En virtud de que existe mucha confusión sobre el tema de la reducción de la pobreza, a raíz del discurso de rendición de cuentas del presidente de la República, Lic. Danilo Medina, ante la Asamblea Nacional el pasado 27 de febrero de 2018, el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo se siente en el deber de hacer las debidas aclaraciones ante la opinión pública.

Tras un largo período de avances que había tenido el país, el nivel de pobreza de los dominicanos se elevó abruptamente como efecto de la crisis bancaria de 2003-2004, como se muestra en el primer gráfico que ilustra esta publicación. Antes de esa crisis, la pobreza afectaba al 32.4 % de la población, pero en el momento más crítico, llegó a impactar a casi la mitad.

Una vez restablecida la normalidad, entre 2004 y el 2006 la pobreza volvió a bajar, pero permaneció mucho tiempo por encima del nivel que tenía anterior a la crisis, a pesar del acelerado crecimiento económico que vivió el país. Ese comportamiento, claramente atípico, ha sido motivo de múltiples análisis por parte de estudiosos nacionales e internacionales.

Sin embargo, después de 2013 las cifras comienzan a mostrar progresos de consideración en esta materia; ciertamente, es mucho menos que lo deseable y lo que se esperaría de una economía que exhibe tales éxitos en su desempeño macroeconómico, pero ya no es apropiado seguir insistiendo en que este indicador no responde frente al crecimiento. La tasa de pobreza monetaria logró una caída de 14.2 puntos porcentuales en los últimos cinco años al descender de 39.7 % en 2012 a 25.5 % en 2017. En ese contexto, el número de personas en condiciones de pobreza monetaria descendió de la cifra de 3.8 millones en 2012 a 2.6 millones en 2017, como se muestra en el segundo gráfico, con lo cual se calcula una reducción de la población pobre en aproximadamente 1.2 millones de personas, para un promedio de 240 mil personas por año.

No fue sino hasta el 2015 cuando la República Dominicana logró restablecer los niveles de vida previos a la crisis bancaria y, finalmente, para el 2017 la tasa de pobreza monetaria se colocó notablemente por debajo de los niveles vigentes quince años atrás. No es motivo de orgullo que todavía más de dos millones y medio de dominicanos sufran de tales carencias, y la superación de este mal es el primero de los Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030 a los que el país se comprometió en el seno de la Organización de las Naciones Unidas y en los que está empeñado el Gobierno.

Los datos mencionados responden al concepto de pobreza monetaria, de uso común internacionalmente, definida como la insuficiencia de ingresos en los hogares para adquirir una canasta de consumo aceptable socialmente, que permita satisfacer las necesidades mínimas de alimentación, expresadas en términos de requerimientos calóricos mínimos y del disfrute de otros bienes y servicios básicos.

Otro indicador habitualmente usado es el nivel de pobreza extrema, también conocido como de indigencia, y definido como el ingreso por debajo del cual –aun si se destinara completamente a adquirir los alimentos– sería insuficiente para alcanzar lo mínimo imprescindible para la nutrición adecuada de un individuo. El porcentaje de dominicanos indigentes también ha venido bajando y, el dato más reciente lo coloca en 3.8 % en el 2017, cuando rondaba el 8 por ciento en el año 2000 y se había duplicado con la crisis bancaria.

Para confirmar o desmentir estos datos se han hecho otras mediciones, como el índice de pobreza multidimensional, que incluye diversas variables de bienestar diferentes al ingreso; también el índice de calidad de vida o el método de las necesidades básicas insatisfechas, y todos coinciden en la misma tendencia. En resumen, todas las informaciones disponibles permiten concluir que, independientemente del método de medición, la pobreza se ha reducido en los últimos cinco años. Y esto no debe ser cosa que mueva a suspicacia porque es lo que se esperaría de un país que crece sistemáticamente. Pero, además, algún efecto tendría que tener tanto énfasis que ponen las políticas públicas en las condiciones de vida de la población pobre. Si acaso, lo que merecería buscar más explicación es por qué la pobreza no bajaba antes.

Otra forma de ver las cosas, pero siguiendo un método muy diferente, es la clasificación de los hogares en estratos sociales a partir de determinados montos de ingresos tomados convencionalmente, conforme una metodología desarrollada en la última década por el Banco Mundial y el PNUD. De acuerdo con este criterio, se ha optado por dividir la población en los estratos de «pobres» y «clase media». En medio de ambos hay un grupo que en nuestro país es muy extenso, y que se refiere a aquellos que ya alcanzaron ingresos que los sacan de la categoría de pobres, pero que tampoco han llegado a un nivel que los catalogue como de clase media; a este grupo se les llama «vulnerables» por el riesgo de volver a caer en la pobreza ante circunstancias adversas. Y, finalmente, por encima de todos hay un pequeño grupo de ingresos altos al que la indicada metodología denomina «residual».

