Por Carolin Adames/ Cortesía de Ciudad Alternativa

SAN CRISTÓBAL, República Dominicana.- Colchones quemados, montañas de zinc oxidados y cenizas es lo único que les ha quedado a estas cuatro familias, luego de que un incendio devorara por completo sus viviendas en Alfa IV, San Cristóbal. Además, otras dos viviendas se vieron afectadas. Los vecinos aseguran que el fuego se produjo por un corto circuito en horas de la mañana.

“Yo vi los alambres chispeando y lo único que pude hacer fue salir corriendo con mis hijos, la gente fue la que echo agua, cuando los bomberos llegaron evitaron que el fuego siguiera creciendo, pero ya cuatro casas se habían caído”, comenta Lorenza Cruz.

Alfa IV es como se le conoce al “albergue” en que se convirtieron las instalaciones del antiguo edificio del Instituto Agrario Dominicano (IAD), luego del huracán George, en San Cristóbal.  Posteriormente, en el 2007 llegaron familias damnificadas de la Tormenta Olga y Noel.

“En el 2008 nos trajeron aquí por unos meses, hasta que construyeran viviendas para nosotros, ya han hecho construcciones tres veces y se han olvidado de que existimos”, asegura Enilda de los Santos.

Vivir en asentamientos como estos, supone gastar la vida en sobrevivir, y lidiar con situaciones normales que pueden representar un desastre como una simple lluvia e incluso tener electricidad.

Sin espacio, ni condiciones fueron colocados en casuchas y ranchetas construidas una al lado de la otra. Por lo que un fuego que se saliera de control, desencadenaría un efecto dominó que podría dejar a más de 200 familias sin hogar.

En las viviendas que resultaron destruidas residían un total de 16 personas, nueve adultos y siete menores de edad, en un espacio reducido y con un baño compartido. Estas cuatro familias retratan la forma en que se vive en Alfa IV: con déficit en la estructura de las viviendas irrecuperable, allegamiento, carencia en los servicios, un hábitat insalubre y otras tantas condiciones propias del olvido social.

Lorenza Cruz narra que, al igual que sus vecinos, no le quedó más que la ropa que traía puesta. Sin una fuente de empleo fija y viviendo del día a día resulta imposible para estas familias recuperar lo que perdieron tras el incendio, que poco o mucho representaba nueve años de esfuerzo tras haberlo perdido todo en el 2007.

La comunidad hace un llamado de ayuda para estas familias  y le pide al Estado que recuerde las promesas de un techo digno que  se les hizo hace casi una década. Aseguran que las viviendas que se han construido para ellos han quedado en manos de terceros. “En la 6 de Noviembre,  por el Barrio Semilla, se hicieron las que se supone serían nuestras casas pero se les dieron a otras personas”.

Otra vez damnificados

La carencia de una política de gestión de riesgo y la falta de planificación ante los fenómenos climático, han convertido en natural que las respuestas de las autoridades ante  esos eventos sean “soluciones provisionales” que priven de la dignidad y el desarrollo a las personas afectadas. Esto sumado a una cultura de olvido estatal ha llevado a que las residencias temporales se conviertan en eternas y que la pobreza sea una parte natural de la existencia humana.

La distribución perversa de los recursos ha generado en el imaginario común la idea de que la pobreza es una elección de vida y no un producto de la desigualdad y de la mala distribución de los recursos. Alfa IV, como muchos otros lugares del país, podría calificarse como un laboratorio de la desigualdad, donde la miseria, la pobreza, el hambre y la gente se reproducen ante la mirada indiferente de las autoridades. Vivir en asentamientos como estos, supone gastar la vida en sobrevivir, y lidiar con situaciones normales que pueden representar un desastre como una simple lluvia e incluso tener electricidad.