SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Un vicealmirante de la Marina de Guerra, que fue Jefe de esa institución, declaró que las Fuerzas Armadas Dominicanas tienen que pedir perdón a la sociedad dominicana por todos los crímenes cometidos, por no haber respetado ni respaldado la Constitución de 1963, y por haber asesinado a Manolo Tavarez Justo y a Francisco Alberto Caamaño, además de obedecer órdenes de políticos irresponsables y de gobiernos extranjeros y no defender la verdadera dominicanidad.

Euripídes Uribe Peguero dijo un discurso en que pidió perdón a la sociedad dominicana por todos los errores cometidos como militar y como responsable de una de las entidades  armadas del Estado, pero entiende que no sólo le corresponde a él pedir perdón, sino a esas instituciones que se convirtieron en nidos de criminales y de delincuentes, sin tomar en cuenta el respeto a la institucionalidad y a la ley.

Uribe Peguero puso en circulación su libro Militares y autoritarismo en 100 años de evolución política, en Cuesta Centro del Libro. El libro fue editado por Isael Pérez y su empresa Editora Santuario, y presentado por uno de los comandantes de la revolución de abril de 1965, Rafael Fafa Taveras. En el acto hubo presencia de varios generales activos y muchos otros en retiro. También estuvo presente el Almirante Sigfrido Pared Pérez, actual jefe del Departamento Nacional de Investigaciones (DNI).

“Pienso que la sociedad dominicana que perdió sus hijos, que ha recibido torturas que ha visto interrumpido el curso de su proceso democrático por nuestra culpa, que vio nuestra inexcusable complicidad con el atentado a nuestra soberanía el 28 de abril de 1965, merece un desagravio de quienes hicieron tanto daño por no cumplir con su deber”, es una de las frases de Uribe Peguero.

A continuación sus palabras en la puesta en circulación de su libro:

Señores componentes de la mesa de honor

Invitados,

Familiares y amigos,

Los jóvenes que en los últimos años han dirigido los cuerpos militares dominicanos, están haciendo el esfuerzo por encausarlos por nuevos caminos, pero esas instituciones que dirigen cargan el pesado fardo de las culpas y errores de algunos antecesores que desempeñamos papeles estelares en nuestras Fuerzas Armadas.

Pertenezco a un conglomerado de oficiales retirados de las Fuerzas Armadas dominicanas provenientes de distintas generaciones, pero todos, ex militares comprometidos en alguna forma con el pasado de luces y sombras que han tenido nuestros institutos castrenses. En todo caso estamos unidos por el indisoluble lazo de la carrera militar, pero tenemos que reconocer que todo no estuvo bien en nuestro paso por los cuerpos armados de la nación, que algunos de nosotros erró el camino de una manera que arrastró graves consecuencias para la democracia, la integridad y la dignidad del pueblo dominicano.

Han pasado casi 54 años de la muerte de Trujillo; 52 del Golpe de Estado; 50 de la última ocupación norteamericana y la Revolución Constitucionalista y 37 del final de los 12 años de Balaguer. Son varias décadas de funestos acontecimientos en los cuales, los militares dominicanos tuvimos una participación de primer orden. Y lamentablemente, en la mayor parte de los casos, fue muy negativa

Yo ingresé a las FFAA en 1967 y fui formado por una oficialidad proveniente de la escuela militar trujillista.  Pero había vivido el despertar de la conciencia democrática que se produjo en casi toda la juventud dominicana a partir del 30 de mayo de 1961. Aprendimos a conocer los valores democráticos y la importancia de un verdadero estado de derechos. Esto explica por qué muchos jóvenes de nuestros tiempos, aunque a partir de 1966 ingresamos a las Fuerzas Armadas por razones diversas, estábamos conscientes del dolor que algunos militares equivocados ocasionaron a la sociedad dominicana durante el régimen y  el poco más de un lustro transcurrido desde el final de la Era de Trujillo.

Esta realidad también hace posible que algunos hombres de uniforme, producto de esa generación, anidáramos  inquietudes como las que inspiraron el libro, MILITARES Y AUTORITARISMO en 100 años de evolución política, el cual comprende, no solo los hechos más repudiables de la tiranía, sino de la etapa precedente y la que siguió al final de la Revolución de Abril de 1965.  Más que una narración histórica, este libro es una rigurosa crítica al comportamiento equivocado de algunos de los más destacados responsables de los cuerpos militares en los cien años comprendidos entre 1916 y el 2016. El propósito es que, después de identificar nuestras caídas, sea posible rectificar el camino y restablecer un poco el honor y al prestigio de nuestras instituciones, tras haber ocasionado un dolor tan profundo y una deuda tan difícil de saldar ante la sociedad dominicana.