Estos cuatro estratos son definidos en función del nivel de ingreso per cápita diario, medido en dólares estadounidenses ajustados por paridad de poder adquisitivo (PPA), y los umbrales de ingreso establecidos para esta clasificación son los siguientes:

Pobres: hogares con ingreso per cápita inferior a cuatro dólares PPA por día, equivalentes en nuestro país a RD$17,636 mensuales para un hogar de cuatro miembros, datos a noviembre 2017.

Vulnerables: hogares con ingreso per cápita de entre cuatro y diez dólares PPA por día, equivalentes al tramo RD$4,809-RD$11,022 mensuales por persona o entre RD$17,636-RD$44,089 pesos por hogar de cuatro miembros.

Clase media: hogares con ingreso per cápita de US$10 a US$50 PPA por día, equivalentes al tramo RD$44,089 y RD$220,444 mensuales por hogar de cuatro miembros.

Residual: Todo hogar con ingreso per cápita por encima de US$50 PPA por día, o más de RD$220,444 mensuales para un hogar de cuatro miembros.

Podemos o no estar de acuerdo con estos montos, pero es a partir de estos criterios que, siguiendo definiciones del Banco Mundial, el país vuelve a ser considerado como de «clase media».  La razón es que la franja de clase media es más amplia que la de pobres, como se ilustra en el gráfico tercero. La clase media en 2017 alcanzó un 30 %, después de aumentar 7.4 puntos porcentuales en relación con el 2012, y esto no hizo más que restablecer los niveles previos a la crisis bancaria. Mientras tanto, la franja de pobres (de acuerdo con esta metodología, que es distinta a la anterior) se redujo a 19.2 % en 2017.

En lo referente al grupo denominado «vulnerables», este es el más amplio de todos, y en los últimos cinco años aumentó 6.2 puntos porcentuales. Algunos analistas han interpretado este aumento como negativo, lo cual sería cierto si hubiese ocurrido a costa de una reducción de la «clase media», pero debe considerarse positivo cuando su aumento es por movilidad desde la «clase pobre», como ocurrió en el país.

En la búsqueda de explicaciones sobre los factores que determinaron la caída de la pobreza, en el MEPyD se realizaron análisis mediante diferentes modelos. Con el primero se descompuso el cambio en la tasa, lo que dio por resultado que la reducción de 2012 a 2017 se debió a efectos positivos combinados entre el aumento en el ingreso promedio de los hogares y el mejoramiento en la distribución del ingreso. En términos concretos, de los 10.8 puntos porcentuales que cayó la tasa de pobreza de 2012 a 2016, 9.4 puntos obedecen a mejoría en el ingreso promedio y 1.4 puntos a mejoría en su distribución. En el último año, de la reducción de 3.2 puntos en la tasa, el aumento del ingreso explica 1.9 y la distribución 1.3 puntos.

Mediante un segundo modelo, se hizo la descomposición del ingreso del hogar por fuentes de ingreso, y reveló que el ingreso laboral fue el principal determinante del crecimiento del ingreso de los hogares. En algunos medios se ha argumentado que la pobreza no puede haber caído tanto con el poco dinamismo observado en la tasa de desempleo, lo que se desvanece al verificarse, mediante un tercer modelo, que la caída reciente de la pobreza se debió al aumento del ingreso de la población ocupada.

Y el aumento reciente del ingreso laboral no fue producto de un aumento general de salarios, pero sí de algunos grupos. En el sector público se registraron aumentos en sectores tan amplios como educación, salud, fuerzas armadas, policía y al interior de algunas instituciones públicas. En el sector privado también se registraron aumentos, impulsados por los incrementos de las tarifas de salarios mínimos que han sido dispuestos, y que por primera vez en mucho tiempo superan holgadamente la inflación acumulada. Tales aumentos también se confirman con los datos de la DGII y de la TSS, así como estudios de salarios realizados por firmas privadas.

Cabe señalar que, con excepción de las partidas del programa Prosoli, en el concepto de ingreso de la metodología oficial no se incluyen las transferencias indirectas del Gobierno a los hogares como parte de los programas sociales regulares, ni siquiera las del Programa de Alimentación Escolar, en el cual el Gobierno invierte sumas considerables. Si en el cómputo se incluyeran las partidas que reciben los hogares por vía de estos programas como parte del ingreso del hogar, la caída reciente de la tasa de pobreza seguramente sería de mayor intensidad.

En la página web del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD) aparece bastante documentación sobre esta materia y, al mismo tiempo, en la Unidad Asesora de Análisis Económico y Social (UAAES) hay personal disponible para suministrar cualquier explicación adicional que alguien requiera sobre los procedimientos de medición.