquiridos por los internos, a distintos precios y variedades, todo un mercado de calle que a veces hace olvidar a los visitantes que se trata de una prisión que se supone bajo la autoridad y el control del Gobierno Dominicano.