Aunque algunos de los que ingresamos a los cuerpos militares después de 1965, éramos humildes jóvenes que a mediados de los años 60 encontrábamos en los institutos militares la única oportunidad para forjarnos un futuro, también había quienes eran emisarios de organizaciones revolucionarias que, con fines de contribuir a sus causas, lograban infiltrarse en los cuerpos militares. Otros, sin ser esto último, trataban de contribuir desde su interior a los cambios que necesitaban esas instituciones. Al ingresar a los cuerpos castrenses, lamentablemente, algunos nos contaminamos en la situación que se vivía, participando conscientemente en las acciones de quienes nos dirigían, pero otros, hicimos lo que pudimos para mantenernos al margen de las perversidades de todo tipo que algunos de nuestros superiores cometían.

El pasado, pasado está, pero no podemos seguir encontrando  argumentos para justificar la Era de Trujillo, razones para validar la participación en el derrocamiento de un gobierno democrático, por haber pedido la intervención de tropas extranjeras para que mancillaran nuestra soberanía, por estar comprometido en el final injustificable que se dice le fue dado a Manolo Tavárez y a Francisco Alberto Caamaño o dejarnos utilizar como la mano ejecutora del crimen y la represión política de 1966 a 1978. Debemos tener el coraje para expresar a la sociedad dominicana cuánto daño le hicimos frustrando sus sueños democráticos, derramando la sangre de sus hijos más valiosos, o equivocándonos tan vergonzosamente cada vez que no cumplimos con nuestro deber de soldados dominicanos. Pienso que debemos encontrar la forma de exculparnos ante la sociedad dominicana que permanentemente señala nuestro pasado.

A Desiderio Arias se le censura por no haber hecho frente a las tropas americanas cuando le dieron un ultimátum para entregar la plaza militar como Secretario de Guerra y Marina el 13 de mayo de 1916, pero parece más digna su actitud al retirarse con armamentos y tropas dejándole el espacio al poder arrollador norteamericano, que lo que nosotros hicimos en 1965 cuando solicitamos la intervención por escrito, acogimos a los ocupantes en nuestros recintos militares y luego los utilizamos para detener una revolución democrática que intentaba reponer un gobierno constitucional.

El propósito de este libro, no deja de ser pertinente cuando recordamos que hasta hace muy poco, se conocía de militares  que idolatraban al generalísimo y ansiaban el resurgimiento del régimen encarnado en algunos de sus familiares, que en los ejercicios militares se utilizaban composiciones marciales laudatorias a Trujillo, que en las casas de algunos de nosotros aún se adornaban las paredes con las fotos del Jefe, que ocasionalmente se producen casos de criminalidad militar o policial, propias de etapas que se creían superadas. Recientemente una promoción de cadetes fue designada con el nombre de uno de los generales más sanguinarios de la tiranía y todavía uno que otro oficial, estimula comportamientos que solo son propios de una dictadura.

Eventos como la muerte de 7 personas en Paya, provincia Peravia, ocasionada por miembros de las Fuerzas Armadas vinculados al narcotráfico en el 2008, las implicaciones de los cuerpos militares en casos como el de Quirino, Figueroa Agosto y el reciente caso DICAM en la Policía Nacional, son testimonios de que en los cuerpos armados, aún prevalecen conductas que nos identifican con un pasado muy negativo y que se hace necesario que surjan voces  que recuerden que esas etapas que algunos de nuestros representantes rememoran, no deben continuar reeditándose.

Equivocadamente, a veces pensamos que es suficiente con guardar silencio y solo bajar la cabeza cuando algunos hechos se mencionan. Es la actitud de quien se resigna a reconocer su ignominia como si poco importaran  las consecuencias  que provocaron nuestros errores y qué tan amargamente deben pesar en nuestras conciencias.

