Diana Peguero/Especial para Acento.com.do
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Desde agricultor, hasta establero, de mercader de golosinas, hasta vendedor de libros y otros oficios que tuvo, hasta finalmente convertirse en lo que hoy es su principal ocupación: la venta y reparación de sombrillas
José Méndez, mejor conocido como “Duarte”, desde hace años se ha dedicado a ofrecer a sus clientes un servicio poco común entre los que ven hoy día; un señor de 59 años que tuvo la visión de crear un negocio ambulante que no existía en la zona metropolitana.
Don Duarte, es la persona indicada para llevar a arreglar ese paraguas que se estropeó en medio de la lluvia fuerte, al que se le salió una varilla o que tiene algún problema.
Hilos de colores, paraguas de todo tipo, varillas, mangos, telas, resortes, tijeras, pinzas y todo tipo de herramientas, llenan el pequeño espacio que utiliza en las inmediaciones de un centro comercial de la avenida Winston Churchill, en donde ubicó su taller.
Este hombre, nativo de la provincia San José de Ocoa, tan solo tenía 10 años cuando dejó los estudios para dedicarse por completo a la agricultura y ayudar a sus padres. “Ahí se terminaban los estudios”, explica.
Corría el año 1978, y en su hogar entonces traslucía la miseria material, propia de zonas despobladas, bajo condiciones de mala vida: sin luz ni agua, rodeada de tierra y maleza, sin otra esperanza que, al salir el Sol le permitiera salir sin rumbo fijo a buscar cómo mantener a su familia.
La suerte o el destino le mandó a la Capital, asegura fue “con la ayuda de Dios” que aprendió el oficio de arreglar sombrillas. Expresa que su deseo nació de la necesidad de pagar un dinero que debía, puesto que se sentía desesperado ante la difícil situación económica que le acaecía -adeudaba más de 100 mil pesos-.
Con notable emoción narra cómo siendo apenas un adolescente, junto a un hermano, fue vendedor de golosinas. Recuerda que para aquellos años, a veces se le hacía difícil vender, pues el ayuntamiento se llevaba las mercancías ante falta de permisos.
En su juventud conoció el amor y contrajo matrimonio. Fruto de esto procreó 4 hijos, de los cuales dice, con una sonrisa que alivia el recuerdo de las penurias, se siente orgulloso porque no le han defraudado y “son ciudadanos de bien”.
Comenta que fue muy difícil para el ver morir en sus brazos a su padre, esto fruto de una disputa familiar por una herencia, hasta el sol de hoy siente en el alma la separación de su mejor amigo.
Don Duarte no aparta la vista de la materia prima, pocas veces mira de frente cuando habla. Pero a veces su mirada contempla las alturas como si quisiera expandir su mensaje por esos espacios de Dios.
Con un acento ocoeño muy marcado dice que “nunca ha tenido el deseo de robar y hacer lo malo porque no quiere darle un mal ejemplo a sus hijos”.
Durante sus más de 35 años trabajando, Don Duarte entiende que ha sido un camino de gran envergadura. Su labor va más allá de arreglar, pues tiene que ser disciplinado y prestar atención a lo que hace. Se nota apasionado y hace hincapié en que su esfuerzo es producto del deseo de superación.
Como un testigo de los cambios que han ocurrido en la sociedad, exhorta a la juventud a emular por sus metas, alimentar el pensamiento de superación y a prescindir de los vicios.
En la actualidad el puestecito de Don Duarte goza de popularidad en las inmediaciones de la avenida Winston Churchill, donde continuará reparando las sombrillas hasta que consiga un dinerito para ubicarse un espacio pensado para el negocio y expandir el proyecto, porque se siente con más fuerzas que nunca y que el ocaso de su juventud aun no llega.