Jenny Torres, especial para Acento. La autora es Coordinadora del Área de Cambios en Politicas Públicas de Ciudad Alternativa, Maestría en Procesos Económicos y Sociales UASD-País Vasco, Maestría en Desarrollo Humano y Sostenible de INTEC, investigadora Social y activista comprometida con la equidad entre los seres humanos.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Estos tiempos, caracterizados por los albores y vítores oficialistas son prácticamente burlas para los cientos de personas que viven en condición de damnificados cuando han pasado 8, 17 y hasta 36 años de los fenómenos que los colocaron en esa situación, “duraderamente provisional”
Estamos hablando de familias que se encuentran en una suerte de estado de reclusión, bajo el estigma de “refugiados” o “damnificados” que los mantiene en situación de desarraigo, ocupando un espacio prestado que no permite echar raíces y les crea incertidumbre y desesperanza que apenas permite hacer planes.
Aunque usted no lo crea, en el país existen alrededor de 13 refugios que albergan familias damnificadas por diferentes fenómenos naturales. Hemos recorrido algunos de ellos con decenas de familias que llegaron “de paso” a raíz del huracán David (1979), George (1998) y de Noel y Olga (2007).
Mucho hay que contar de las condiciones de despojo en la que se encuentran estas familias, con situaciones particulares en cada uno de los refugios. Y de seguro que harían falta varias entregas para contar el abandono, uso y desuso por parte de todos los gobiernos y partidos para con estas familias, tratadas como objetos de campaña y no como sujetos de derechos. Pero hoy en el día internacional de la pobreza quiero centrarme en un refugio que resume para mí la mayor vejación que algún ser humano pueda ejercer sobre otro, ya sea por acción (uso clientelar de la miseria) o por omisión (inexistencia de políticas públicas).
El refugio La Marina (oficialmente conocido como Alfa V), ubicado en el mismo centro de San Cristóbal, a dos cuadras de la calle principal (la Avenida Constitución), cerca de la entrada al pueblo por la gloriosa 6 de noviembre.
Fue poblado en inicio con 108 familias que perdieron sus ajuares por el impacto del ciclón George. Algunas pudieron retornar a su lugar de origen o se ubicaron con familiares, quedaron alrededor de 40. Han sido reubicadas unas 25 familias en diferentes momentos y continúan al día de hoy viviendo en La Marina unos 14 hogares.
Quienes aún residen allí (después de 17 años) han recibido durante su estadía, las visitas de importantes políticos desde el 1999, entre ellos Milagros Ortiz Bosch, el actual diputado Leivin Guerrero, el ex gobernador Rafael Salazar (gobernador en ese entonces), la diputada Josefina Tamares y el senador de la provincia Tommy Galán.
Pero ese desfile de figuras políticas no superó la entrega de dádivas puntuales tales como entrega de comida y operativos médicos. Además de que confidencialmente las visitas se realizaban cuando estaba cerca algún evento eleccionario. El refugio aparece y desaparece al crispar la varita mágica de la contienda electoral.
La estructura del edificio da la impresión de ofrecer un albergue seguro. Sin embargo, al cruzar el umbral de la entrada, toda la imagen engalanada por “Cristo la única esperanza” se transforma en un hedor nauseabundo que está muy lejos de la salvación divina. Y parece avisar la entrada a la podredumbre del infierno.
Estar allí es contra natura. Una no se imagina cómo es posible que la realidad de esas personas haya sido esa durante 17 años. Cualquier negación de servicios que puedan imaginar es insuficiente. Se agota lo conocido. La vida (o la muerte lenta) en La Marina, es superior a lo peor que nos podamos imaginar. No existen inodoros, salvo uno privado, construido en el centro del patio que tiene llave y solo usa el presidente de la Junta de Vecinos. Los-as demás, defecan en fundas que alojan en uno de los lados del edificio en donde no hay familias residiendo.
Entre “mierda y espanto”, las familias se quejan de haber sufrido una “epidemia de varicela” en 2012 sin que recibieran ni visitas ni apoyo de Salud Pública. Ni de los vecinos que pintaron el cristo. Ni de los políticos que desfilan en busca de votos.
Solo les visita sistemáticamente la policía, que violenta su intimidad en ese suelo de nadie, que han ocupado por 17 años. Entran con frecuencia al recinto persiguiendo a delincuentes que se meten con facilidad en el lugar, ya que no hay puertas que impidan el acceso a cualquier hora del día o de la noche. La policía los presiona y se llevan presos a los jóvenes trabajadores que si residen allí. Supongo que para justificar la persecución. Tal vez para no llegar al destacamento con las manos vacías o quizás porque es fácil ejercer poder sobre esos moradores sin raíces y sin “padrinos” que llamar.
Presente y ausente, el imponente edificio se erige tan centro y tan periferia. Engalanado por la “fe”, como si Cristo fuese a resucitar y a multiplicar los panes y los peces.