SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Cuando la hora del son se acerca, a Ángel Berroa se le ilumina el mundo. Con una elegancia macerada en miles de noches de baile, el denominado Príncipe del Son se calza sus zapatos a dos tonos, su sombrero y da pasitos por la casa.

Movido por la viva fascinación por esas cosas amadas que perduran, el Príncipe de “73 años y siete operaciones” que además busca novia, acude a bailar al Secreto Musical, un resquicio nostálgico para los devotos de ese ritmo.

“Cuando abrieron el Monumento del Son, caí allá. Era uno de los primeros o de los segundos. Nunca me quedo atrás de los soneros”, dice entre risas don Ángel.

Comenta que forma parte del Club de Soneros, que se reúne una vez a la semana. En esa institución los más jóvenes tienen entre 60 y 69 años y, los rangos se miden por  sones bailados, por amigos que partieron y por recuerdos por épocas vividas.

“La vida a veces me golpea, pero hay que estar conforme con Dios, porque los que nacieron en mi generación ya casi todos se han ido. Sin embargo, yo tengo 73, tengo siete operaciones y mira cómo me mantengo: cómo el primer guandul”, dice el Príncipe del Son.

Un ritmo que es hijo de dominicanas

Aunque ya ha sido descartada, por mucho tiempo los musicólogos cubanos manejaron la versión de que el son había nacido en Cuba llevado por Teodora y Micaela Ginés, dos esclavas libertas que habían emigrado a esa isla desde Santiago de los Caballeros, República Dominicana.

El son nació en las montañas de oriente de Cuba y el primer son cubano que se conoce es “La ma Teodora”. Ma es el apócope de madre y es el tratamiento que se daba a algunas negras, esclavas o no.

Para gente como Ángel Berroa, el Príncipe del Son, la procedencia u origen del ritmo no parecen ser una preocupación. Más bien, con sus sombreros, su porte elegante y sus pasos como felinos han hecho de esa música un estilo de vida.