Quizás muchos de nosotros cree todavía que esas participaciones fueron necesarias, que fueron positivas o que fue lo que debió hacerse en cada momento, pero no, Trujillo no fue “El benefactor de la Patria”, los protagonistas de Las Manaclas y Nizaito no se merecían el final que posiblemente se les dio. Nosotros provocamos la Revolución de Abril de 1965 porque a Juan Bosch nunca se le debió derrocar, si era comunista, fue un comunista que el pueblo decidió que le gobernara porque fue electo democráticamente. Ante este y otros hechos, no es lo más sensato guardar nuestra vergüenza con un silencio culpable mientras la sociedad nos sigue señalando por participaciones que jamás debimos tener.

A principios del año 2000, el Presidente alemán Johannes Rau, pidió disculpa a los judíos por el holocausto cometido por el nacismo contra su nación entre 1940 y 1945. Posteriormente, en el año 2004, el Papa Juan Pablo II pidió perdón por los “pecados de intolerancia cometidos por los tribunales eclesiásticos durante la Inquisición” (entre los siglos XIII y XIX) y el 22 de diciembre del año pasado, el Papa Francisco, citó “las 15 enfermedades graves de la Curia Romana que hay  que aprender a curar”. El primer paso que da el Sumo Pontífice para esa cura es la autocrítica a los escándalos de pedofilias y faltas  de los más altos dignatarios de la religión que dirige.  Nunca es tarde para reconocer errores y desagraviar a los ofendidos.

Nuestros gobernantes han fallado en su responsabilidad para conducir esta sociedad por los senderos del desarrollo definitivo y dar las satisfacciones sociales de salud, alimentación, educación, etc. La corrupción, la demagogia y el lucro personal deben desaparecer  en los conductores políticos de nuestros tiempos. Y definitivamente, deben asumir la actitud y voluntad  para que los militares se desprendan definitivamente de sombras que aun afectan su desempeño. Los representantes de los poderes públicos, los cuales son determinantes en nuestro proceder, no nos han dado el mejor ejemplo ni han hecho tanto para que enderecemos el camino, pero su liderazgo debe estar comprometido en sus propias rectificaciones.

Los cuerpos militares son instituciones que han utilizado su fortaleza para trillar su propio camino en  la historia de la República Dominicana, también han errado por sí solas y en la misma forma, no deben esperar de nadie para redimirse. Aunque es digno reconocer que en este sentido, ya se ha recorrido un gran trecho, si hemos podido caer en algún momento, debemos tener el valor y responsabilidad para levantarnos cambiando la actitud y quizás de este modo, reparar un poco el daño causado.

Una parte de este libro trata sobre los antecedentes del autoritarismo o abuso de poder y las responsabilidades que asumieron los militares en este proceso, y especialmente, durante las dos intervenciones norteamericanas, la Era de Trujillo, el protagonismo militar en el lustro que siguió a ese régimen, el lamentable papel durante los primeros 12 años de Joaquín Balaguer, los militares en las últimas décadas, etc. Pero en sentido general, el libro contiene una severa crítica a la institución militar y el errado proceder de muchos de sus representantes más notables en estos últimos cien años, quienes, inexcusablemente abusaron del poder conferido por su privilegiada condición en el esquema del control del Estado.

Creo que tan justo es que se traten como héroes aquellos militares que defendieron hasta con su sangre la constitucionalidad y la institucionalidad democrática, como es necesario que quienes hicieron lo contrario, reconozcan el error histórico que cometieron.

Por tratarse de alguien que tuvo un rol de alguna importancia en una parte de este lapso de tiempo, con intención autocrítica y constructiva, el autor de este libro pretende constituir su mensaje en un medio que concientice  para evitar la recurrencia del comportamiento equivocado durante una lamentable etapa cuando el pueblo dominicano fue maltratado y abusado por personajes de nuestros cuerpos militares.

Pienso que la sociedad dominicana que perdió sus hijos, que ha recibido torturas que ha visto interrumpido el curso de su proceso democrático por nuestra culpa, que vio nuestra inexcusable complicidad con el atentado a nuestra soberanía el 28 de abril de 1965, merece un desagravio de quienes hicieron tanto daño por no cumplir con su deber.

El mensaje concientizador que puede llevar  un libro como este, trata de ofrecer también mi retribución a la sociedad por cada omisión o error que pude cometer que no fuera en beneficio de la nación desde las funciones que desempeñé.

Espero que no solo la comunidad militar activa y en retiro, perciba y acepte la intención rectificadora de esta obra, sino también la sociedad dominicana en sentido general, la cual resultó la víctima de nuestros más grandes errores.

Muchas gracias.