El Nazionalista
El nazionalista despertó con el rostro inundado de felicidad. Había tenido un sueño feliz. Había soñado que en la calle Hostos de la Ciudad Colonial se había instalado un asadero haitiano, tipo argentino. Bueno, no exactamente tipo argentino porque los haitianos no asaban sino que eran asados.
Vendían allí haitianitos al horno, costillitas de haitianitos a la parrilla, pipián de hígado de haitianitos, patitas de haitianitos a la veneciana, rabo de haitianito encendido, pichirrí de hatianito encebollado, seso de haitianitas a la vinagreta, haitianitas lechales rellenas de alcachofas y trufas.
Y lo mejor de todo, los comensales podían elegir en el muestrario su haitianito o haitianita viva. Allí estaban en vitrinas refrigeradas con las caritas despavoridas y daba gusto verlas. Bastaba señalar con el dedo su preferencia y podía uno ver cómo el encargado la degollaba con una pequeña incisión para que se desangrase lentamente y conservara la textura, en el mejor estilo de la cocina kosher. Luego podía uno sentarse a la mesa y esperar por la comida salpicada con abundante vino chileno.
Nota el autor
Este relato envenenado, parte de "Los cuentos negros", lo escribí hace muchos años contra los nazionalistas caníbales que auspician un segundo "corte", una segunda matanza de haitianos como la que hizo Trujillo. Sé que a muchas personas les resultará dificil leerlo y mucho menos digerirlo, tanto como a mí me fue difícil escribirlo. Pero he querido descender a las tinieblas del horror para denunciar lo que el nazionalismo caníbal podría pretender hacer con los haitianos. Lo vuelvo a publicar con motivo de la muerte de Sonia Pierre, mujer extraordinariia de tres pares de cojones, porque sobre ella se escribirán todas las cosas lindas que se merece y también todo el oprobio de los nazionalistas que a estas horas deben estar haciendo fiesta.
Pedro Conde Sturla
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